Por: Cristina Padín
Érase una vez un niño. O una niña. Pero en el relato que nos
ocupa se trata de un niño. Uno que nació en una aldea. Pequeña, preciosa, llena
de costumbres, llena de chimeneas de abuelas, llena de verdad.
Y el niño jugó. Porque todos los niños tienen que jugar. Al aire
libre. Menos aparatos. Más bicicleta, más pandilla, más escondite, más vivir la
realidad. No esconderse tras una pantalla. Y el niño jugó. Infancia feliz..
El niño creyó en el esfuerzo. El estudio. En él.
Y el niño estudió. Mucho. Se entregó. Valoró lo que hacían sus
padres. Sus abuelos. Hizo los deberes. También se divirtió. Preparó los
exámenes. También lo pasó bien. El niño de la aldea vivió, aprendió. Supo esforzarse.
Y el niño creció. Es lo malo de la infancia: que se acaba. Y
el niño confió en sus posibilidades. Y siguió su camino. Caminó. Fue valiente.
Valiente es el que se atreve. El que trabaja. El que ofrece lo mejor de sí
mismo.
Y el niño triunfó. Tal vez sea uno de los mejores toreros
del mundo. O el futuro presidente del Gobierno. O uno de los futbolistas más
aclamados. O un violinista que enamora… o un fontanero. O un ser de mar.
Lo importante es la entrega. Y la valentía.
En este relato el niño es de aldea.. pero puede ser de otra parte..
Está dedicado a El Juli. A Raúl. A Ara Malikian..
A gallegos de Os Peares con mucha valentía
A los niños que se esfuerzan
A mi amiga Ascen
A la valentía
A mi querido Luis
Al toreo
A la música
A los jueves de Martín Códax
A la suerte
Y a la esperanza
A los M
Y a 177 brindis, ojalá