La Revista

El paseo de las ánimas

Francisco Solís Peón
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Cultura, por: Francisco Solís Peón.

Al morir,
La aguja del instantero
Recorrerá su cuadrante
Todo cabrá en un instante…
Y será posible acaso
Vivir, después de haber muerto-
Xavier Viiaurrutia.

La noche del pasado 2 de noviembre de 2019 rumbo al
cementerio general de la ciudad de Mérida, un joven amigo oriundo ni más ni
menos que de Oaxaca, me expresó su sorpresa por todo el fenómeno cultural que
representa el Hanal Pixán. Es verdad, fuera de la CDMX difícilmente podremos
encontrar tal cantidad de ofertas lúdicas y artísticas como en la blanca
emeritense, a saber, bailables. exposiciones pictóricas y fotográficas, teatro,
conferencias, narraciones de leyendas y por supuesto la inigualable oferta
gastronómica encabezada por el imprescindible pib.

Mi amigo lo sintetizó de manera inmejorable: “En mi
tierra la fiesta de los muertos es precisamente eso, fiesta y nada más”.

Sabias palabras, pensé, y mientras caminábamos hacia
el camposanto, se fue ahondando en mí dicha reflexión. Ciertamente al igual que
en otras entidades, el toque de la región le otorga una personalidad propia a
una celebración determinada, si pasa de barrio en barrio, de pueblo en pueblo,
no es sorpresa que suceda de Estado a Estado; la fiesta es la celebración de
una identidad comunitaria cuya insignia o pretexto es la efigie de un santo.

Por eso la fiesta de los fieles difuntos en Yucatán es
tan especial, mucho más intimista y cálida que en el resto de la república,
incluyendo las de fama internacional como Xochimilco y Mixquic en Tláhuac.

Siendo un pueblo eminentemente cosmogónico, los mayas
se concebían como parte de un todo, sus dioses no eran ni guerreros ni
vengativos, sino justos, ordenados, pendientes de un eterno equilibrio. Por eso
no gustaban de los sacrificios humanos, las ofrendas venían de la propia
naturaleza a la que deificaban en sus manifestaciones más evidentes, el agua,
el fuego, la tierra que daba el maíz y por supuesto el cielo.

A diferencia de otras culturas prehispánicas donde el
hombre nacía muerto y vivía al capricho de los dioses, el maya vivía antes de
nacer y continuaba vivo aún después de la muerte, sabiéndose parte de un
mayúsculo estado de cosas perpetuamente encaminadas a la perfección divina.

Nuestros pasos nos acercan cada vez más al conjunto de
osarios, me percato de que urbanísticamente hablando el viejo sur ha conservado
una suerte de halo sombrío, tiene sentido si pensamos que fue la primera parte
de la ciudad en abarcar un cementerio, donde vivos y muertos conviven como
vecinos.

Las casas parecen haber estado ahí por siempre y de
alguna forma lo están, las estridencias de otras latitudes son inexistentes,
todos sonríen comenzando por los turistas, algunos juegan afuera de sus casas
en mesas improvisadas, cartas, dominó, otros solo conversan, toman café con
leche donde hacen “chuk” su pan de muerto y los menos, “gustan del fresco” a la
antigüita.

Los altares invaden las escarpas, el olor a
marquesitas hace lo propio con el aire, al paso de las ánimas me concentro en
una hermosa jovencita cuya piel rosada y sus ojos de zafiro delataban su linaje
nórdico, miraba la procesión literalmente boquiabierta, claro, la muerte tiene
connotaciones muy distintas en su tierra. La imagino maquillada de calavera, su
pelo blanco cenizo contrastaría agradablemente con los cientos de maquillados
de la misma manera, lo mismo junto a las estrambótica catrinas y hasta con los
chavos disfrazados de monstruos cinematográficos.

Hoy día de muertos, esta atolondrada muchacha a las
puertas de un panteón, representa que despojados de nuestro cuerpo no habrá más
belleza ni sufrimiento, porque el determinismo bíblico no admite excepciones,
al final todos somos polvo, el mismo polvo.

Francisco Solís Peón
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