En la pantalla, por: David Moreno
Un pequeño auto recorre el desierto del Sahara. En él viajan dos amigos y la hija de un tercero que va a reencontrarse con su padre. Al auto, un viejo pero muy cuidado Reanult 4, apodado 4 Latas. Una reliquia en perfectas condiciones que tiene en su palmarés el haber sido uno de los protagonistas de las primeras competencias del famoso rally París – Dakar. Pero en esta ocasión el viaje no tiene nada que ver con una carrera, se trata de llegar hasta Malí en donde vive el padre de la chica y el tercer mosquetero del grupo de amigos que rodaron por ese desierto en varias ocasiones en la búsqueda por saciar la sed de aventura que es inherente a las primeras etapas de la vida, un hombre que ha sido desahuciado y que vive sus últimos días junto a sus esposa en la lejana ciudad de Timbuktú.
Es la premisa de “4 Latas”, la más reciente película de Gerardo Olivares, un director acostumbrado a contar historias en las que lleva a sus protagonistas a sitios que representarán un desafío, que requerirán adaptación y que generarán un cambio importante en la forma como tienen de enfrentar al mundo. Lo hizo en “El Faro de las Orcas” con la Patagonia y ahora lo hace con el desierto más grande del planeta que asoma en la película con un protagonismo muy particular. Estamos ante una “road movie” en la que el viaje es el eje central de la historia convirtiendo al camino recorrido en una metáfora fundamental para el arco de transformación de los personajes. En este caso servirá para que Ely (Susana Abaitua) conozca a su padre a través de sus amigos. La figura paterna cobrará vida no solamente con las historias que ambos comienzan a compartirle sino también a través de las personalidades tan diferentes de Tocho (Hovik Keuchkerian) y Jean Pierre (Jean Reno), el primero uno de esos personajes despreocupados, casi vagabundos, que aparentan ir por la vida sin preocupación alguna pero a los que la soledad les ha desgarrado una buena parte de sus mejores años. Jean Pierre por su parte ha tratado de hacer de sus viejas fechorías algo productivo, asentarse en la campiña francesa para terminar su vida de manera tranquila y sin mayor preocupación, pero lo que va quedando claro es que existen fantasmas que aún le persiguen y que la vuelta a las rutas del desierto le ayudarán a exorcizar. Son dos amigos que sienten una profunda nostalgia por otros tiempos, tiempos en los que la vida se presentaba como una aventura a la cual no solamente había que descubrir sino abrazar de manera muy profunda.
El vehículo – evidentemente una parte importantísima en el género – se convertirá un protagonista más. El pequeño Renualt 4, modificado para poder atravesar el desierto, va a ir transformándose conforme la película avanza. Las piezas que va dejando sobre la arena, los desperfectos que sufre, provocan a su vez cambios importantes en sus ocupantes, genera conversaciones y experiencias de vida que contribuyen al arco de transformación de Ely, Tocho y Jean Pierre. A ello también contribuirán una serie de personajes que irán apareciendo conforme los kilómetros van pasando y los viajeros llegan a puntos intermedios entre su salida y el destino que les espera. Algunos les provocarán enfrentarse a realidades como la migración del África Subsahariana a Europa lo que sucederá con la aparición de Mamadou (Juan Dos Santos), un hombre que frustrado por no alcanzar el sueño europeo decide emigrar de regreso a su tierra o el encuentro con el pasado lo que se da con la llegada a una vieja estación de abastecimiento regentada por Alain (Francesc Garrido) un hombre con quien Jean Pierre tiene viejas deudas las cuales han esperado casi una eternidad para ser cobradas con una enorme cantidad de intereses.
Si bien es cierto que una vez atravesado el segundo nudo de la trama el final del filme es bastante previsible, 4 Latas es una película llena de momentos cargados de una buena dosis de emotividad. Un filme inspirador que narra la historia de una vieja amistad vista a través de los ojos de quien se supone la heredera principal de toda una tradición aventurera, de alguien que es parte de una generación que ha crecido en otro mundo y que descubre en el medio del desierto un Oasis al cual asirse para adentrarse a cosas pequeñas pero que crecen en importancia conforme se va adquiriendo conciencia de que la vida solo es una y que los buenos tiempos cuando regresan lo hacen cargados con un saco de recuerdos, de vivencias, el cual habrá que echarse al hombro para continuar hacía la última estación.