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Justicia: Volver Costumbre la Dignidad

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

Esta
semana tuve el placer y honor de participar en el programa de Lídice Rincón
Gallardo y Zulema Lugo, que amablemente me invitaron a compartir sobre una de
mis pasiones conocidas, ¡je!, la democracia participativa.

Entre
otros puntos comentados y reflexionados con ellas y Daniel Cervantes, Lídice me
hizo una pregunta, que quiero compartir. Esto porque siento zozobra al repensar
mi respuesta y me doy cuenta que no es la primera vez que respondo así.

Aquí
hablando del acceso a los derechos políticos, de la inclusión democrática para
personas que tienen alguna discapacidad. Todavía hace pocas semanas, mi buen
amigo, Luis Quintal, en sus cápsulas de SIPSE Deportes, me preguntaba lo
equivalente para la aplicación de los derechos humanos en el deporte. Y en ambos
casos y varios más, me doy cuenta que suelo dar un paso atrás a una pregunta
precisa, importante y urgente; sin saber si es para bien o para mal que dos
doctorados (uno en derechos humanos, ¡uf!) y 30 años de trabajar de varios
modos los temas han generado mejores preguntas aunque aún pocas respuestas.

Acudo de
nuevo a lo expresado hace un mes en este generoso espacio que brinda La Revista
Peninsular, donde argumenté el buen inicio que sería que toda persona pudiera
ejercer simplemente un derecho: el Derecho a Ser Humano. Que podría definirse
para fines operativos en “trata a los demás, como quieras ser tratado”, ya que
el buen ejercicio de tal derecho incluye todo lo que aceptaría recibir de los
demás por ser humano. “Si vale para mí, vale para las demás personas; si lo
considero válido hacia alguna otra persona, es porque es válido para o hacia mí”.

Lídice se
autodefine como una luchadora social, defensora de derechos humanos, activista,
mujer y feminista, todo lo cual yo veo, y añado: apasionada generadora de
alianzas para atender lo importante con urgencia. Su pregunta fue: ¿Cómo son
las acciones afirmativas para personas con discapacidad psicosocial, para
algunas de las cuales está en tela de juicio su capacidad jurídica, y otras requieren
de una capacitación para la comprensión de su derecho al voto? Esto para que
tengan una adecuada representación política y participen de manera plena y con
absoluta libertad.

Mi
respuesta fue que, definitivamente, tenemos una deuda histórica como sociedad,
como humanidad, con diversas personas por tener una condición particular, ya
sea de origen, de discapacidad, hasta hace poco incluso por sexo (que tampoco
se acaba de atender); la cual agrava una situación que, de tan común que es, se
nos escapa a la vista. Sigue sin resolverse que los derechos de las personas,
de las personas en general, en el mundo, el país o la comunidad se cumplan; se
tenga acceso a ellos, y más allá de que se respeten, cualquiera los pueda
ejercer.

Es
cotidiano y abrumadoramente normal que aun existiendo el derecho (en ley,
obvio), aun habiendo una institución y autoridades que cobran para
garantizarlo, aun conociendo yo o tú ese derecho, incluso a la letra, y estando
en la disposición de ejercerlo: a la hora de intentarlo no sea posible. Y puede
incluso haber previsiones institucionales y legales para lo que debería ocurrir
si no se nos da acceso a tal derecho, pero eso no significa ni que se logre
ejercer, ni que persona alguna sea sancionada por no cumplirlo o garantizarlo.

La
maldita posmodernidad nos ha convertido a la resiliencia en una capacidad, casi
una virtud humana para reponernos ante la adversidad; pero lo cierto es que en
la auténtica resiliencia volveríamos al estado original y fortalecidos/as por
haberlo resistido; en los casos de tolerar como normal estas situaciones
políticas, económicas e institucionales, al cabo de aguantar, quedamos cada día
en peor condición y con una sensación de indefensión o impotencia que avanza
hacia lo paralizante, luego de pasar por la triste resignación.

En
efecto, ampliando la respuesta a la importante pregunta de Lídice, existen lo
que ahora llamamos acciones afirmativas, versión institucional y académica de
lo que simplemente debería llamarse actos de justicia o ejercicios de
comunidad. Algunas de ellas logran efecto en favor de algunas de esas personas
que han vivido los efectos del desequilibrio o falta de sensibilidad social,
pero es raro que lo hagan de manera permanente, progresiva y definitivamente no
es generalizada.

Ya
llevamos siglos del postulado más actual de lo que quiero decir. Lo
posicionamos como lema de la Revolución Francesa, pero ya lo sabíamos desde
antes; y seguimos sin implementar la fórmula. En nombre de la libertad y la
igualdad se han escrito ríos de tinta y se han librado batallas presenciales,
virtuales e imaginarias, pero la ausencia del tercer ingrediente sigue siendo
evidente y pocos logran darnos luz de cómo implementarlo, sin lo cual los otros
dos siguen flotando en la cacerola, se consumen a discreción y nada más no
cuajan.

Es
absolutamente cierto que ha habido, hay y no se ve por dónde vayan a terminarse,
la miríada de injusticias que viven millones de personas, en especial quienes
tienen una condición que les complica hacer lo que las demás, y más aun si
están dentro de alguna “minoría”. Como también creo cierto que en la
generalidad de los intentos por resolverlos tomamos puntos de partida
parciales, intenciones circunstanciales y acciones asistemáticas que poco
ayudan a que lo invertido socialmente tenga el efecto que podríamos tener si
actuáramos en colectivo, pensáramos con estrategia y observáramos con cristales
meramente humanos.

Ayer,
recibí una llamada que acentuó o actualizó este estatus de justicia en el que
estamos acostumbrados a vivir. Una persona, a la que conozco poco, pero me
alcanza para decir que es bueno tenerle en el vecindario, persona sensible y
ocupada de sus asuntos, me llamó. No tenemos contacto frecuente, a pesar de lo
cual, me dijo, creyó que podría yo orientarle acerca de qué hacer con un
problema, ya que ha leído algunas veces lo que escribo.

Y temo
que poco pude decir y menos hacer. Con los recursos que cuenta y por una
necesidad física inició un tratamiento en una lugar que se anuncia como
especializado. Hizo pagos que representan una carga fuerte para su economía.
Recibió ya varias muestras de negligencia tanto del profesional que le atiende
(descuidos, falta de previsiones), como de lo que legalmente se llama
negligencia profesional (falta de pericia para ejercer lo que debería como
especialista). Al grado lamentable de la iatrogenia (cuando el propio profesional
genera alteraciones negativas al estado de la paciente).

Y hoy esta
persona se encuentra peor que como empezó en su estado de salud. Desesperada en
su estado de ánimo. Burlada en el tema económico. Impotente frente a la falta
de recursos para volver al menos al punto de partida e iniciar en otro lugar el
tratamiento y el de las nuevas afectaciones generadas en el proceso.

Sí. La
ley prevé que tiene alternativas, tanto por la inadecuada provisión de un
servicio de la clínica, como frente a la responsabilidad profesional de quien
se anuncia como especialista. Es evidente que esto no debió pasar, incluso a
reserva de escuchar a la otra parte. Y pareciera que la mínima solución estaría
dirigida a que le devuelvan su dinero.

Ahora
ayúdame a pensar, y escríbeme para que lo conversemos, fuera de opinar lo que
nos nazca, de desahogarnos por vivencias similares, de lucir nuestros
conocimientos sobre leyes o instituciones, de comentar libremente sobre lo que
juzguemos como errores o cosas que debieron hacerse: ¿Dónde hay una solución
para esta persona?

Lo
directo, asumiendo que eso mínimo es justo, sería que diga: “devuélveme mi
dinero”. Y lo correcto en ese caso sería que el especialista lo haga, y con
otro mínimo de educación, diga: “lo siento”. En la isla de Tomás Moro, donde
cada día las personas hacen lo que sirve para ser mejores humanos, eso pasaría.
Pero si en nuestra Blanca Mérida esa no es la respuesta que recibe, ¿qué puede
hacer? Sin que le acabe resultando más costosa, cansada, peligrosa o dolorosa la
búsqueda de justicia que lo que ya vivió.

Contratar
un abogado/a que demande… Acudir a la PROFECO, a la CODHEY, al Colegio de
Profesionistas del ramo de ese especialista… Enfrentar a la persona con
palabras o fuerza física… Hacerle pagar el daño y actitud con un daño recíproco
a sus instalaciones, bienes o fama pública… O sería mejor, “dejarlo por la
paz”, juntar otra vez la cantidad e iniciar de nuevo.

Si añado
aquí la edad de esa persona, sexo, origen, condición de sus capacidades o clase
social… ¿cambiaría la situación de injusticia y la falta de opciones para
resolverla? Yo pienso que no. Pero sin duda la percepción cambiaría si lo hago.
Y afortunadamente hay importantes y valiosas asociaciones civiles que
procurarían apoyarle si su descripción correspondiera con la lucha que
abanderan. Pero tampoco cuentan con la estructura y apoyo económico y social
como para llegar a todas las personas que quisieran.

Le
escuché. Le dije algo de lo que sé. Y le proporcioné posibles puntos de
contacto. Y sé que esto, como quiera que acabé será injusto, y saberlo ya es
lamentable; que así suceda será otro punto de retroceso para nuestra vida en
comunidad.

El Rincón
de Lídice, como se llama el programa de estas maravillosas mujeres, tiene por
lema “Hasta que la Dignidad se haga Costumbre”. Y es una de las mejores pistas
que puedo ver para levantar el vuelo con rumbo a ese destino de la justicia,
donde los derechos humanos sean los derechos para los humanos, donde
simplemente lo que nos importa incluya con claridad a lo que vive nuestra gente
como comunidad.

La
Dignidad, ya he dicho en muy apretado resumen, es la cualidad que nos hace
humanos. Mientras que las cosas tienen un valor, la naturaleza humana se
construye y valida sobre La Dignidad.

La larga
lista de derechos humanos acumulados en escritos por las instituciones y la
academia centran en este o aquel derecho lo que requiere presupuesto,
políticas, acciones o al menos reacciones. Personas que en verdad se dedican a
ello, logran algunas victorias caso a caso, para reponer las cosas a donde
siempre debieron estar. Pero vamos lento, y los casos siguen aumentando cada
día.

Por ello
(me justifico tal vez), doy ese paso atrás cuando respondo. La importancia de
cada caso y cada tema o causa no debe distraernos de la reflexión, primero
propia e inmediatamente después en nuestro micro cosmos de relaciones, de
volver a actuar la justicia en lo inmediato, con cada persona. Porque lo que le
pasa a ella, te puede pasar a ti (eso no asusta mucho, si no requieres ese
tratamiento), pero más importante, lo que no considerarías justo permitir
contigo o con alguien amado, tampoco debería estarle pasando a nadie más por el
simple hecho de que no le conocemos o tenemos afecto personal.

Las
autoridades a las que nombramos y les pagamos (y muy bien) para que nos provean
de las bases para que sea posible resolver situación por situación, tiene en
efecto una gran responsabilidad. Y seguiremos conversando de ello en otros
artículos. Pero hablar entre nosotros (o, peor, a solas) de lo que deberían
hacer o de sus malas intenciones o pésimo desempeño, ni hace que se enteren, ni
mucho menos que mejore el servicio que deben proveernos.

La
capacidad de indignarnos vicariamente, solidariamente, humanamente es la
urgencia principal y tenemos oportunidades de practicarla y actuar en
consecuencia con suficiente frecuencia. El reto es incluirla dentro de nuestras
prioridades, que no son egoístas, sino simplemente las que hemos aceptado hasta
hoy; pero eso puede cambiar, si quieres; y si no, no.

—————————————-
*Jorge Valladares Sánchez
Papá,
Ciudadano, Consultor.

Doctor
en Derechos Humanos.

Doctor
en Ciencias Sociales.

Psicólogo
y Abogado

Representante
de Nosotrxs, A.C. en Yucatán

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