Algo más que palabras, por:Víctor
Corcoba Herrero
Ante esta densa nube de tinieblas que nos circunda por todo el planeta,
no cabe la resignación, sino la lucha por defender la esperanza de toda vida,
por ínfima que nos parezca. Ha llegado el momento de alistarnos en el
abecedario del combate, que no es otro, que el lenguaje activista de la lucha
por lo armónico. Sin duda, por tanto, hemos de planificar otras actitudes,
otros miramientos en favor de lo que somos, otros cuidados más directos ante
tantos corazones destrozados, lo que nos exige mayor unión entre todos los
moradores. Podrá estar negro el horizonte, amenazarnos la tempestad, pero si
los pueblos se auxilian y las gentes se revelan ante las injusticias, más
pronto que tarde, volverá la ansiada quietud a nuestras existencias.
Indudablemente, hoy más que nunca necesitamos buenos gestores, para
contribuir a crear nuevas atmósferas más equitativas y nobles. Hacer familia es
importante y la humanidad debe entenderse antes de que le sorprenda el fin.
Igualmente nos sucede con los espacios vivos. Se acaba el tiempo para los
bosques, su superficie sigue reduciéndose. Sin embargo, Costa Rica, México, Guatemala
y Bolivia han puesto en marcha proyectos exitosos contra la deforestación, tal
y como reconoce Naciones Unidas, que son capaces de invertir la tendencia que
se vive, tanto en la región como a nivel mundial. De igual modo, a mi juicio,
es vital adoptar estrategias sociales para aliviar la pobreza y reducir esta
alarmante desigualdad que nos revierte en una inhumanidad sin precedentes en
nuestra historia.
Por eso, este urgente abecedario de combate que propongo tiene un fin
unitivo, y la comunidad internacional ha de contribuir de manera decidida a que
esa conjunción de caminos diversos, tenga a su término ese horizonte
humanístico esperanzador, con la asistencia a programas de desarrollo y
población en los países menos adelantados. La lucha no es de poder, sino de
madurez, de discernimiento, de batallar por la justicia, o si quieren, por ese
sentimiento poético que todo lo ennoblece en un corazón en verso. No lancemos
piedras contra nosotros mismos. Regresemos a esa conjunción de latidos, donde
nadie es más que nadie, y todos somos necesarios. Respaldemos, pues, los esfuerzos de esas poblaciones dispuestas
siempre a dar a su camino un enfoque global y solidario, creando espacios
verdes en zonas urbanas, garantizando la tenencia de tierras a los más vulnerables
para erradicar cuando menos el hambre, integrando y reintegrando sentimientos de
unidad por muy variados que sean los
entornos.
Lo decía en su tiempo, el inolvidable obispo y filósofo, San Agustín
(354-430): “En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y
en todas, la caridad”. Y, verdaderamente, pienso que la mejor manera de
inclusión no es dar migajas, sino hacer que puedan vivir sin recibirlas. En
consecuencia, la ofensiva pasa por donarse y perdonarse, por vivirse y revivirse
junto a nuestros análogos. Por otra parte, mientras que prosiga en gobierno el
poderoso caballero don dinero, la más arcaica de nuestras sombras, continuaremos
entre la espada y la pared. Penosamente vamos a poder humanizarnos, puesto que
seguirá aniquilando nuestros propios pulsos de honestidad. Desde luego, que
hace falta coraje para desterrarlo.
Sea como fuere, entre el poder y el capital nos hemos deshumanizado como
jamás, hasta convertir el astro en un referente comercial de esclavos. Todo es un
mercado para desgracia nuestra. Personalmente, me niego a convivir con este
abecedario destructor de dignidades. Hay que restaurar el sentido poético que
hay en nosotros, ese que es más de dar aire que de viciarlo, ese que es más de
dar vida que muerte, ese que es más de bondades que de maldades. Precisamente,
en ese abecedario de combate que hoy quiero relanzar con nítido entusiasmo, me
propongo y les propongo, fuerza y tesón para no ser engañados, ni seducidos con
las armas de los falsos lenguajes que todo lo envenenan y martirizan.
Pensemos en el fenómeno de la violencia que todo lo domina a su antojo,
volviéndonos prisioneros de su explotación, o de esos inocentes niños que no
conocen otra cosa que la guerra. Los datos ahí están. Son vidas andantes, y por
ende, preocupantes cifras. Desde
el año 2013, 2,6 millones de bebés han nacido en medio de la guerra y 300.000
niños están al borde de la muerte por desnutrición, lo acaba de revelar el
Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Ojalá surjan nuevos
liderazgos mundiales para propiciar la concordia antes de que sea demasiado
tarde. De una vez por todas, dejemos de fabricar armas. Es cuestión de querer.
Pongamos, a renglón seguido, voluntad de acción en ese nuevo abecedario anímico,
capaz de injertarnos sonrisas en lugar de peleas, autenticidad en vez de
hipocresía, sabiendo que no hay alianza sin rectitud, ni rectitud sin
clemencia.