En la pantalla, por: David Moreno.
Matrix es una de esas “sagas cinematográficas” que se volvieron legendarias a partir, sobre todo en la primera película, de una combinación de efectos especiales, cierta filosofía en su argumento – la especulación como herramienta principal – y un subtexto que en realidad era toda una declaración de principios por parte de sus directoras. Las Wachowski, realizadoras de la saga, plantearon en su momento una metáfora trans que ha ido resignificándose con el paso del tiempo y convirtiendo a la película en un objeto de cierto culto.
Entiendo desde el punto de vista económico cimentado en la poderosa industria de la nostalgia, la urgencia de Warner para regresar al “universo” de Matrix y no quedarse atrás en la serie de “revivals2 cinematográficos y/o televisivos que apelan a los dólares producidos por los recuerdos. De ahí surge Matrix: Resurrecciones, un intento por revivir toda la narrativa planteada en la película original (las secuelas son lamentables y creo que por ello se tomó la decisión de prácticamente ignorarlas) y regresar a Neo (Keanu Reeves) y a Trinity (Carrie-Anne Moss) a ese mundo virtual creado por máquinas para controlar a la humanidad. El resultado: la película más divertida de las cuatro que se han filmado.
Entiendo que Lanna Wachowski no se haya interesado por co dirigir con su hermana Lilly esta revisión fílmica de Matrix. Es una película llena de concesiones y más centrada en revivir ese amor entre Neo y Trinity, que en retomar los elementos metafóricos de las primeras entregas. Pero tal vez eso es lo que la hace aún más entretenida que aquellos filmes de finales del siglo pasado. En Resurrecciones, Neo se ha convertido en Thomas Anderson un exitoso programador de video juegos que se ha hecho inmensamente famoso por ser el creador de un juego llamado “The Matrix”, en el que ha volcado – sin estar consciente de ello – todos sus recuerdos sobre la guerra entre las máquinas y los seres humanos. Un recuerdo que incluye a Trinity, quien también ha regresado a la virtualidad sin la consciencia de lo que algún día fue para la humanidad. Toda la película girará en torno a la necesidad de que ambos recuerden lo que fueron para, de nuevo, salvar a la humanidad.
Lilly Wachowski ahora no recurre a ninguna metáfora. En pleno siglo XXI la necesidad de recurrir a esa figura no le parece necesaria. Una vez que Neo regresa nuevamente la consciencia se va a encontrar con un mundo en el que las máquinas, los humanos e incluso seres virtuales co-habitan. Los géneros e incluso las especies ya no existen y todos son declarados como seres sintientes capaces de – a partir de esa definición – cohabitar pacíficamente y arriesgar sus vidas para mantener esa armonía en contra de la violencia y la idea hegemónica generada por los creadores de la Matrix. Pero ese subtexto se queda corto ante la preponderancia que la directora le da a la relación entre Neo y Trinity. De hecho, cambia toda el aspecto mesiánico que tenía el personaje interpretado por Reeves para dárselo a la pareja que como tal adquiere la preponderancia para vencer de nuevo a la inteligencia artificial que ha esclavizado por décadas a la humanidad.
No quiero decir que con lo anterior la película se caiga, por el contrario esa falta de la pretensión que existía en la trilogía original convierte a resurrecciones en un producto entretenido (palomero, se diría en el argot cinéfilo) lleno de efectos visuales, explosiones y persecuciones a toda velocidad que contextualizan el reencuentro entre los dos personajes más icónicos y míticos que tiene Matrix. La química que existía entre Revees y Moss permanece intacta e incluso parece que con los años ha ido acrecentándose provocando que el espectador se preocupe por el destino que tendrá la pareja lo que es el principal objetivo del filme.
Matrix Resurrecciones una película que se inserta en un Hollywood que prefiere anclarse en la zona de confort de la nostalgia que transitar por el riesgo que implican las nuevas ideas, las nuevas historias. Hasta ahora es una fórmula que le está funcionando y es complicado que cambie mientras el público siga intentando revivir otros tiempos a través de lo que ve en una pantalla.