Vivían en un pueblo que crecía en lo alto de un montículo, un lugar con castillo y muralla, un sitio típico de un cuento de princesas. Es que vivían en un cuento, en una aldea de ensueño, una zona de atardeceres rosa, un acantilado rocoso que escuchaba romperse al mar…
Eran protagonistas de un cuento de hadas, uno de esos con mucho azul y mucha magia, todo muy bello. Y estaban preparando una fiesta para el príncipe del castillo, que regresaba al hogar tras haber viajado por el mundo. Meses o años, el tiempo es raro en los cuentos..
El príncipe se llamaba Alejandro. Era noble y leal, culto y alegre, poeta y flamenco, de piel blanca y ojos negros. Un ser de verdad. En su honor harían un gran festejo. Y pronunciarían un discurso. Alejandro lo merecía todo. Era renacentista y actual, rey y filósofo… lector..
En verdad Alejandro era un tipo tan único como uno con el mismo nombre que existía en la vida real. Alguien de verdad. Cumbre. Alguien al que llamaban Talavante…
Dedicado a Talavante. Para ti, Ale, mi querido mago
Dedicado a la familia de Talavante
Al flamenco y a mi flamenco
A la gente que lee
A los cuentos
A Carmen
A mi Luis
A mi amigo Manuel