Cultura, por: Francisco Solís Peón
Existe un acendrado debate entre nuestros vecinos del norte acerca de cuál es la “gran novela americana”, si “El gran Gatsby” de Scott Ftzgerald o “A sangre fría” de Truman Capote). Afecto como soy a la novela negra mucho más que al costumbrismo durante décadas me incliné por la segunda, tal vez porque leí la primera muy joven.
Hoy, treinta y cuatro años después, me re encuentro con el protagonista, el atormentado Jay Garfield y rectifico mi voto, a mi parecer esa y no la otra es muy superior.
Me siento un hombre muy afortunado por poder abrazar esa nítida fotografía de la segunda década del siglo pasado ubicada ni más ni menos en la siempre convulsa ciudad de Nueva York.
La trama es aparentemente simple pero contiene múltiples complicaciones, el personaje central es un nuevo rico en los tiempos que vieron nacer a los primeros contrabandistas de alcohol (en algunos Estados, principalmente en la frontera con Canadá, ya existía la prohibición), también estaban las apuestas ilegales, los usureros a gran escala, entre otras linduras.
El narrador, Nick Carraway, es en cambio un modelo de decencia, un clasemediero bajo que odia el dinero mal habido, más no los placeres festivos que éste genera.
Gatsby intenta exitosamente mezclarse con los verdaderos ricos, una clase alta casi desde su origen, sin moral, que carece de cualquier posibilidad de redención.
Poco a poco el autor configura un retrato implacable del surgimiento de una nueva clase social, misma que se iría por el caño con el crack bursátil de 1929.
Ambientada en una urbe que apenas comenzaba a ser de hierro, Fitzgerald describe un ambiente plagado de banalidades, las grandes mansiones adecuadas según la estación del año para fiestones épicos. La virtud estriba en que cada detalle, por más frívolo que parezca, es recogido por el autor (disfrazado en la voz del narrador) para así demostrar las carencias emocionales de los protagonistas, a pesar del lujo y la opulencia.
La fuerza de su narrativa convierte a Fitzgerald en el gran cronista de su generación que, como él mismo define: “Llega a encontrar a todos los dioses muertos, todas las guerras acabadas, toda fe en el hombre puesta en duda”. Definió la era del Jazz, la prosperidad efecto de la primera guerra mundial y diagnosticó su inevitable fracaso, pues la nueva clase emergente terminaría por traicionar todos los ideales de alegre y generosa jovialidad por su materialismo e ignorancia.
“El gran Gatsby” es una novela incomparable, una de las más hermosas que se ha escrito jamás.
Nota: Cualquier parecido de algunos capítulos de esta obra con las recepciones que otorgaba “La casta divina” durante el auge henequenero es pura casualidad.