Cultura, por: Francisco Solís Peón.
Desde que tengo memoria, tal vez por las desangeladas celebraciones cívicas de la primaria, el himno nacional mexicano me parece un sonsonete bastante aburrido con una música muy de su época y una letra poco comprensible para la mayoría de las personas, por eso no transmite mayor mensaje.
Muy por el contrario, la primera vez que escuché la marsellesa sentí que mi corazón latía más fuerte, sin entender una pizca del idioma francés mi imaginación de niño suplía con creces mi falta de conocimiento.
Justo cuando cumplí once años cayó en mis manos un libro que para mí era en ese entonces por mucho la aventura literaria más extensa que había emprendido.
Me llevó el verano completo devorar las más de cuatrocientas páginas de los 31 capítulos (uno por entrega) que conforman la famosa novela folletinesca “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens.
Historia de dos ciudades o cómo Dickens demostró que la revolución está tan sobrevalorada como la paz social.
Historia de dos ciudades es la novela de Dickens que nos recuerda que dividir el mundo en bandos nunca fue buena idea… y que ni las buenas ni las malas razones están siempre y todas en el mismo bando.
Historia de dos ciudades es una de esas pequeñas joyas de la literatura que no sólo trasciende a su tiempo en lo artístico sino también en lo social, en lo político y, si me apuran, incluso en lo ético, lo moral y lo humano (entienda cada cual esos conceptos como quiera que los entienda); esta novela es una historia de personajes, como lo son todas las obras de Dickens, es una aventura y un drama de final sorprendente y un tanto inesperado (sólo un tanto) ambientada en dos ciudades europeas que en el S.XVIII parecían vivir momentos históricos diferentes: Londres y París, el Londres de Jorge III y el París Revolucionario. Vaya por delante que no es ésta una novela histórica… pero vaya por delante también que se aprende algo, sino mucho, de la historia que fue y es todavía hoy en gran medida con su lectura.
El reinado de Jorge III se suele describir como un tiempo de crecimiento y luz para lo que llegaría a ser el gran Imperio Británico salvo por un punto negro, la independencia de los primeros territorios americanos que llevaría al nacimiento de Estados Unidos pero eso quedaba muy lejos de Londres, una ciudad que vivía en paz… Dickens desvela en esta novela que no era esa paz para tanto, tampoco el bienestar ni mucho menos la felicidad; París por su parte era la ciudad de la Revolución, señalada como el origen de las libertades, de la ilustración, del mundo tal y como lo conocemos… Dickens desvela que no era tampoco tanta la liberación, que el odio campaba por sus respetos y los individuos importaban tan poco como habían importado siempre. Pero todo ésto Dickens no lo desvela desde una óptica política, es más, no lo dice ni lo cuenta, él sólo pinta un cuadro en el que transcurre una historia que nos atrapa y nos emociona de la primera página a la última para terminar recordándonos que nunca dividir el mundo en bandos fue buena idea.
Exactamente la misma fecha que comencé a leer Historia de dos ciudades, pero una década después me encontraba en parís disfrutando de un soberbio desfile en Campos Eliseos que incluía aviones supersónicos y osos rusos entre un sinfín de peculiaridades (al fin franceses), mi corazón volvió a latir como en mi niñez, era el 14 de julio de 1989, día de mi cumpleaños 21.
Esa vez intenté encontrar entre la multitud a los personajes de Dickens, no los vi entonces, ellos vinieron a mí ayer, el día de mi cumpleaños 52, después de una inefable conferencia mañanera imaginé a algunos de ellos tomando el té en el amplio corredor de mi casa, lloraban, no de nostalgia, de genuina tristeza por el mundo de hoy.