Pronto comenzarán los tiempos electorales y estos tiempos son necesariamente sinónimos de espejismo, de ficciones: mentiras políticas que serán mostradas con la intensión de que algún político llegue (o no llegue) al poder.
Pocos son los ensayos y exploraciones teóricas en relación a la mentira política. Una de las más antiguas, que sorprende por su vigencia actual, es el ensayo titulado “El arte de la mentira política” atribuido a Jonathan Swift datado en 1712.
El también autor de “Los viajes de Gulliver”, siguiendo el espíritu enciclopedista inglés -con una carga satírica importante- se aventuró a realizar una tipología de la mentira política, donde destacan tres: la mentira por aumento, la mentira calumniosa y la mentira por traslación.
Así, la mentira por aumento atribuye a un personaje político mayor reputación de la que le pertenece, para ponerlo en condiciones de servir a determinado fin o propósito. Este tipo de mentira hará recaer en un solo personaje político todas las virtudes, toda posibilidad de cambio y toda transformación posible.
Se construye como el todopoderoso capaz de cambiar la realidad con sólo tronar los dedos pero en definitiva, sólo miente para asegurar su triunfo electoral; le urge garantizar su acenso al poder a partir de inflar sus supuestas virtudes.
La segunda categoría, la mentira calumniosa, es aquella que intenta arrebatar a un político con una trayectoria competitiva la reputación que se ganó justamente. La llamada “guerra sucia” no es otra cosa que la selección de mentiras calumniosas o “verdades a medias” ordenadas estratégicamente para desprestigiar al rival político.
En el tercer tipo, la mentira por traslación es la que transfiere el mérito de una buena acción realizada por “alguien más” a “algún otro”, aparentemente poseedor de cualidades superiores. Aquí, el político en cuestión se convierte en un auténtico ladrón de trayectorias, logros institucionales y resultados de políticas públicas.
Puede que después de leer esto surjan muchísimas preguntas: ¿qué gusto tienen los políticos por mentir?, ¿por qué consumimos mentiras en cada proceso electoral?, y sobre todo ¿por qué elegimos gustos la que creemos la mejor mentira política?, ¿qué hay detrás del mercado de mentiras políticas? …
Para ninguna tengo respuestas pero puedo intentar dar alguna luz sobre otra que me quita el sueño: ¿cómo podemos hacer para vacunarnos de las mentiras políticas?
Contrastar y contrastar. Si una información parece falsa: contrastar con otras fuentes. Si una declaración parece exagerada: contrastar con expertos. Si una propuesta parece increíble: contrastar experiencias de otras partes del mundo. Si estamos indecisos sobre a quién elegir: contrastar trayectorias.
Tenemos que seguir. En algún momento se entenderá que estamos cansados de la mentira política, que queremos personas honorables y que deseamos políticos realmente capaces.
Pero no es de extrañar que, ante el contraste, ante la variedad de fuentes, ante la información, la mentira política se repliegue por un momento, para luego reagruparse, redefinirse. Ante nuestros intentos de contraste el mentiroso se volverá más sofisticado. No quedará entonces más que una opción: repetir la dosis.
Ir haciendo contrastes por todos lados es un ejercicio que se antoja cansado pero ¿no es el futuro el que está en juego?