Claroscuro, por: Francisco López Vargas.
El disgusto social en México se exacerbó en 1988. Había demasiadas ofensas para los mexicanos desde los años 60´s cuando un presidente autócrata y radical se atrevió a dar la orden de matar a quienes se manifestaban en Tlatelolco.
Como decía la norma, Gustavo Díaz Ordaz impuso a su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, como su sucesor y éste, autor de facto del crimen de estudiantes, lo repitió en 1971 cuando la molestia volvía a encauzarse en protestas callejeras.
Los grandes traspiés económicos del gobierno de Luis Echeverría llevaron al país a una gran crisis que debió sortear su heredero, José López Portillo, y que usó al gran descubrimiento del yacimiento de Cantarell y al Ixtoc como su tabla de salvación al permitirle acceder a los créditos internacionales que a México no le entregaban por la enorme deuda externa y la amenaza de una moratoria de pagos.
López Portillo tuvo muchos excesos: amiguismo, nepotismo, corrupción y hasta a su amante puso como secretaria de Turismo. Quizá la única decisión correcta fue nombrar a Jesús Reyes Heroles quien abrió la válvula política para despresurizar las inconformidades que habían surgido con la Liga 23 de Septiembre, el Partido Comunista, el Partido del Pueblo, entre otros.
Ahí, militaban los hoy hasta legisladores como Pablo Gómez, la encarcelada Rosario Robles y muchos más. López Obrador era priista que gozaba de los privilegios de ser cercano a gobernadores tabasqueños. López Portillo también ordenó que se hiciera la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales que, estuvo a cargo de don Jesús Reyes Heroles, entonces secretario de Gobernación, quien encabezó en el Salón Juárez del Palacio de Covian, las reuniones con los representantes de partidos políticos adversarios de los tradicionales PAN y PRI. Heberto Castillo, Arturo Gerghenson, Arnoldo Martínez Verdugo, Jesús Martínez Nateras y otros. Ahí, al final, el secretario de gobernación dijo que era muy importante que hubiera más partidos políticos para México, “pero nunca México, para los partidos políticos”. Esa decisión despresurizó momentaneamente la tensión política al dejar a esos partidos postular candidatos para los comicios. Incluso se le dio recursos para ello.
En 1988 la crisis social había decidido cambiar al gobierno luego de los desastrozos sexenios y las enormes consecuencias que pagó la ciudadanía en los gobiernos de López Portillo y la crisis económica vivida en el gobierno de Miguel de la Madrid. Su candidato, Carlos Salinas de Gortari sería el sucesor, pero los votantes les cobraron la factura al extreno de que Manuel Bartlett, el responsable desde la secretaría de Gobernación de los comicios, tuvo que robársela a Cuauhtémoc Cárdenas con la tristemente célebre famosa “caída del sistema”.
Hoy, cuando el camino para desmantelar a un gobierno autoritario, que tiene 80 años gobernando en algunos puntos del país, el presidente Andrés Manuel López Obrador, el que se vendió como el desmantelador de la corrupción y que el suyo sería un gobierno diferente, lo vemos reconstruyendo ese presidencialismo que pecó de excesos que la sociedad trató, hasta ahora, de corregir y evitar.
Quizá la mayor muestra del nuevo autoritarismo y el mayoriteo se notó en la elección de la presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos cuando se ofrece reponer el procedimiento luego de una “desaparición” de dos votos que se interpretó como un primer intento de fraude en la Cámara de Senadores, pero se sostiene la decisión contra lo ofrecido por su presidente Ricardo Monreal.
Los excesos no son muy diferentes a los que viviamos en el pasado y por ello se tomó la decisión ciudadana de votar por una opción diferente. Los años de la corrupción rampante en el gobierno de Enrique Peña Nieto, de los escándalos del gobierno de Felipe Calderón con la estela de luz y las toallas de Vicente Fox, todos dejaron atrás los excesos de Carlos Salinas y la partida secreta que hoy, los diputados, regresaron pero con más de 4 mil millones de pesos que el presidente López podrá utilizar a su libre albedrío sin dar cuentas de su destino.
Caer en el falso discurso de que si no se apoya al presidente no se apoya al país no es sólo manipulador sino falso. Al presidente se le eligió para darle certeza al trabajo y esfuerzo de cada mexicano con un gobierno justo, distinto, diferente y que creciera más de la mediocridad del 2 por ciento en los que se estacionó el país.
Sin embargo, no cesan los homicidios y el gobierno acredita que no tiene estrategia, la economía se desploma por decisiones equivocadas del gobierno sin que haya intención de cambiar el rumbo, y el presidente sale con la gracejada de que él tiene otros datos cuando todos los disponibles acreditan que él está conduciendo mal al país y hay retrocesos graves.
Si no se apoya al presidente no se es apátrida ni traidor. Si no se apoya al presidente es porque él esta muy disgustado, molesto porque llegó al poder cuando éste ya no era el que él esperaba y tendrá que volver a construirlo, piedra por piedra hasta restaurar el estado atrabiliario, autoritario y opresor del que pensamos ya habíamos salidos. Es volver a empezar.