De la Retórica a La Acción.
Por: Jorge Valladares Sánchez *
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Mi mañana me recibió ayer con una pregunta: ¿existe un derecho humano a vivir en un ambiente libre de corrupción? Pensé que era un broma. Por cariño, traté de responder un simple, claro que no. Pero luego le seguí pensando, pues en esta maldita posmodernidad, capaz que sí y no sólo eso, sino cualquier otra ocurrencia deseable o indeseable tiene cabida. Y hasta se puede hacer oficial. Pero, ¿de qué sirve que lo hubiera?
Me doy la licencia de arrogancia para asumir que hayas leído el artículo de la semana pasada, donde ofrecí entrar a detalle en el tema que en esta ocasión compartimos gracias a la generosidad de la Revista Peninsular, que nos pone en contacto. Avancemos en poner en blanco y negro, en español y con ejemplos lo que son e implican el montón de Derechos Humanos (DDHH) que están en los instrumentos legales. Dando trazos sobre lo que sí reflejan o implican para vivir como humanos con humanos y la enorme diferencia entre la retórica y la acción en sus planteamientos.
Como punto de partida, ya quedamos, los DDHH son sencillamente el conjunto (montón) de consideraciones o respeto que los seres humanos, por sólo ser humanos, merecemos. Aunque hoy también está muy desarrollada la idea de plantear DDHH de grupos a los que se pretende proteger, sirve considerar que en este tema, tú y yo y cualquier persona maravillosa u horrible (según tú o yo) merecemos exactamente lo mismo. ¿Podemos hacer una lista?
Se han hecho varias, y, claro, diferentes. Incluso habrás escuchado de “las generaciones de derechos humanos”, como una forma de organizar tantas posibilidades, y en clara coincidencia con el cauce de la posmodernidad, que a todo le pone nombres nuevos que “superen, releven” y pongan en estampitas o infografías virales lo que ya antes nos quedaba claro. El problema antes, y ahora, y mientras no apliquemos la Psicología del Hilo Negro, será el mismo: la retórica entretiene y hasta permite catarsis, pero no modifica la realidad, que únicamente se deja mover por las acciones, de preferencia pertinentes, contundentes, articuladas y persistentes.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos hoy sigue planteando tres generaciones, considerando su reconocimiento histórico:
Primera: derechos civiles y políticos, que digamos tienen la función de limitar la acción del poder (gobierno), como la vida, libertad, igualdad ante la ley, integridad y seguridad personal, propiedad, voto, asociación, expresión…
Segunda: derechos económicos, sociales y culturales que pretenden garantizar condiciones de vida digna, como la salud, educación, trabajo, vivienda digna, nivel de vida…
Tercera: derechos de colectivos que comparten intereses comunes, como los de niños, niñas y adolescentes, periodistas, personas adultas, víctimas, comunidades indígenas…
Y un amplio espectro de posibilidades y categorías, que pasan por los llamados derechos ambientales, los informáticos y la lista seguirá creciendo, sobre todo en Facebook. Mi punto es: ¿en qué grado la cantidad, variedad, precisión o modernidad de esos planteamientos se traducen en que tú, yo o esa otra persona (maravillosa o indeseable) seamos tratados, tengamos o nos relacionemos como mejores seres humanos?
Insisto, los DDHH tienen que ser más la activación de la naturaleza de lo humano, que una nueva y nada realista lectura del derecho. Así que apunto algunas consideraciones que nos alejan como personas (acá) de lo que académicos y funcionarios (allá) están pensando cuando desarrollan sus listas, redefiniciones y leyes.
Acá estamos esperando que influyan en lo que nos pasa como personas; allá se refieren primero que nada a la relación y límites del Estado frente a la ciudadanía. Acá vivimos pensando en lo que nos pasa, necesitamos o no hemos podido resolver hoy o para mañana; allá están buscando conexiones taxonómicas, adecuación a normas, rubros de planeación presupuestal, lineamientos internacionales o artículos aceptables en las revistas arbitradas.
Acá suponemos que un derecho humano a la salud significa que cuando me enfermo haya una ruta inmediata, accesible y universal para que me cure, o chance hasta una manera cotidiana y no costosa de actividades, alimentación y actividades que me hagan estar cada vez más saludable en lo físico y en lo mental y social; allá están en el costo de hospitales, la tasa de mortalidad, el ranking mundial de morbilidad, el porcentaje de camas y médicos por población y las fichas que se llenan al recibir a los pacientes, la súper nueva ley para las etiquetas en las latas, sin tiempo para la inmediatez, efectividad y dignidad con que atiendan a la persona que llega a urgencias o consultas del IMSS, clínica del pueblo u hospital regional.
Acá nos atoramos en un tema no resuelto y persistimos en él mientras no tengamos una solución adecuada o no llegue otro problema peor que nos haga ver que hay guatemala, pero también guatepior, que es peor que guatepeor; como ejemplo la alimentación o educación de nuestros hijos. Allá están trabajando duro y fast track en la siguiente generación de derechos que “fuimos los primeros en defender en la ley”, en que “nos vean como un gobierno pone los DDHH en la agenda pública”, en demostrar con fotos que se ocupan de esta o la otra persona que necesita algo o hallando al proveedor que dé mejores condiciones para más materiales y equipos que se darán como apoyos a necesidades que nadie priorizó, pero “a caballo regalado no se le mira el diente”.
¿Cómo acercar nuestro “acá” a su “allá”? No sé. Pero sí quiero prevenir: acá lo intentamos con notas cortas, estampitas y memes en redes electrónicas, o con apatía justificada cuando se da la ocasión de que nos llegué alguna invitación de allá. Allá lo intentan con publicidad, acciones de las llamadas faraónicas y con anunciar una distribución más justa o amplia de los “apoyos”. De resto, nosotros acá, ellos/as allá.
Tenemos que lograr que allá se entienda que acá pensamos que la atención médica que requiera cualquier persona de nuestra comunidad a un centro médico público debe ser igual en un nivel de dignidad y eficacia que la que se brinde en cualquier lugar pagado. Arriba de eso es lujo, pero debajo de ello es violación o al menos no respetar un derecho humano. Así que ¿qué hacemos? Esta pregunta es mi respuesta. Lo único que puede redireccionar estas posiciones, cada vez más alejadas, es ponernos de acuerdo, a iniciativa de allá o acá, en lo que podemos hacer.
Por ejemplo, tú y yo identifiquemos a otras personas que, como tú y yo, están hartas, ofendidas o simplemente preocupadas de ver la forma en que se atiende a las personas en un servicio médico público. Identifiquemos quienes son los/as tomadores de decisiones a quienes nuestro voto e impuestos puso allí, y expliquemos con manzanitas lo que entendemos por Derecho Humano a la Salud, con civilidad, empatía y firmeza. Y dediquemos una hora semanal a asegurar que sus ideas, acciones y nuestros recursos se pongan en la línea de atender eso, así, desde allá y que se note acá. Ni nos quedamos con nuestra queja o desesperanza (nada va a cambiar, maldito sistema), ni nos conformamos con un discurso o nueva ley que diga que nos hicieron caso. Tal vez, y sólo tal vez, él y ella, hagan algo similar frente a que están hartos, ofendidos o simplemente preocupados por la forma en que se imparte o procura la cultura de activación física en la colonia o ciudad. Y así, y así… Y los espacios para nuestros niños, o la educación que se imparte en la escuela, o lo que sea que a quien decida actuar le importe más en este momento.
La otra ruta, de allá para acá, es que el funcionario, a quien le pagamos entre todos, le nazca la iniciativa de ser quien se acerque a compartir su entendimiento del derecho humano a la salud y confirme si nos estamos entendiendo y su labor nos hace pensar que se acuerda que, antes de tener ese trabajo y sueldo, también pudo requerir por emergencia y sin dinero ir a ese centro de salud… pero a lo mejor, sólo a lo mejor, esa iniciativa tarda en nacer, o no es necesaria porque piense que si llegó a donde está ya sabe lo que se necesita, o, tal vez, sólo tal vez, nunca necesitó ni necesitará personalmente que ese centro médico funcione diferente, pues ni él ni alguien a quien él ame tendrá que ir a ser atendido allí, donde ya sabe que “hay problemas, mismos que esta administración está atendiendo mejor que nunca, como lo indican los números de los datos que yo tengo”.
Ya sé, podemos motivarle con estampitas y posteos, y castigarle su tardanza o distracción con memes y alusiones familiares, que difícilmente oiga… Pero tal vez, y sólo tal vez, podemos dar una hora de acción colectiva por cada semana de corajes, publicaciones y frustraciones acumuladas.
Niño que no llora… y los que lloran por todo o muy bajito (aunque razones sobren) todavía requieren que se entienda el llanto y haya la motivación y claridad de lo que están pidiendo.
*Jorge Valladares Sánchez
Consejero Electoral del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Yucatán.
Doctor en Ciencias Sociales y Doctorante en Derechos Humanos.
Especialista en Psicología y Licenciado en Derecho.