Entretenimiento , por: David Moreno
¿Por qué nos enganchamos a una serie de televisión? Tal vez porque nos interesa su temática, porque en ella aparece alguna actriz o actor al que admiramos o quizá porque todo el mundo habla de lo que sucede en un determinado programa y entonces terminamos viéndola por un acto de mera socialización. Pero creo que el enganche más genuino a una serie de televisión se da cuando sus personajes nos interesan, nos importan, cuando la catarsis crea una sensación de identificación y empatía con las vidas de quienes vemos en pantalla.
Eso es lo que sucede cuando uno mira Paquita Salas. Todos los personajes de la serie logran que quien mira sus triunfos, fracasos, pesares y alegrías, termine no solamente por interesarse en ellos sino también por apropiárselos. Ello quizá se de porque difícilmente exista otra serie en la parrilla televisiva que desborde tanta humanidad. Porque si algo queda claro es que desde la propia Paquita, pasando por la entrañable Magüi Moreno, hasta cualquiera de las estrellas de la televisión y el cine español que pasan por el programa, es que estamos ante personajes escritos para presentar ese manojo de contradicciones que somos los seres humanos. Y eso es lo que convierte a Paquita Salas en una honesta, profunda, divertida y exuberante joya.
Para quienes aún no la han visto les pongo en contexto. Paquita Salas es una representante de artistas que ha tenido cierto éxito en su trabajo hasta que un día es abandonada por su mejor activo. Ello la obliga a tratar de reinventarse en un mundo que ha cambiado y al que tal vez ella no ha sabido adaptarse. Es el mundo de la tiranía del like, en el que las estrellas y su popularidad se miden por la cantidad de pulgares hacía arriba o menciones que puedan alcanzar en sus redes sociales aún que su talento sea cuestionable. El problema para Paquita (el fabuloso Brays Efe) es que ella es una representante de la vieja escuela, una que se involucra con los proyectos de sus clientes y también con su vida personal. Es una madre, una confidente, una mujer que no conoce de redes sociales pero que confía en la capacidad de unos churros con chocolate para poder solucionar cualquier tipo de contingencia. Toda la serie se convierte entonces en una lucha de personas honestas, algo ingenuas, que buscan encajar en un ambiente en el que el cinismo y las apariencias son lo más importante pero en el que son capaces de encontrar a seres humanos que también comparten sus mismos anhelos e inseguridades.
Lo anterior envuelto en una serie que envía al televidente cualquier cantidad de referencias a la cultura pop española contándonos a todo un país a través de la misma. Paquita Salas termina por convertirse en un homenaje a esa cultura, a lo que representa, y a lo que es capaz de lograr. Pone en la mesa asuntos que son importantes para España y para su actualidad política, en un país en el que la ultra derecha ha hecho irrupción contagiándose del virus extremista que parece recorrer a buena parte Occidente, los episodios de Paquita Salas son brutal y sutilmente contestatarios ante el odio que emanan Vox y sus socios planteando que no hay mejor respuesta ante el acecho de las fuerzas de la reacción que la solidaridad, el amor a la diversidad y la empatía por el otro, todo en medio de una estupenda combinación de drama y comedia encaminada a que sus personajes encuentren la redención particularmente después de haber tocado fondo en la entrega anterior.
Paquita Salas es una de las series más originales que se encuentran actualmente en la programación de Netflix. Es un ejemplo de creatividad, de originalidad y de amor por la producción televisiva de ficción como un método para contarnos a un país entero a través de un pequeño e íntimo producto que, tal vez sin proponérselo en un principio, se ha convertido en un amoroso fenómeno global.