Por Jorge Fernández Menéndez
Al presidente nacional del PAN, Ricardo Anaya, se le están complicando cada día más las cosas dentro de su propio partido, ante su intención, que no ha hecho pública pero que resulta demasiado obvia, de querer ser el candidato presidencial en 2018, olvidando aquella promesa de otorgar suelo parejo para los aspirantes del blanquiazul.
Lo que está sucediendo en el PAN puede terminar muy mal si no priva la sensatez y el sentido político, precisamente en el momento en que mayores posibilidades tiene de regresar a Los Pinos. Anaya ha sido un buen presidente del PAN: en su periodo como interino y ahora como presidente electo. Es un político joven y que puede tener gran proyección. Pero le está ganando la ambición. Puede ser un presidente del PAN con una fuerza notable y con enorme futuro, pero si se empeña en ser candidato presidencial desde el liderazgo partidario, lo único que logrará será romper al PAN y en lugar de llevarlo a Los Pinos lo hundirá en la incertidumbre.
Las declaraciones del gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez, en días pasados, recordando el peso que tendrán los once gobernadores del PAN a la hora de elegir candidato o candidata presidencial, no pueden ser ignoradas. Nosotros somos quienes vamos a terminar decidiendo la postulación, dijo en otras palabras Domínguez, quizás uno de los más (si no el que más) influyentes mandatarios del blanquiazul. Y tiene razón, los gobernadores fueron decisivos a la hora de designar, por ejemplo, en 2011 a Peña Nieto como candidato del PRI o seis años antes a Felipe Calderón en el PAN, a pesar de tener un presidente panista, como Vicente Fox.
La declaración de Domínguez fue una advertencia directa a Ricardo Anaya. Como lo es la carta que un grupo de destacados panistas, entre ellos Ernesto Cordero y Alberto Cárdenas, envió a Anaya pidiéndole, como antes ya lo habían hecho Rafael Moreno Valle y Margarita Zavala, suelo parejo en el proceso e insistiendo en que si Ricardo quiere ser candidato presidencial debe dejar la presidencia del partido.
Las propias respuestas evasivas de Anaya son las que alimentan la incertidumbre y las que lo están aislando de los principales protagonistas de la vida interna de su propio partido. Y son esas mismas indefiniciones las que pueden terminar afectando al PAN, incluso antes del 2018, en las elecciones del año próximo, sobre todo en el Estado de México.
En una situación de disputa interna ya no disimulada, el presidente del partido pierde peso e influencia y está a merced de las disputas y grillas de sus propias fuerzas y de sus adversarios. En esas condiciones todo se hace más complejo, en especial cuando se debe sacar candidaturas en el Estado de México en condiciones muy difíciles, cuando se puede ganar esa elección, pero se debe decidir si se va en alianza o no y cómo se designa, a partir de ello, una candidatura en un estado donde el PAN está ya de por sí dividido. Y lo mismo sucederá en Coahuila, donde también tiene posibilidades, e incluso en Nayarit y en las municipales de Veracruz.
La decisión está en las manos de Anaya, quien me imagino que quiere ganar tiempo para esperar que pasen los comicios de junio próximo y con buenos resultados en la mano, y concluyendo su periodo, pueda dar el salto a la candidatura presidencial. El problema es que en ese camino corre el serio riesgo de romper, antes o después, a su partido, demeritar la labor que ha realizado y alejarlo definitivamente de Los Pinos.
GUERRERO, POCO A POCO
El primer informe de gobierno de Héctor Astudillo encontrará a su estado, Guerrero, con una leve mejoría en medio del vendaval político que ha vivido en los últimos años. El desgobierno, la corrupción, la violencia y el crimen golpearon al estado como nunca antes, y en las administraciones de Ángel Aguirre y, sobre todo, en el tristemente célebre gobierno interino de Rogelio Ortega el vacío de poder fue absoluto.
La Coordinadora, llamada allí Ceteg, que está lejos de ser hegemónica entre los maestros del estado, había tomado al gobierno de rehén. Las bandas criminales mataban, secuestraban y controlaban extensas zonas del territorio del estado; los grupos guerrilleros operaban a la luz del día, a veces ni siquiera encubiertos; la impunidad era absoluta. Nadie puede decir que un año después de que inició el gobierno de Astudillo las cosas se han resuelto, pero por lo menos ha regresado la gobernabilidad en buena parte del estado, la Ceteg adquiere su verdadera dimensión, la violencia, en particular en Acapulco, se ha reducido desde la implementación, hace poco más de un mes, de un operativo con el gobierno federal.
Falta mucho por hacer en todos los frentes, pero es la primera vez en muchos años en la cual pareciera que el estado sabe hacia dónde quiere ir. No es poca cosa cuando se viene del caos.