Por: Eduardo Ruíz-Healy.
Gurminder K Bhambra es profesora de estudios poscoloniales y decoloniales en la Escuela de Estudios Globales de la Universidad de Sussex y en una entrevista que concedió para la edición del Verano de 2017 a la revista trimestral New Humanist dijo que “Los imperios nacen a través del genocidio: las colonizaciones de Canadá y Australia se basan en el genocidio de los pueblos indígenas…”.
El término genocidio fue acuñado en 1944 por el polaco Raphael Lemkin con base en el sustantivo griego genos (raza, pueblo) más el sufijo latino cide (de cadere, matar) y significa “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad” (Diccionario de la Real Academia).
Benedict Kiernan, director del programa de estudios sobre genocidio en la Universidad de Yale, afirma que el primer genocidio registrado ocurrió en 146 AEC cuando los romanos destruyeron Cartago y mataron a 650 000 de sus 700 000 habitantes.
Desde entonces, pueblos y civilizaciones han sido parcial o totalmente obliterados por sus conquistadores.
Los peores genocidios ocurrieron a partir del siglo XV, cuando las potencias europeas expandieron sus rutas comerciales marítimas, crearon sus imperios coloniales globales y la red comercial que unió al mundo.
El peor de los genocidios que produjo la expansión europea sucedió en América, afirma Edward Stannard, profesor de Estudios Americanos en la Universidad de Hawái, quien en su libro American Holocaust: The Conquest of the New World (Oxford University Press, New York, 1992) escribe que “desde la década de 1490 hasta la de 1890, los europeos y los estadounidenses blancos participaron en una serie ininterrumpida de campañas de genocidio contra los pueblos nativos de las Américas”. Según sus cálculos, en 1900 solo quedaban 250 000 de los 76 millones de habitantes que había en el continente americano en 1492. Las enfermedades que llegaron de Europa junto con la violencia de los conquistadores/colonizadores redujo a su mínima expresión el número de la población indígena.
Se puede estar o no de acuerdo con los números de Stannard, pero es un hecho que los gérmenes y el acero europeos mataron a la mayoría de los americanos.
Todo esto ocurrió y nadie puede negarlo; sin embargo, los genocidas del pasado murieron y no debe culparse por sus crímenes a sus descendientes y menos pedirles que se disculpen por ellos. Lo pasado quedó en el pasado.
En vez de solicitar disculpas a España por los actos que contra los indígenas cometieron los españoles de generaciones pasadas, el presidente Andrés Manuel López Obrador debería recordar que el Artículo II del Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre la República Mexicana y Su Majestad Católica la Reina Gobernadora de España, también conocido como Tratado Santa María-Calatrava, del 28 de diciembre de 1836, anota que “Habrá total olvido de lo pasado, y una amnistía general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna… cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido durante las guerras y disensiones felizmente terminadas por el presente tratado, en todo el tiempo de ellas”.
¿Pretende AMLO desconocer un tratado avalado por el gobierno conservador de su antecesor José Justo Corro?
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