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Ya estamos en 2024

Pascal Beltrán del Rio
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Por: Pascal Beltrán del Río.

Poco duró el ánimo negociador del gobierno del
presidente Andrés Manuel López Obrador. Aunque por un momento se creó la idea
que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, había asumido el cargo, a
finales de agosto pasado, con la encomienda de encontrar puntos de
entendimiento con la oposición, la moderación tuvo corta vida.

Apenas se estaba organizando una mesa de diálogo en
Bucareli, con el Partido Acción Nacional, cuando el propio López Obrador se
encargó de echarle agua fría. “Somos radicales –advirtió a principios de enero,
respondiendo a una serie de entrevistas que dio el senador Ricardo Monreal–
porque queremos cambiar las cosas de raíz”.

El PRI, que parecía más proclive que el PAN a
encontrar puntos de coincidencia con el oficialismo, propuso que la discusión
de la reforma eléctrica de López Obrador se pospusiera para después de las
elecciones del 5 de junio.

Mientras tanto, se efectuó un parlamento abierto para
tratar de incorporar elementos técnicos en un debate que había sido puramente
político. Sin embargo, la decisión que llegó de Palacio Nacional fue no esperar
más y votar la iniciativa en plena Semana Santa, pasara lo que pasara, tronara
donde tronara.

Colgado de la brocha se quedó el coordinador
parlamentario morenista, Ignacio Mier, quien había divulgado que se platicaba
con la oposición para tomar en cuenta sus preocupaciones y crear
consensos.

Hubo un intento final por parte del Presidente de
doblar a los diputados priistas con el espantajo de que si votaban en contra
estarían negando a sus santones Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos, pero
nada que implicara un quid pro quo.

No sé si los resultados de esa estrategia –la derrota
de la iniciativa de reforma constitucional y el fortalecimiento del bloque
opositor– hayan sido mal procesados por parte del gobierno o sean exactamente
lo que estaba deseando. Lo cierto es que, a partir de ahora, no habrá otra sopa
que la confrontación.  

No se acusa de traición a la patria a un grupo de
diputados del que depende el éxito de las dos iniciativas que quedan pendientes
–reforma electoral y Guardia Nacional–, a menos de que ya se haya asumido que
no pasarán. ¿Quién negocia con traidores? ¿Quién, que sea tildado de traidor,
quiere dialogar en esos términos? No. La lógica indica que, para el
oficialismo, la tónica del resto de sexenio será la polarización, el contraste
y la confrontación.

Como la correlación de fuerzas en el Congreso no
permite pensar en ampliar el legado de modificaciones constitucionales, lo que
queda es librar desde ya la batalla por la sucesión presidencial, con las
elecciones de gobernador en ocho estados –seis este año y dos en 2023– como
únicas estaciones intermedias.

La apuesta del oficialismo es arriesgada. Es verdad
que López Obrador ganó la elección de 2018 con base en dividir a la sociedad
mexicana. Pero las condiciones en 2024 ¿serán las mismas que seis años atrás? Y
más importante: la simpatía por López Obrador ¿se puede transferir
automáticamente a quien sea el candidato o candidata del oficialismo?

Hay quienes dicen que el hecho de que la oposición aún
no tenga aspirante para competir en esos comicios es una ventaja para Morena y
sus aliados. No estoy tan seguro. Ningún opositor ha tenido que sufrir el
desgaste a que han sido sometidos Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, quienes
desde hace meses fueron lanzados al ruedo por López Obrador.

La mayor preocupación de la oposición en estos
momentos es mantenerse cohesionada. Pero de eso se ha encargado la decisión,
seguramente del propio Presidente, de negociar nada con ella.

Acusar de traición a la patria a los diputados del
bando contrario puede alimentar la visión de buenos contra malos de la que se
han servido López Obrador y sus compañeros de viaje, pero, al mismo tiempo,
asegura que sean menos probables las fisuras en el bloque opositor.

Para bien o para mal, la carrera presidencial de 2024
ya comenzó. Aún queda mucho por ver, desde luego, pero lo indudable es que, de
ahora en adelante toda la energía de los partidos y el gobierno se destinará a
crear las condiciones para ganar esa contienda.

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