Jason Bourne
La más reciente película de Matt Daimon y Paul Greengrass contiene gran acción, pero una trama genérica
Por Sergio López Aguirre
Han pasado nueve años desde la última vez que vimos a Matt Damon interpretar a uno de los agentes más famosos con las iniciales JB -ya saben, por James Bond, Jack Bauer o JB “Eggsy” de Kingsman: El servicio secreto- y la verdad es que muchos lo extrañábamos pero… ¿tanto como para querer ver otra aventura en cine? Veamos.
Jason Bourne se la vive ahora entre peleas clandestinas, quizá porque su amnésica memoria busca la forma de regresarlo constantemente al peligro, a la violencia, pero al mismo tiempo su pasado vuelve a él en forma de la exagente Nicky Parsons (Julia Stiles), quien descubre que hay más allá de la Operación Treadstone.
Paul Greengrass, junto con Christopher Rouse, su editor desde La supremacía Bourne, escriben la nueva aventura del agente y el resultado en papel es unthriller genérico, de esos que hemos visto un sinfín de veces: el villano que quiere obtener toda la información posible para tener el control. Pero no significa que esto sea algo malo, simplemente es una historia que, ejecutada en las manos correctas puede ser trepidante. Y, aunque esto lo logra Greengrass, no lo hace completamente.
La trilogía de Bourne se fue construyendo (en su gran mayoría) por el trabajo en guion de Tony Gilroy. Capítulo por capítulo íbamos descubriendo más sobre el origen de David Webb, simplificando el camino hasta llegar al climático último acto con Ultimatum, sin freno de principio a fin, pero con una sencillez exquisita porque sólo tenía un objetivo: descubrir al informante para llegar a la CIA.
Lo que sucede con este nuevo capítulo es que estamos comenzando de cero pero nuestro camino es una pendiente. Greengrass junto con Rouse –una extraña decisión que éste sea su primer crédito como escritor– construyen la historia pero, para generar el suspenso deben colocar diferentes piezas y escenarios que entorpecen el devenir de la acción, la cual está –como en cualquier película de Greengrass– presentada de manera soberbia, como pocos directores lo hacen.
Matt Damon domina su papel, mientras que Tommy Lee Jones y Vincent Cassel logran personajes creíbles en todo momento. Sin embargo, la duda está presente en el papel de Alicia Vikander, joven promesa de la CIA encargada de la división de operaciones cibernéticas, pero de quien no se sabe su verdadera psicología. Su personaje es plano, desdibujado, sin dimensión alguna.
Llegando al tercer acto, las piezas están acomodadas y la acción es todo lo que podemos esperar de una película de Bourne con una –quizá la mejor– secuencia de persecución de la franquicia. Quienes hayan visitado alguna vez Las Vegas, saben que ese lugar es precisamente la ciudad que nunca duerme y, por lo tanto, filmar a cualquier hora del día es un reto. Ver cómo una camioneta del equipo SWAT levanta por los aires una decena de autos con el Hotel Bellagio al fondo, es una extraña pero bella postal del lugar.
En 2012 tuvimos la aventura de Aaron Cross, escrita y dirigida por Tony Gilroy, y ahora sirve perfectamente de ejemplo para comprender mucho mejor la dinámica de la dupla Greengrass-Gilroy: mientras que El legado Bourne es construida lentamente pero con un guión de espionaje más establecido, sus secuencias de acción son genéricas –les falta ese toque Greengrass–, por su parte Jason Bourne goza de escenas perfectamente coreografiadas y de acción dirigidas con maestría, pero carece de un guion de espionaje trepidante –de nuevo, es ése toque Gilroy–.
Extrañabamos a Jason Bourne, pero por el buen sabor de boca que nos dejó enUltimatum. Sin embargo, verlo nuevamente en pantalla grande nos genera sentimientos encontrados, sigue peleando y destruyendo escenarios de forma casi artística, pero su guion se queda como la cantidad de palabras que dice el agente a lo largo de la película: corto.
Eso sí, lo que queremos que siga y nunca cambie en sus películas es escuchar “Extreme Ways” de Moby recién comiencen sus créditos finales.