Por: Cristina Padín.
No te pongas delante que me tapas. Dijo la voz. Una voz áspera, arrogante. Hija de su muy áspera y arrogante madre. La dueña de aquellas palabras era una señora de unos sesenta y bastantes años. Vestida de gris, un color muy bonito cuando no es el único tono que da luz a una vida.
Se encontraba, como muchas otras personas, en un jardín. Iba a presentarse una flor: una camelia. Se trataba de un evento dedicado a las flores. Y una pequeña dulce y de ojos de agua cruzó de una esquina a otra para situarse junto a su madre.
No te pongas delante que me tapas, sin por favor, sin empatía, sin caricia… fue lo que pronunció aquel ser. Y eran palabras mentirosas: la niña no hacía eso. Lo que acontecía era que la mujer no anhelaba ver. Anhelaba ser vista. Mostrar su incultura, su egocentrismo, su escasez de valores…
No te pongas delante que me tapas fueron unas letras que formaron una oración burda y simple. La pluma, que andaba por allí escribiendo relatos, pensó… qué poco le agradaba escribir sobre lo grosero… Y así compuso un soneto torero para la niña, con Morante y Talavante en los versos…
Y ahora está narrando la pluma un cuento que se llama Ella… Mañana creo que se podrá leer…
Un cuento sobre lo absurdo y vulgar
Qué cosa fea es la egolatría
A las plumas
A Albriux: los mejores
A Pau
A mi querido Luis
A Morante
A Talavante
A las camelias y a la que hay en el jardín de mi abuela, de la que tanto me hablaba