La Revista

El Chocolate [II]

Rubén Martínez Cisneros

Después de caminar unas calles en la colonia Juárez los amigos Andobas y Liborio llegan a su destino El Museo del Chocolate, en la calle Milán 45, en la taquilla mostraron sus respectivas credenciales del INAPAM para obtener un descuento e ingresar a la historia de esa delicia que es el chocolate.

En su recorrido por las diferentes salas los amigos se mostraron admirados por objetos, pinturas, información, historia relacionados con el cacao, ahí leyeron la admiración que mostró Hernán Cortés por la bebida espumosa que los mexicas consumían, plasmó en su Segunda Carta de Relación a Carlos V, fechada el 30 de octubre de 1520, en la que le decía, gracias a que sus soldados bebían chocolate podían “viajar todo un día sin tomar otro alimento…”.

También se enteraron que usaron al cacao como moneda de cambio, dándole así un valor añadido, “Se dice que, en las arcas reales de Tenochtitlan, se guardaban cantidades espectaculares de cacao, a manera de las bóvedas de los bancos modernos”, más aún, le comenta Andobas a Liborio, ve lo que dice aquí; “Durante la primera estancia en Tenochtitlán, con la intención de robarse el cacao que celosamente se guardaba en el Tecpan de Moctezuma, Pedro de Alvarado, con cincuenta españoles más se metieron a la Casa de Cacao. Había allí unas vasijas enormes de mimbre…Se robaron 600 cargas de las 40 mil que allí tenían guardadas”.

Por otra parte, el historiador Pedro Salmerón Sanginés, señala, “Cuenta la tradición que el cura Hidalgo Merendaba un chocolate con sus amigos los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama, cuando llegó Ignacio Allende a matacaballo para darles un recado de doña Josefa Ortiz de Domínguez; la conspiración de Querétaro había sido descubierta y sus participantes en aquella ciudad, aprehendidos”.

El cronista de la Ciudad de México, don Salvador Novo, escribe en su espléndido libro Historia Gastronómica de la Ciudad de México, Porrúa, El chocolate “agasajo de Guajaca”, se vuelve un verdadero vicio en Goethe, una vez que Humboldt, a su regreso del viaje a México, le comunica las virtudes de esa golosina con que el se complace en obsequiar a sus amistades”.

El propio autor de Los paseos de la Ciudad de México, cita a su antecesor don Artemio del Valle-Arizpe autor del relato Las damas chocolateras “que se hacían servir en plena misa y a toda hora en la iglesia grandes tazones de chocolate, para indignación del obispo don Bernardo de Salazar, quien tuvo que excomulgarlas…Sospechosamente, el obispo murió – a resueltas de haber bebido una taza de chocolate que prohibía”.

El 26 de julio de 1866, la emperatriz Carlota viaja a Francia; el 27 de septiembre de ese año se entrevista con el papa Pio IX en el Vaticano, el escritor Fernando del Paso en su libro Noticias del Imperio, retrata el momento, Max “…yo lo único que quería era mojar los dedos en ese líquido ardiente y espumoso que me habría de quemar…me abalancé sobre el tazón, metí los dedos en el chocolate del Papa”.

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