Por: Cristina Padín.
Nunca volvió Ramón a tomar café, carajillo, en el bar del puerto. La última vez que salió a la mar la mar se quedó con su vida, y con sus sueños, y con la vida y los sueños de su familia y amigos. Desde niño veía en una aldea pequeña, donde había barquitos rojos y verdes y azules, y también barcos grandes. Hijo y nieto de marinero fue de igual modo marinero, pero no pudo jubilarse, una ola traicionera acabó con sus deseos de sacar en procesión a la Virgen cada julio.
Treinta años después de la pérdida de Ramón la aldea que ya era pueblo y seguía acariciando el mar dormía de nuevo noches inquietas. Una nueva desgracia agarrotaba corazones y almas. Porque detrás de cada tragedia entre la sal hay una Nochebuena que jamàs será la misma, una infancia que no crecerá como tenía que crecer, una mirada donde la luz se apague por la tristeza, una esperanza en combate con la desesperanza. Faltaba otro Ramón, otro hombre del mar, y en las aguas flotaban rosas. Besos y rezos para la Reina de los Mares.
Galicia
A cada persona del mar
A mi Luis
A la Virgen del Carmen
A Albriux
He llamado Ramón a los dos personajes de este cuento por mi primo y mi tío, Ramón y Ramón, tristemente fallecidos en diciembre y febrero