Cultura, por: Francisco Solís Peón.
¿Cuántos ateos descubrirán a Dios en cada aterrizaje forzoso de mis aviones? Howard Huges.
Escribo esto la noche del 28 de octubre de 2020, fui testigo de la celebración de las fiestas que tienen por santo patrono a San Judas Tadeo, recibo también noticias de otros amigos devotos en el resto del país, desde la parroquia de San Hipólito en pleno centro histórico de la capital del país, hasta llegar a la Iglesia del santo en la colonia Díaz Ordaz de la ciudad de Mérida, pasando por cientos de lugares de culto, podemos decir que el denominador común fue el explicable descenso del número de feligreses que acudió físicamente a los templos para hacer patente su devoción.
Nada nuevo, sin embargo, a pesar de que la drástica caída en la asistencia con todo lo que eso conlleva, la falta de comercios informales, las improvisadas ferias en los atrios, la venta de artículos religiosos y alguno que otro fetiche etc. Uno podría pensar que la celebración resultaría desangelada y de alguna manera así fue, pero las afluencias fueron menores más no así la fe, la gente llegaba de forma constante, rezaba y se retiraba, no convivía como antes, pero existía esa característica mirada de complicidad de todos los que creemos las posibilidades milagrosas del santo.
¿Por qué este fenómeno mitad religioso y mitad sociológico tan peculiar? Podemos encontrar la respuesta en la génesis de la construcción de la imagen de San Judas como objeto de culto.
Recordemos que desde la alta edad media el temor religioso que imperaba en los primeros siglos del catolicismo llevaba por así decirlo, a una especie de auto adopción que encontraba una suerte de “padre protector en algún santo” pero había que ser cauto y cuidarse de defraudar al “Todopoderoso”, en esta dicotomía que hoy nos parece demencial (y al menos para algunos como un servidor también muy divertida) No es de extrañarse que no quisieran que Dios pensase que le rezaban a Judas Iscariote y solo quienes estaban verdaderamente desesperados, o los grandes pecadores que necesitaban de urgente redención le rezaban a San Judas Tadeo, de ahí su fama de milagroso.
Incluso la transformación de su efigie a lo largo del tiempo consagra en sí misma la evolución de la fe católica en su faceta doctrinaria: Primero se le representaba con un mazo que en la tradición católica significa martirio, después con una serie de espadas la más conocida una variante de sable persa, significa la etapa guerrera y hoy un saco o una moneda de oro con el rostro de Cristo, especialmente para los que piden tranquilidad a través de la seguridad económica.
Incluso los cuadros desde el renacimiento hasta nuestros días la evolución de la imagen no deja de ser ejemplificativa. De un santo feo pero sabio y humilde pasamos a una estampa a la que estamos hoy acostumbrados, un hombre de acciones perfectas, radiante, etéreo, con un notable parecido a Jesús y la imprescindible moneda o medalla de oro en el pecho.
Acostumbrados a la desazón, a la zozobra muchas veces a la franca tristeza, para los devotos de San Judas la pandemia no fue impedimento para festejar a nuestro santo patrono.
Un buen amigo, víctima de los tiempos aciagos que vivimos, me comentó: El próximo año voy a hacer un pib con la figura de San Judas Tadeo vaciada sobre la costra de masa hecha a partir de una rica salsa de tres quesos. Bueno, en realidad no creo que ni el santo ni Dios se ofendan porque alguien se gane la vida de manera honrada y taaan creativa.