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Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez y Adriana Ruz Sahrur.

@dr.jorge.valladares
@ctediconsultorio

Volviendo a los temas sobre los que podemos hacer algo constructivo, hace un par de semanas compartí algunas ideas sobre las aportaciones que pueden hacer profesionales especializados, para la vida personal, familiar y social. En lo cual identifico tres fuentes de dificultad para aprovecharlo óptimamente.

Quien se especializa en un campo ha recorrido tanto y con tanta dificultad, que cuando ya está allí es muy difícil que permanezca al acceso de quienes más le necesitan. Sus costos, justos o exagerados, su ritmo de vida e incluso la forma y lugares donde expresa lo que sabe van ahondando una brecha que hace cada vez más lejana la posibilidad de que cualquier persona pueda recibir su servicio u orientación útil y práctica.

La sinfonía de la maldita posmodernidad y un poco de nuestra propia naturaleza humana nos dispone a buscar soluciones simples y sencillas a problemas importantes, a veces pretendiendo que no se requiere mayor ciencia para hacerlo, a veces sólo por falta de conocimiento o acceso a mejores soluciones, a veces sólo porque hoy Facebook lo sabe todo y Youtube te explica cómo hacerlo y el costo que indica Google no es sensato o posible de cubrir.

Y tercero, porque siendo los funcionarios/as a quienes pagamos, y muy bien, quienes deberían, a través de las instituciones, ponernos al alcance generalizado a especialistas que puedan auxiliarnos en temas fundamentales, lo hacen mal, han permitido el caos administrativo y la corrupción, y ni siquiera para ponerse de acuerdo en leyes o políticas públicas se acercan a esas personas para pedirles soluciones reales a lo que su retórica y soberbia han permitido que “en México estemos como estamos”.

Entre lo mejor que me da escribir cada semana, en este amable espacio que La Revista Peninsular generosamente me brinda, está el que de vez en cuando alguna persona acepte la invitación a conversar, y podamos sumar, profundizar, contrastar o visualizar formas de hacer algo más en el tema compartido.

Particularmente, esa vez tuve la agridulce retroalimentación de una colega merecedora de todo mi reconocimiento, de quien tengo varias referencias para el afecto que le profeso. Inicialmente fue una de mis mejores alumnas durante sus estudios de psicología, estudiante reflexiva y propositiva de quien se dejaba ver ya un incipiente profesionalismo de alto nivel. Posteriormente supe que eligió llevar su capacidad al terreno de la psicología clínica y educativa, para especializarse en uno de esos temas que muchas personas identifican como importante, pero pocas se atreven a hacerse cargo, el autismo. Con el paso del tiempo confirmé que es parte de una familia de gente talentosa y positiva para nuestro Yucatán, así como su enorme calidad humana para atender a las personas que han requerido su servicio o simplemente requieren apoyo en sus causas. Así que dulce, por todo lo dicho. La parte agria viene de saber de casos que ha observado en su andar.

Luego de leer aquel artículo, mi querida Adriana Ruz Sahrur, desde su experiencia vivencial y profesional, me hizo notar otra arista de la problemática que nos impide aprovechar adecuadamente lo que quienes se especializan pueden aportar a tanta gente que lo necesita. Viendo la importancia de compartirlo, le invité a escribirlo y construir estas ideas para quienes nos hagan el favor de leer. Comparto a continuación sus ideas y al final comento lo que me hizo clarificar.

Para los que trabajamos en el área de salud mental, nos queda claro que para lograr un abordaje integral de la persona con alguna condición neurológica es necesario contar con el trabajo de diferentes especialistas que aporten su pericia o experiencia al caso y colaboren con la rehabilitación o intervención de la persona y su familia.

El sueño de algunos profesionales de la salud mental es el de contar con un espacio (clínica o centro terapéutico) donde coincidan todos los involucrados en el seguimiento de un caso y poder tener reuniones semanales con ese equipo de ensueño.

Pero para poder hacer ese sueño realidad se requiere de un gran esfuerzo y recursos, los cuales son escasos en nuestro país, por lo que a nivel de gobierno, las instituciones que cuentan con diferentes profesionales tienen procesos o trámites engorrosos que dificultan la reunión de los especialistas, además de que las jornadas laborales y el exceso de trabajo hacen de las reuniones una misión imposible; y, de ser posible, los resultados del trabajo interdisciplinario pueden ya no llegar a tiempo oportuno para la atención que requería la persona.

En las clínicas o centros de terapias particulares que cuentan con el equipo interdisciplinario (o lo más cercano que se pueda con lo que se tiene), el modelo de intervención dependerá del líder del equipo, que tendrá su propio enfoque y metodología.

En estos casos excepcionales, donde puede haber una integración al menos multidisciplinaria hay tres posibilidades. La menos frecuente es la deseable, en la que, siendo la pieza clave del equipo, el líder muestra la capacidad de escuchar activamente a sus compañeros/as, externa con apertura su punto de vista en forma asertiva y llega a acuerdos desde un enfoque colaborativo, centrados en la solución de los problemas y la situación de cada persona a la que atienden.

La más frecuente ocurre cuando más que el rol de líder experto, quien está a cargo actúa como director/a y se pierde en procesos administrativos o en la operación del día a día de su centro. Así, lo más común es que los profesionales estén en sus consultorios o espacios de trabajo y no puedan trabajar juntos, por lo que en esos casos el trabajo en equipo queda relegado a alguna junta semestral (en el mejor de los casos) o a llamadas telefónicas ocasionales.

Y en el peor escenario, pasa (y es más frecuente de lo que me gustaría admitir) que un profesional de la salud se perciba en una categoría superior, invalidando el trabajo del resto de especialistas. En esos casos, los que salen perdiendo son las familias, en términos de tiempo, dinero, esfuerzo, pero sobre todo, de confianza. La confianza porque la persona acude con su problemática y pone a disposición sus recursos, pero desconoce la forma y fondo desde el que se articula la solución que reciba, si la llega a recibir.

La confianza depositada en una persona especialista, llámese médico, psicólogo, terapeuta o maestro/a de educación especial es un valor que no tiene precio y es muy penoso cuando un profesional traiciona esa confianza por su ego, convicciones o conveniencia.

Trabajar en equipo es una habilidad social que debemos desarrollar en cualquier ámbito, junto como la comunicación asertiva, la inteligencia emocional y especialmente, la empatía. Ponernos en los zapatos de una familia que está pasando alguna etapa de duelo por tener un diagnóstico inesperado o difícil de aceptar, es tarea difícil para quien no ha vivido esa misma situación; pero podemos imaginar el desgaste emocional (y económico) que implica ir de consultorio en consultorio en búsqueda de respuestas, para aquellas personas que tienen la posibilidad de hacerlo.

Además de confirmar mi orgullo por sus logros y talento, leer esta aportación de Adriana me hizo reflexionar en que incluso entre especialistas se tiene que disponer de modelos de trabajo para poder aprovechar óptimamente lo que puede aportar cada cual. La soberbia es el lastre habitual que acompaña a la adquisición de conocimiento y es un mal que sólo la sabiduría cura o recicla.

Como bien señala hay modelos de trabajo, que quienes tengan la fortuna de poder compartir servicio y espacio con otros especialistas harían bien en definir y mantener.

Lo óptimo es la integración del equipo desde bases de respeto, principalmente a la persona o familia que se atiende, así como el espacio para escuchar todas las miradas y propuestas para darle respuesta. El liderazgo alternado puesto en quien tenga la especialidad más cercana al caso es muy funcional, y lo mejor que le puede pasar a quien recibe el servicio es que pueda recibir atención de varios/as especialistas, mientras que su acompañamiento y seguimiento lo haga una persona fija.

Más básico, pero útil también es que haya al menos un espacio periódico, tan frecuente como sea posible, para diagnosticar y dar seguimiento a los casos, aunque sea con las limitaciones, pero desde la agilidad de un grupo entrenado en trabajar en conjunto y creativamente. Quien lidere ese equipo será responsable de orquestar el análisis, la inclusión de visiones y la aplicación multidisciplinaria de quienes atiendan a cada persona.

El algunas instituciones grandes, con esta intención, aunque materialmente impedidas para hacer un seguimiento caso a caso, lo mínimo que hacen son sesiones de academia. En ellas cada departamento o especialidad disponen un día, a la semana o mes, un espacio breve para exponer casos y los detalles principales que considera que desde su perspectiva pueden nutrir la canalización o la atención en las demás áreas.

En los años en que tuve la hermosa e intensa experiencia de dirigir el centro de internamiento para adolescentes, al que decidimos llamar desde entonces CEAMA, desarrollamos un modelo documental para asegurar que efectivamente cada especialista con quien contábamos pudiera aportar con utilidad al equipo. Había que atender a bastantes personas, en poco tiempo (el determinado por la ley) y con una importancia grande para las decisiones legales y formativas que se tomaran para cada adolescente.

Convertimos los reportes rutinarios y antiguos que manejaba cada profesión en un informe analítico interactivo. El equipo de especialistas lo diseñó, para integrar tres grandes elementos: la identificación de los puntos mínimos de impresión diagnóstica que debían ser respondidos, los elementos variados por especialidad y cada persona que sería necesario poner a la vista y una sección donde alguna de las personas especialistas hiciera la propuesta de integración y propuestas técnicas para que al final cada integrante del equipo pudiera avalar o contraproponer y hacer con ello una propuesta lo más certera posible, construida colegiadamente, a pesar de disponer de pocos recursos y tiempo. Pero mucha voluntad y convicción de que podíamos aportar algo relevante a la vida de esos chicos y chicas que tuvieron la oportunidad de estar frente a ese valioso conjunto de seres humanos que eran las personas que fundaron el Centro Especializado en Aplicación de Medidas para Adolescentes de Yucatán.

Hay ejemplos exitosos y diversos de estos intentos por hacer que la especialidad que se obtiene sirva más y mejor, especialmente cuando podemos coincidir con personas que saben de lo demás que se necesita, y así el coincidir se convierta en un auténtico incidir en la solución que nos pide una persona cuando deposita en nosotros/as la confianza de ayudarle; sea esto en el espacio particular al que pocos pueden acceder, o con mayor razón en el espacio público, en el que debemos hallar mejores formas de servir.

En palabras de mi querida Adriana: El futuro se ve complicado, pero confío en que más especialistas quieran cambiar el paradigma tradicional de trabajo en equipo y valorar la aportación que cada profesional hace al caso, aprender de sus conocimientos, enriquecerse de las diferentes perspectivas y llegar al modelo transdisciplinario, en el que el líder es el especialista más relacionado con la condición de la persona y se nutre de las herramientas de las demás disciplinas con el fin de llevar una intervención acorde a las necesidades de la familia y el individuo, después de haber escuchado las aportaciones de sus colegas a los que respeta o admira.

En palabras populares, nadie sabe tanto, como todos/as juntos.

*Dr. Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Especialista en Psicología y Licenciado en Derecho.

*Psic. Adriana Ruz Sahrur
Maestra en Educación Especial

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