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Resiliencia social

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

Bartola 22.0

¿Qué fue lo más barato que hayas comprado con “tu dinero” cuando eras niño? ¿Recuerdas? En mi caso eran una especie de popotes sellados, rellenos de azúcar de colores, largos, laaargos. Me daban 2 por 5 centavos, cuanto iniciaba la primaria. Jamás pude terminar los dos; no es que fuera tanto el contenido real, sino la complicación de extraer el total del polvito del empaque. Pasó más de un año para que ya sólo pudiera tener 1 por la misma moneda; pensé que el señor de la tienda al fin lo había notado; ni idea de lo que era la inflación.

La moneda de 5 centavos fue la de menor denominación que usé. Y aunque realmente fueron épocas duras y no contaba con recursos, no era difícil obtener alguna de un cambio, sobrante o hasta tener la suerte de encontrar una en el suelo. Orgullosa y llamativa, en la imagen esa dama que luego aprendí a llamar La Corregidora.

Difícil entender cuando mi mamá nos cuenta que, a la misma edad, allá por 1945 (calculo, pues ella no confiesa) con un billete del mismo monto invitaba el desayuno a varias amigas en la escuela, consistente en panuchos y demás delicias. Imaginar un billete de 5 centavos y que alcanzara para tanto… No, pues no. Pero le creo, claro. Y por si ustedes no, síganme la letra: “Mira Bartola, ahí te dejo esos dos pesos, pagas…”.

No se rían, no voy a hacer una catarsis de mi avanzada edad, ni a lamentar la crisis económica y demás. Pero créanme, mi madre compraba panuchos, muchos, yo 2 dulces, y ahora… ¿Qué pueden comprar nuestros hijos por… digamos 1 ó 2 pesos? Tal vez nada que les interese, y tenemos que ir pensando en $5.00. Esa unidad mínima de compra se ha incrementado 100 veces más; pero, qué creen ¿recuerdan los nuevos pesos de 1992? Sea que sí o no, el caso es que a partir de ese año y por la inflación, que a ese entonces ya entendía más o menos, 1,000 pesos de antes, pasaron a ser 1 nuevo peso (N$1.00 M.N.).

O sea que de los 5 centavos de mi mamá a los 5 pesos de hoy… una distancia de 100,000 en el poder adquisitivo; en 75 años. No tengo saber preciso en la ciencia económica, así que esto es sólo una reflexión. Voy al punto psicosocial de la enorme resistencia que tenemos al contemplar el acceso a bienes como algo que se incrementa por factores ajenos a nosotros o al menos fuera de nuestro control.

Pasaron muchos años para que yo pudiera viajar en avión; les digo, la cosa estaba complicada. Pero mi mamá sí tuvo esa oportunidad un par de veces en una buena racha que tuvo. Era emocionante verla llegar y preparar el terreno para ser quien se pudiera quedar con los trastecitos de la comida que recibió en el avión, y en el colmo de la suerte, la almohadita que sin problemas se trajo, incluso sin usarla en la travesía. Le creo, por los trastecitos, pero sonaba a leyenda, que en clase turista le daban desayuno o almuerzo completo y otras historias de cosas maravillosas que pasaban en el avión, que me hacían entender que yo no pudiera acceder a tanto lujo, por no tener para pagar un vuelo, que incluía tantos valores agregados.

Ya para cuando obtuve, cinco lustros después, una beca que cubría vuelo, varias de esas maravillas no ocurrieron, y empecé a creer que mi madre era tan feliz viajando que añadía cosas imposibles a su relato. Una década más tarde, ya como profesional capaz de viajar con alguna frecuencia, recuperé mi confianza en mamá al ver el deterioro rápido del servicio que las aerolíneas brindaban y cómo lo que antes era normal se iba convirtiendo en excepción para ganar clientela y luego volvía a desaparecer.

No existe en el mercado bolsa de cacahuates con las quince piezas que toscamente recibes en los vuelos de hoy, y eso si es vuelo considerado diurno. Cada vez menos personal, menos diligencia y modos en el trato, más reglas en contra del cliente y a favor de bajar los costos para la aerolínea. “Me da cosa”, como diría el doctor Chapatín, cada vez que veo a los/as sobrecargos reuniendo y cuidando los vasitos usados durante el vuelo.

Recientemente compartió mi estimado Oswaldo Chacón un artículo de Paco Cerdá, cuya reflexión le puso más enfoque a este malestar flotante que creo compartir con muchos padres y ciudadanos de nuestro México, y probablemente de varios otros países. Ese consuelo generado desde la idea de estar en la lucha, mantenerse en la lucha y ser declarado (por sí o por otro) victorioso por no haber caído a pesar de tantos embates e incluso la certeza de que ese es el predecible destino y temible sentido de la vida.

Cuando a principios del milenio se popularizó el concepto de resiliencia estuve unos meses con cierta zozobra; tenía la sensación que sobre su significado original (adaptación a un agente perturbador o situación adverso) se empezaba a construir un poema explotable para sustituir a los recursos de la seguridad personal, los aprendizajes adaptativos y el eficiente aprovechamiento de oportunidades. Y así fue, como bien resume Cerdá, bajo ese cobijo la virtud ya pasó de aguantar el mal, al adaptarse a él.

Esa tentadora idea de que el sufrir demuestra nuestro temple, y que entre más hayamos sufrido, más humanidad o calidad reflejamos, comparativamente. Confirmo con alarma frases de grandes personas, que abonan en este sentido. Pero no les haré publicidad. Independientemente de no tener las creencias espirituales de la mayoría, no cabe en mi lógica la idea de tener que sufrir para ganarse un bien mayor, el paraíso, el cielo, Valhalla o reencarnación en un ser superior. Hasta allí.

Ribault pone a la vista que el Estado tiene en el discurso de la resiliencia una fábrica del consentimiento. Tan efectivo que los/as damnificadas ya no se pregunten por la causa del dolor, exaltados/as por manejarlo con buena actitud, y con ello tampoco se ocupen de removerla. Superar la crisis, sobrellevar la corrupción, ajustarse al costo de la vida y sobrevivir a la pandemia, sin erradicar lo que genera cada uno de estos grandes y crecientes males.

El caso y punto es que sobre la aceptación de estas ideas se han desarrollado mucho de los errores y abusos que social y familiarmente afrontamos, provenientes de quienes nos gobiernan y de quienes tienen mayor control sobre los costos de los insumos del vivir. Y comento esto en el ánimo de invitarte a conversar sobre ejemplos de situaciones que hemos dejado correr, como si no tuviéramos control alguno sobre ello; lamentando sí, desahogando de vez en cuando, pero asumiendo que el costo y dificultad de la vida sube y la calidad y disfrute de lo que pagamos baja irremediablemente.

¿Realmente no podemos hacer nada, como pueblo, sociedad, gente, ciudadanía, familias, comunidad o individuos frente a los millones y millones que sabemos se desperdician por la incompetencia, descuido y corrupción del gobierno en sus diferentes ámbitos y épocas? ¡Claro que podemos! Pero es más frecuente o común que a la hora de las campañas, elecciones y ver actuar públicamente a los/as autores de esos errores y abusos sigamos su discurso o juego y dejemos la atención en los conflictos y distracciones que entre ellos/as generan, asumiendo luego el costo de haber elegido mal o la actitud de resistir el interminable desfile de políticos que no saben hacer política y no administran, ni gobiernan, ni representan a sus electores.

¿Somos sólo observadores del incremento de precios y la reducción de calidad y cantidad en los servicios y productos que aún podemos pagar con los recursos que obtenemos de nuestro trabajo? Por supuesto que no. Existen contados, pero efectivos ejemplos de cómo la respuesta de los consumidores es capaz de movilizar a proveedores y marcas cuando es oportuna y contundente. Lo más común es que en lo individual haya manifestaciones frente a un mal servicio o devoluciones frente a un mal producto, pero podemos hacer mucho más si coincidimos en momento y forma de exigir que lo pagado sea retribuido como la publicidad nos hizo creer que sería.

He elegido en este año escribir sobre temas que realmente puedan tener impacto en la gente, en vez de ir siguiendo las distracciones y temática distractora de los políticos perennes. Creo que este es otro gran sector de lo que podemos conversar para fortalecernos como ciudadanía y proveer mejores satisfactores y calidad de vida a nuestras familias. Me gustaría saber qué aspectos del consumo y proveedores consideras que podemos hacer que funcionen mejor en nuestro estado y país, con acciones simples y contundentes, que podamos convocar a que sucedan.

Inicio con un ejemplo. Las bolsas del súper. Sí, las bolsas del súper. Mi niñez trascurrió con una bolsa de mercado, servilleteros para las tortillas y viendo a gente más pudiente con carritos donde con mayor facilidad podrían conducir sus mercancías. Pero si no llevabas nada de eso, a nadie se le ocurría discutir que el supermercado, incluso la Conasupo, debía contar con bolsas para empacar tu compra. Ya había el servicio que brindaban los “Cerillitos”, como se les decía desde entonces a los niños empacadores, natural aspiración de quienes necesitábamos dinero que en casa no podíamos recibir.

Abreviando, me tocó presenciar una ligera y breve atención a ese gremio. Primero para mejorar la calidad, atractivo y variedad de las bolsas (haciendo más competitivo al súper), segundo dándoles uniforme o anunciando que se tomaban algunas medidas de protección o cuidado por ser menores de edad, y tercero entre la primera y segunda generación de derechos humanos la paulatina desaparición de ellos o su sustitución por personas de edad avanzada (hacia la que ya avanzo) cuando se le identifico como un trabajo, que como tal está prohibido para los menores.

Los adultos mayores hicieron su aparición cuasi triunfal al final de las caja; pero su paso fue más acelerado, desde la marca que presumía que estaba empleando a gente dándoles esta “segunda oportunidad”, hasta vestirlos con el uniforme que anunciaba marcas o lo “a gusto” que se sentían con tener chamba. Eso, chamba, porque niños o adultos, el pago eran las propinas y nada más, que antes y ahora dependen de la disposición de quien compra la mercancía y sólo en mínima medida de la calidad del servicio y la diligencia con que realicen su labor, tan necesaria.

Las bolsas aguantaron varias “temporadas” que es como se mide la vida ahora. Pero un día, en nombre de la ecología, se inició la avanzada que anunció su desaparición y el regreso espectacular (y venta) de las iniciales bolsas de mandado o su triste remedo, las bolsas reusables, que a mano siempre están como los chocolates y papitas en el área de cajas. Tiene sentido, no digo que no. Pero jamás se consolidó ni la política pública ni la estrategia de empresas socialmente responsables que eliminaran totalmente los plásticos, y menos que hallaran una solución mejor.

Así que veo, en la rueca de los tiempos, el retorno de las siempre bien queridas por la mayoría, bolsas de plástico. En menos tamaños, un par por lo regular, pero la novedad es que, ¡adivinen!… ¡ahora se venden! ¡Sí! Algunos súper en la despectiva voz de más de uno de sus cajeros/as te recuerdan, si pides, que NO dan bolsas; pero puedes comprar una reusable (que no volverás a usar) por 10 ó más pesos, o comprar una de las de plástico, las de siempre, por menos pesos.

Por aquí va el tema, estimados amigos/as; cuento con su comentario y retroalimentación para entrar a detalles sobre acciones que podemos orquestar. Por lo pronto le aviso a los Oxxo que visito en Mérida que si empiezan a hacer lo que en otras latitudes hacen, de ofrecerte la misma bolsa gratuita pero por un peso registrable, como todo, van a saber más de mí, je. Y a mi, aún, querido Chedraui, que si deja de tener la hoy excepcional atención de tener bolsas en sus cajas para mí, conocerá la infidelidad que por años ha creído que de mí no recibiría.

No hay mal que dure 100 años, más temprano que tarde migra a su versión 2.0, 2.1, 3.0, etc… Pero si hay una población que los aguanta, orgullosa de su resiliencia. Aunque el político y propietario abusan, hasta que ciudadanos y consumidores se organizan.

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*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Especialista, Maestro y Licenciado en Psicología
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.

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