La Revista

A propósito de mi padre

Carlos E. Bojórquez Urzaiz

Viene a cuento mi padre, con su presencia necesaria, a través de la revisión de un fragmento poético que reza:

Viejo de la barba blanca,

que contemplándome estás,

desde tu marco de bronce,

En mi mesa de pensar…

Siempre regresa con esa imagen venerable, en su inerte retrato, precisamente cuando el ego trata de subyugarme queriendo hacerme olvidar que nadie surge por generación espontánea, sino que resultamos de las semillas que nos dieron luz en el camino. Y eso que conmigo mi padre invirtió todos sus esfuerzos de madurez tranquila, con tal de verme con el alma libre y hablar palabras fieras, con esa magia que le venía de leer todas las tardes a Thomas Mann a quien recordaba por sus profundas reflexiones sobre el alma europea, durante la primera mitad del siglo XX.

Seguramente él es quien ha hecho más justicia conmigo, pues estoy seguro que por dejar de lado sus intereses propios y consagrar su vida y la pureza de su alma, repleta de errores, errores que no viene al caso recordar, mereció el cielo y un abrazó a las estrellas brillantes.

Una tarde cualquiera, dolorosa como ninguna que recuerde, supe que estaba cada vez más enfermo por la terquedad de no guardar los controles que le impuso el médico, y desde entonces lo miraba triste con los años graves que ayudaban poco a su restablecimiento. Recuerdo que en esa época se enfundó en un overol azul pavo y sentado en su sillón de lectura combinaba el cigarrillo sin boquilla que le había prohibido el doctor, con una taza de café amargo o a veces con unos tragos de ron. Fueron los años en que me incorporé al ritual de cigarrillo y del café con él, con mi madre y otros familiares. Sin embargo, desde esos tiempos reconocía -y ahora lo reconozco más- que mi padre era un hombre que portaba “… la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza de una roca.” No poseía más bienes que la certeza del amor que le teníamos, mientras todos estábamos seguros de que viviría poco ya que tenía tan quebrantada la salud que ninguna esperanza era posible.

Aparte del dolor que causó su tristísimo fallecimiento, aquel vacío que dejó entre nosotros me dictó muchas lecciones, acaso la más profunda fue no haberle pagado en vida la deuda por todo lo que hizo por mí, y aunque aprendí a venerarlo no lo amé bastante por no entender adecuadamente las razones de su vida. Duele no haberle dado las gracias cara a cara por su legado, y duele mucho más reconocerlo.

Por ese hecho, y debido a otras muchas razones, en la actualidad expreso gratitud a mis familiares y amigos a quemarropa, sin ambages, pues agradecer en vida lo que nos brindan los otros no es más que un acto de elemental justicia, una pizca de afecto indispensable. Y además de contar con el favor de mis familiares, recuerdo haber leído en un libro de mi madre, que José Martí recomendaba cultivar la amistad, bajo el siguiente tenor: “… y no está demás en el mundo lleno de maldad, buscarse amigos.” Muchos escaños de la vida los atravesé con la ayuda de mis amigos que no son sino otra manera de decir familia, y entre ellos, destacan los honrados maestros que me guiaron en busca del bien común.

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