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Visita indeseable del COVID

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Por: Federico Berrueto.

Este espacio no ha sido ni será para ventilar asuntos personales, por dramáticos, urgentes o relevantes que parezcan. Ahora es así por que hay una enseñanza de por medio ante un riesgo mortal más próximo de lo que se piensa. Aquí y en el mundo la muerte tiene permiso y no hay descuido menor que impida que la ponzoña que le acompaña ingrese con disimulo letal en nuestros organismos. Todos estamos expuestos.

Días de temperatura y molestia confundidos con reacción a vacuna de influenza y un PCR negativo falso de afamado laboratorio -quizás por lo temprano de la infección- y las más de 48 horas de la entrega de resultado hicieron bajar la guardia. Los cuidados preventivos eran razonables, contacto social a distancia y mínimo. En algún momento un descuido, un error, la confianza que mata.

Una semana más, la fiebre persiste, el cuadro se complica. No se presentan las dolencias propias del COVID. Después de diez días de síntomas y con la salud en deterioro una nueva prueba, laboratorio distinto, con reporte más oportuno, ocho horas: positivo. Un neumólogo de excelencia, ordena un angiotac pulmonar: el virus ha atacado severamente los pulmones que registran inflamación generalizada. Dificultades para respirar, se opta por tratamiento en casa con oxigenación asistida.

La ciencia médica tiene sólidas pistas sobre qué hacer, el neumólogo receta una medicación a la altura de la crisis. El escenario próximo; intubación en instalación hospitalaria. La ciencia -quizás los tés, mantras y plegarias- hizo o hicieron su parte. Cuatro días después cede el virus, que se va, pero el daño queda. La disciplina y la fortaleza invertida desde hace tiempo en compañía de mi mujer Ana Luiza y la motivación de ver crecer a mi bebé dieron resultado; la recuperación viene pronto y plena.

No me perdono que pude haber contagiado a quienes más quiero y amo, los únicos con quienes realmente convivía. El virus es letal. Combatirlo requiere oportunidad, suerte y una infraestructura médica costosa, escasa y a la que es muy difícil acceder. Fui de los privilegiados. No hay de otra: prevenir, prevenir, prevenir. Es una locura exponerse al riesgo del contagio. La suerte de la fatalidad sea uno de diez (en México) o uno de treinta (mundial), es la ruleta rusa, a la que uno convoca al momento de contagio a los demás, casi siempre, a los que uno más ama.

Tengo la impresión que el responsable gubernamental de la lucha contra la pandemia, el Dr. López-Gatell ha mantenido una conducta francamente criminal. No lo digo desde el agravio o el impulso del enojo, sino por su evidente negligencia ante el tamaño de la amenaza que padecemos, y a su secuela que ha enlutado a cientos de miles de familias. Su resistencia a las pruebas es criminal, como también su ambigüedad sobre el uso del cubrebocas.

Es deseable que el Presidente, en el dolor propio en el que le acompaño por el deceso de su única hermana, le haga reflexionar y le lleve a removerlo a la brevedad. Ha dispensado mal la generosa confianza que le ha concedido. Sobra ciencia en casa para acometer un reto de tal magnitud.

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