Por Francisco Solís Peón
“Me da tristeza y al mismo tiempo me tranquiliza el asesinato de Obregón, así termina mi compromiso de colaborar con un gobierno de asesinos”.
José Vasconcelos.
Con la llegada del chacal Huerta a la presidencia de la república mi bisabuelo, Antonio Mediz Bolio, fue exiliado a Cuba, con el triunfo del constitucionalismo retornó y paulatinamente fue decepcionándose de los gobiernos subsecuentes que se decían a sí mismos “revolucionarios”, sin embargo terminó colaborando con ellos (no le quedaba de otra).
Ciertamente puede ser que mi formación marista me traicione pero desde muy niño siempre supe que había algo extraño en la historia “oficial” sobre eso que llaman “revolución mexicana”. En aquéllos lejanos días los libros de texto gratuito eran infames por lo que decidí acudir a personas que vivieron los años dizque revolucionarios y sus consecuencias muy de cerca, mi abuela Josefina primero, posteriormente ese par de santos Varones Don Salvador Mora y Don Benjamín Gómez, y así fueron transcurriendo mis mocedades. Ya en la ciudad de México pude tratar con historiadores de carrera, José Manuel Villalpando César, Jaime del Arenal Fenocchio, Alejandro Rosas, entre otros.
Siempre fueron las mismas historias que aunque contadas desde perspectivas diferentes nada o muy poco tenían que ver con la versión gubernamental.
Hace unos diez años el intelectual Macario Schettino publicó el libro “Cien años de confusión” (editorial Paidós” cuyo rigor histórico es innegable, se trata de una lectura obligatoria para los amantes del tema y de la verdad.
Para un servidor la mal llamada “revolución” no es más que un discurso y de los malos, para el autor se trata de una “narrativa que legitimó al régimen autoritario del siglo XX.
Pero dejemos que sea el mismo Schettino quien nos cuente:
“El siglo en México es el siglo de la revolución mexicana. Pero ésta es un concepto no un hecho histórico. La revolución que marca el siglo en nuestro país nunca existió. La revolución mexicana sobre la que se funda el régimen político que gobernó el país desde 1938 y por casi 50 años, y que sigue muy dentro del alma de los mexicanos, es una construcción cultural que sin duda toma los hechos históricos y les da un sentido, pero que no se corresponde con ellos”.
“En realidad lo que sucedió en México fue una guerra civil, desarticulada y anárquica causada por el régimen autoritario de un ya muy viejo Porfirio Díaz”.
Hasta donde sé no existe en USA un día de asueto para “celebrar” la guerra de secesión, y menos en España para celebrar la guerra civil. Eventos como esos por definición consisten básicamente en la incapacidad de un pueblo para ponerse de acuerdo consigo mismo de manera pacífica, en otras palabras es una celebración de la barbarie y en el caso mexicano con la posible excepción de Emiliano Zapata Adolfo de la Huerta y Felipe Ángeles, es el homenaje a la ambición desmedida de un puñado de perfectos hijos de puta.
En Francia, China y Rusia si hay un día de asueto porque esas si fueron revoluciones de verdad, en cambio en nuestro país pasamos de una dictadura unipersonal a una colectiva con una notable excepción: los políticos del liberalismo, y en estricto sentido Díaz lo era, compartían una virtud común incluyendo el dictador, una honestidad literalmente a prueba de balas, muy por el contrario, los generalotes primero, los abogados después, hasta finalizar con los economistas, simplemente nunca conocieron dicho concepto.
Fueron muchas las nefastas consecuencias de dicha guerra civil que no revolución pero para no deprimir a mis lectores voy a mencionar solo dos: La reforma agraria y el PRI. Que tuvo algo bueno pues sí, reivindicó un mexicanismo que viene desde tiempos prehispánicos, algo que en otros países latinoamericanos, digamos Perú, no se ha logrado.
En suma, para los millennials el 20 de noviembre significa solamente un día para no ir a clases. Poco a poco la propagandísticamente bautizada “revolución mexicana” va a termina siendo lo que realmente es, uno de los capítulos más trágicos de nuestra historia.