En la pantalla, por: David Moreno.
Uno de los mejores planos de “Ya No Estoy Aquí” de Fernando Frías muestra un grupo de chicos bailando y disfrutando al ritmo de la cumbia en un edificio abandonado de la ciudad de Monterrey. Todo el peso visual del encuadre se concentra en ese grupo que es observado a lo lejos por la cámara. La iluminación se centraliza en ellos mientras que resto del edificio permanece en la penumbra. La música y las risas se confunden con el lejano ruido de una ciudad que ignora lo que pasa en uno de sus sitios más apartados , una ciudad que ha olvidado a jóvenes que brillan cuando están juntos, que – quizá sin tener mucha conciencia de ello – han formado una pequeña familia que les genera un sentido de pertenencia mientras todos los han dado la espalda. La cámara se va alejando del grupo y éste se va haciendo cada vez más pequeño mientras la oscuridad a su alrededor crece. Queda claro que la felicidad que sienten en ese momento está amenazada por un contexto que les es hostil.
Ya No Estoy aquí es un filme que cuenta la vida de Ulises Sampiero (Juan Daniel García Treviño) un adolescente que vive en los barrios más pobres de la industrializada Monterrey. Un chico que ha crecido en una zona en la cual las oportunidades son escasas y en la que la pobreza es una condición de la cual es prácticamente imposible salir. Vive con su madre quien le quiere, pero que es incapaz de demostrarle ese cariño apabullada por la responsabilidad de cuidarle a él y a sus hermanos por lo que Ulises ha tenido que crearse una familia alterna con la cual va a desarrollar un fuerte sentido de pertenencia, una familia conformada por chicos y chicas de su edad con los que comparte el gusto por una subcultura que se desarrolló en la ciudad: el movimiento “Kolombia”. Se trata de una hibridación que mezclaba la cumbia colombiana con elementos del hip hop. Los integrantes del movimiento adoptaron y crearon formas muy particulares de vivir y de bailar al ritmo de las adaptaciones que se hicieron del Vallenato y la Cumbia colombianos de donde fueron importados. Ulises no solamente formará parte de tal movimiento sino que se convertirá en el líder de un grupo conocido como los “Terkos”, con los que desarrollará fuertes lazos emocionales. Todo hasta que un grupo de pandilleros ligados con grupos del narcotráfico irrumpirá en los barrios en los que el movimiento se desarrolla. El encontronazo con uno de estos grupos ocasionará un hecho violento que forzará a Ulises a huir ilegalmente a Nueva York. Incapaz de comunicarse en inglés, el chico sentirá una profunda nostalgia por sus amigos lo que ahondará en la dificultad para adaptarse a un entorno que le mira con una mezcla de temor y curiosidad. Algo que queda claro cuando en su camino se cruza Lin (Xueming Angelina Chen) una adolescente chino-americana quien le mirará como un objeto extraño al que le brindará cierta ayuda solo para tener la oportunidad de observarle incluso de presumirle como una rareza que le permitirá ampliar su círculo social.
La película transcurre entre saltos temporales. El presente de Ulises en Nueva York es completamente desesperanzador y sus miradas al pasado le provocan una añoranza con la cual difícilmente puede luchar. Su deseo por regresar a Monterrey se acrecienta conforme las cosas se complican para él en la Gran Manzana. Vive en el conflicto constante que le provocan las ganas por volver a pesar de que al hacerlo pondrá inevitablemente en riesgo a su familia. Frías contrastará ambas realidades sin caer en un exceso de sentimentalismo, por el contrario se empeñará en mostrar las dos vidas de Ulises borrando cualquier artificio y tratando de hacerlo de la manera más realista posible. Ello desembocará en un epílogo desesperanzador pero cargado de realidad, en el cual el protagonista se enfrentará a cambios inevitables y a un escenario en el que las cosas evolucionan no como uno desea sino como las circunstancias políticas, económicas y sociales lo determinan, como lo marca la indiferencia de una sociedad que se ha empeñado en ignorar a adolescentes como Ulises de manera sistemática. No por ello no deja de existir cierta poesía en lo anterior, una poesía dolorosa, sí, pero cargada de una dosis de añoranza de algo que fue y que ha desaparecido en una lúgubre lontananza.
No deja de ser paradójico el hecho de que al ser estrenada en Netflix la película haya generado una reacción por parte de mucha gente de Monterrey que en redes sociales han expresado que su “ciudad no es como la muestra la película”. Se trata de una reacción clasista – racista que refuerza la tesis del filme en el sentido de que el movimiento Kolombia y quienes lo conformaron, surgieron como una alternativa contracultural a una sociedad que de cualquier forma terminaría despreciándolos para fundirlos en el olvido. La poética de los olvidados cobra entonces fuerza para recordarnos que en México la vestimenta, el color de la piel y la región en la que vives siguen siendo determinantes para poder aspirar a un futuro mejor.