MUSICA, GALLOS Y ALCOHOL
Por Manuel Triay Peniche
En algunos países están prohibidas, en México no; por el contrario forman parte de nuestra cultura. Las vimos en el cine con Ignacio López Tarso y se las escuchamos a Antonio Aguilar. En los años 70 fueron quizá el mayor atractivo nocturno de Xmatkuil y ahora regresan prometedoras a la celebración del 50 aniversario de la principal feria del Estado: las peleas de gallos.
Juan Rulfo nos narra en “El gallo de oro” la suerte de un gallero, en la persona de López Tarso, y Tony Aguilar interpreta la trágica muerte de Macarena, el cojo, aquel villano de Chiconal, a quien asesina un gallo para vengar una aventura amorosa en la película “La muerte de un gallero”. Ambos films nos llevan a imaginar el ambiente que rodea esos espectáculos, no muy yucatecos, pero sí populares en otros Estados como Hidalgo, Aguascalientes, Nayarit, Tlaxcala y Zacatecas, y con menor empuje en Jalisco y Tabasco.
Cuando iniciaba Xmatkuil, en los años 70, había algunos criadores locales de gallos de pelea en Mérida, Telchac , ¿o Dzemul?, Motul, Tekax y quizá uno o dos municipios más, pero las razas no cumplían cabalmente los requisitos para dar los mejores combates: tamaño, fuerza, velocidad, agresividad y otras características propias de razas europeas, y principalmente asiáticas, como es golpear y salir, o no dejar de golpear hasta lograr el corte mortal definitivo. Algo así como el KOT en el boxeo.
Aquí y allá, los galleros suelen preparar razas propias mediante cruzas y con toda paciencia van seleccionando a los de “mejor pinta” y los van entrenando día con día y durante varias horas, para lo cual les cubren los espolones con guantes hechos de hule a efecto de que no dañen al adversario, y suelen usar como “sparring” gallos que hayan competido con anterioridad.
En aquellos inicios del palenque de Xmatkuil, y a efecto de acercarnos más a aquel espectáculo no muy común en el medio, se organizó una “pelea de gallos internacional” con la participación de equipos provenientes de Cuba, República Dominicana, Martinica, España y varios de nuestro país. Entonces se permitían apuestas entre los galleros, con un límite de mil pesos por gallo, cosa que en la práctica nadie respetaba.
Recuerdo con especial agrado a los galleros cubanos, ataviados siempre con coloridas y brillosas camisas, y el trago en la mano, cosa que en su país estaba prohibido, como también a sus colegas de República Dominicana, amables como ellos solos, que me llevaban a ver cómo amarraban espuelas, me sugerían a cuál gallo apostarle y cuál no, y se ocupaban de que siempre tuviera yo una cerveza en la mano.
En Yucatán, contrario a otros palenques del mundo, las peleas de gallos se realizan a pico y espuela, es decir con los espolones naturales, no se cubren éstos con navajas de diferentes formas y tamaños que provocan muertes más rápidas y que, desde luego, son más salvajes. Quienes defienden estos combates dicen que, a diferencia de las corridas de toros, éstas son peleas entre iguales.
Así, pues, según anunció ayer el gobernador Joaquín Díaz Mena, en breve escucharemos de nuevo a Antonio Aguilar: “Cierren las puertas señores, yo mismo voy a soltar, y vayan encendiendo cirios, a ese, a ese que mi vino a insultar …” Pero el palenque no enmudecerá, como dice esa canción; al contrario, se llenará de algarabía, de música y licor. Feliz regreso.