Por Edwin Carcaño Guerra MBA
El día de hoy México enfrenta una de las elecciones más decisivas de su historia contemporánea. La lucha entre los candidatos refleja grandes inconformidades sociales. El electorado se dice harto de la corrupción. La clase trabajadora está exhausta de enfrentar condiciones económicas difíciles. Las mujeres se quejan del alza de precios en la canasta básica. Los jóvenes idealizan un México mejor, pero no tienen claro qué rumbo debe tomar el país. La izquierda se ve tentadora, pero Venezuela, que siguió ese camino hace algunos años, no es el escenario que quieren los mexicanos.
Es importante recordar que la historia se escribe a partir del choque entre las instituciones y los individuos. Cuando las instituciones son fuertes, los individuos son débiles. Cuando la individualidad es fuerte, entonces la institucionalidad se debilita. Así ha ocurrido en la historia de la humanidad desde el nacimiento de la civilización. Los grandes Imperios se expanden cuando hay instituciones fuertes y decaen cuando sus instituciones son débiles. En la breve historia de México como país independiente el fenómeno institucional no es diferente.
Antes de la Guerra Civil Mexicana (Crisis de 1911 a 1937) las instituciones nacionales desaparecieron y un individuo llenó ese espacio: Don Porfirio Díaz. Cuando llega Madero a la presidencia de México, éste fue incapaz de llenar el vacío de poder que dejo el General Díaz. La paz llegó a México 26 años después, cuando la sociedad mexicana estuvo dispuesta a construir nuevas instituciones que llevaran progreso y bienestar a todos los rincones de la nación. Entonces México tuvo un nuevo surgimiento (1939 a 1959) y los mexicanos volvieron a la institucionalidad.
Hoy, las viejas instituciones gubernamentales que nos heredó Lázaro Cárdenas están obsoletas y ya nadie cree en ellas. Es un proceso natural que ocurre cada 100 años aproximadamente, en el que el viejo orden se derrumba y nace una nueva estructura social. Esta permite que la sociedad vuelva a tener paz y progreso. Hoy México está viviendo la etapa final del orden creado en 1938 con la nacionalización del petróleo. Hoy los mexicanos estamos en nuestro punto de menor institucionalidad del siglo XXI.
La mala relación que existe hoy entre los individuos y las instituciones causa mucho descontento social. Existen muchos kilómetros cuadrados de territorio nacional donde no hay institucionalidad y son grupos de individuos (Crimen organizado) los que mandan y causan terror entre los ciudadanos. El gobierno se percibe como un mal necesario que es incapaz de atender a sus ciudadanos. Y a esa mala imagen estructural, producto de la baja institucionalidad por la que atraviesa la nación, los candidatos la llaman corrupción.
Decir que declarándole la guerra a la corrupción y poniendo gente honesta en el gobierno es la solución a los males nacionales es tan falso como un billete de 7 dólares. Poner leyes y reglas más estrictas no soluciona nada. Involucrar ONG´s o a más ciudadanos, tampoco representa una opción para salvar a México. Ahí están las leyes de transparencia, gracias a las cuales todo lo que se hace durante una administración gubernamental es público para todo el pueblo. Hoy todos los mexicanos podemos ser auditores y exigir información pública.
La corrupción como hoy la vivimos y la sufrimos, no es el origen del mal sino una consecuencia de la crisis institucional que atraviesa México. Esta etapa de la historia es un difícil período de prueba del cual poco a poco los mexicanos vamos a salir. Pero este proceso lleva su tiempo. Así lo demuestran 5 mil años de historia. Pero pensar que un gobernante va a dar vuelta de timón y con ello creará una neo institucionalidad con sólo buenas intenciones es una mentira. Las generaciones más jóvenes de mexicanos son las que tendrán la tarea de construir un nuevo México.
Cuando México empiece a vivir de manera institucional, en todos los aspectos sociales, entonces la corrupción dejará de ser el cáncer que hoy es. ¿Cómo sabemos que las cosas van a mejorar? Cuando la institución más importante de la sociedad, la familia, vuelva a ser unida. Tenemos que ver disminuir la tasa de divorcios para que los niños crezcan con la fuerza y el ejemplo de un papá y una mamá unidos. Esos niños aprenderán a respetar las instituciones y podrán convivir mejor con ellas creando un mejor ambiente nacional.
Definitivamente, el combate a la corrupción es un engaño, puesto que no se va a solucionar de la manera en la que los candidatos nos la quieren vender. Castigar a los responsables de daños al patrimonio del país es fundamental para continuar funcionando, pero también hay que reconocer a todos esos ciudadanos que son héroes cumpliendo con su deber a la patria. Votar es importante pero más importante aún, es que todo el país comprenda que apoyando a las instituciones vamos a mejorar. El camino para un nuevo México es el de los ciudadanos uniéndose alrededor de las instituciones.