La Revista

Fentanilo: narcotráfico y uso médico

Jorge Fernández Menéndez
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Por Jorge Fernández Menéndez

Decíamos en el libro La nueva guerra, del Chapo al
fentanilo (Grijalbo, 2021) que el juicio del Chapo Guzmán significaba, en el
mundo del narcotráfico y del crimen organizado, el fin de una era, no sólo por
la virtual desaparición de un capo emblemático, sino también porque el mundo
del Chapo, el de la cocaína, no ha muerto, pero ya ha nacido otro que lo
eclipsará: el mundo de las drogas sintéticas, que ejemplifica mejor que
cualquier otra el fentanilo.

Este opiáceo sintético es mucho más barato para
producir; para su consumo se necesitan dosis de menos de dos miligramos, por lo
que se pueden hacer miles con apenas unos kilos; se puede producir en cualquier
cocina, no huele, su apariencia es la de azúcar glass y se vende en pequeñas
pastillas imposibles de distinguir de cualquier medicamento; las utilidades que
deja son geométricamente superiores a las de cualquier otra droga. Tiene un
gran inconveniente, mata con enorme facilidad. Sufrir una sobredosis es una
posibilidad real, con que una pastilla tenga medio miligramo de más, se acaba
el viaje.

Pero, además, el fentanilo es la droga para la
época. La mariguana y el LSD fueron las drogas de los 60 hasta los 80, de
alguna forma, los años de la paz y el amor, de la liberación sexual, de la
búsqueda de los sentidos y la paz interior, de encontrar el yo mediante procesos
alucinógenos que iba tan de la mano con la mejor música de aquellos años.

A partir de los 80, la cocaína fue la droga que
reflejó ese ánimo: de la paz y el amor pasamos a los amos del universo de Wall
Street, de los que hablaba Tom Wolfe, a la competencia y el individualismo, a
la necesidad de estar siempre un poco más allá, de vivir en el levantón
cotidiano. Era la droga del boom reaganiano, del dios dinero. Las
metanfetaminas y las drogas sintéticas fueron, de alguna forma, las drogas de
la generación X, las del fin del milenio, de la incertidumbre, las de la
pérdida de esperanzas post 11-S. Había que escapar.

El fentanilo y los nuevos opiáceos, incluyendo los
legales, son las drogas de esta época, un opioide psicodélico que, al mismo
tiempo, relaja y provoca visiones intensas, activa los sentidos.

En el mundo del crimen organizado que viviremos
después de la pandemia, el fentanilo y otras drogas sintéticas, sobre todo las
derivadas de los opiáceos tendrán un papel preponderante. En el mundo de las
drogas, ese opioide sicodélico de efectos inmediatos se entronizará como la más
importante de las drogas ilegales. Y eso cambiará todo el mundo del
narcotráfico.

Pero no sólo del narcotráfico. Existe todo un
espacio del fentanilo como droga legal, de uso médico, que también es explotada
por estos grupos. El fentanilo y otras drogas de uso médico para disminuir el
dolor son imprescindibles en el ámbito médico. México tiene una regulación
irregular, con menor consumo de opioides en forma ilegal, pero con fuertes restricciones
que, por otra parte, son difíciles de cumplir porque no existen ni normas
legales eficientes ni se utilizan mecanismos o tecnología específica para ello.

Existe una serie de normas que deben cumplir los
anestesiólogos y médicos en general, que incluyen la obligatoriedad de un
recetario de narcóticos que se debe utilizar para ese tipo de medicamentos. Al
mismo tiempo, en los hospitales, sobre todo del ámbito público, se demandan las
medicinas controladas necesarias, pero no suele existir una forma de controlar
su uso, porque todo el procedimiento suele ser, simplemente, en papel.

En los expedientes en papel es donde se suele perder
el control de estas medicinas, sobre todo del fentanilo y otros opiáceos,
porque el descontrol es administrativo. No existen verdaderos rastreadores que
puedan cumplir con esa función si no se aplican programas específicos que
controlen todo el proceso.

Hay instancias privadas, muy pocas, que cuentan con
un mecanismo de seguimiento, con un software para controlar todo el proceso,
desde que llega un paciente hasta que se va de esos hospitales y tienen control
absoluto de la utilización de sus insumos, incluyendo los controlados. Pero en
la mayor parte del sector público y en el área privada de menor nivel eso no
existe. Eso provoca que el mercado negro que se puede desarrollar con
medicamentos legales en el ámbito ilegal sea de enormes proporciones. Y termina
siendo de un riesgo y un costo muy altos, sobre todo económico, para el sector
salud; para los profesionales de la salud, que terminan trabajando, muchas
veces, en el filo de la navaja, y para la seguridad interior del país.

No sólo tenemos en muchas ocasiones desabasto de
medicinas, tenemos también una ausencia de control efectivo para saber qué
sucede con ellas, sobre todo las controladas. Y saber dónde se usan y cómo se
utilizan el fentanilo y otras drogas es una tarea clave para controlar la
crisis de opiáceos.

Jorge Fernández Menéndez
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