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ABCDE de la Formación Cívica 

Jorge Valladares Sánchez
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Jorge Valladares

Ser Ciudadano 

Por: Jorge Valladares Sánchez * 

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Dr. Jorge Valladares 

Inicio hoy el cumplimiento de un paso de los que considero de mayor prioridad y complejidad en el camino del Fortalecimiento de la Ciudadanía: integrar elementos pedagógicos fundamentales para dotar de contenidos y recursos a la formación cívica. 

Al cabo del reciente proceso electoral en México compartí en este espacio que amablemente nos brinda La Revista tres ejes sobre los que considero que habría de sostenerse la mecánica y dinámica hacia un cambio importante en la interacción ciudadana y la vida política. 

Ello como corolario de la activación inusitada de sectores de la sociedad que no habían participado abiertamente en lo que yo considero es el ejercicio ciudadano; motivada en buena parte por el peor sexenio que ha vivido la democracia en nuestro país, desde que empezó a verse como algo posible. 

El primero de los ejes sería propiciar la identidad y adscripción de las personas que se consideran ciudadanía activa, pues es la suma de esta gente la que puede llevar a lo que sea que cualquiera o muchas de ellas deseen que suceda. El segundo identificar y formalizar unas cuantas formas de participar o integrar acciones, desarrollando para cada una de ellas una sola plataforma o aplicación formal sobre la cual se pueda unir cualquier ciudadano/a u organización para aportar o recibir lo que aplique. 

Y el tercero da pie a este y siguientes artículos: formular elementos efectivamente generadores de conciencia, aprendizaje y formación ciudadana para que las personas que actualmente ya funcionan como Ciudadanía cuenten con herramientas para su actuar y para motivar y propiciar que personas que aún no se asumen en ese rol empiecen a hacerlo. 

Luego de una década de trabajo especializado en el tema de la educación cívica y la participación ciudadana y más de tres en el desarrollo de elementos pedagógicos y formativos de diferentes alcances y temáticas, entiendo con cierta claridad el alcance de este reto. Por ello, procede meramente una aportación que tenga esa finalidad y sea utensilio de quienes quieran sumar en esta aventura formativa, o uno (de muchos posibles) puntos de acceso de quienes gusten conocer más sobre estos temas. 

Empiezo con 5 artículos a manera de cápsulas conceptuales o pie de reflexiones sobre las que se puedan dar conversaciones o dinámicas que contribuyan a esas dos finalidades señaladas. Ya sea motivar a quien actualmente no se involucra, pues con el mero asimilar, discutir o confrontar estos puntos de vista estaría poniendo un primer pie en el terreno; o sea dar contenido a quienes ya están en alguna modalidad de acción en la que estas precisiones puedan ser de utilidad. 

Y, pues, para empezar por el principio, je, empecemos por el mismo ser o naturaleza de lo ciudadano; quitando un poco de la paja que impide habitualmente la conceptualización 


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y poniendo a la vista los componentes medulares de esta visión, que he compartido ya en varios espacios nacionales, tanto institucionales, como científicos y sociales. 

Me tomo la licencia de dar una definición propia, producto sí de lecturas varias, pero sobre todo con la intención de formular expresiones que puedan tener sentido para quien ha pasado ya por las frecuentes maneras en que se nos aleja de la comprensión e interés por el tema. 

Ser ciudadano es sentirse plenamente parte de una comunidad. Originalmente de la que formaban para organizarse los romanos y griegos, que eran en muchos sentidos distintas a las actuales, pero en esencia el nombre reflejaba esa forma de reconocer y otorgar la pertenencia al colectivo, en términos de derechos y obligaciones, como en esa época se tenían. 

De hecho las transformaciones sociales y culturales apenas alcanzan para mantener ese originen del concepto como idealización que se pueda asociar al nacimiento de la democracia y el derecho en esos siglos. Pero sí sirve pensar que, al igual que entonces, de entre el Pueblo, pocos pueden considerarse auténticamente ciudadanos, y en ello la distinción tiene que ver con derechos y obligaciones, que tienen que cumplirse para mantener tal condición. 

En poco más de un siglo ha habido una transformación jurídica muy acelerada, que ha dado prácticamente a cualquier persona la adscripción como ciudadano a partir de alcanzar cierta edad. Se establecen algunos otros requisitos, pero su cumplimiento es subjetivo y en general obviado para fines prácticos. 

Es por ello que se suele usar un adjetivo cuando queremos precisar el sentido especial de lo que esperamos o creemos que debe ser o hacer un ciudadano; mínimamente se suele añadir que un “buen” ciudadano debe o suele hacer esto o aquello. Podemos igual hablar de responsable, 100%, consciente, cumplido, activo, participativo, pero básicamente nos deja a la vista que mucha gente no, y alguna sí, tiene o hace algo que le diferencia del resto. 

Es por ello que en escritos previos me he tomado la licencia de llamar Pueblo al universo de personas a las que diversos demagogos, e incluso personas bien intencionadas, suelen referirse en sus mensajes para exaltar el derecho, la democracia o la participación. Y la palabra Ciudadanía para el colectivo que efectivamente se encuentra en algún grado activo y manifiesto involucrado en los temas que distinguen a esa cualidad. 

Doy por sabido que este uso no coincide con la ley, y que incluso entra en fricción con lo que establece el amplio y vago listado de obligaciones que podamos pretender que cumplan. Y también que ese “algún grado” deja un amplio margen de apreciación, del cual quiero ubicar su acento en el ámbito personal. 

Creo que el ser ciudadano, inicia por la auto percepción de hacer algo en ese sentido. Y solo en la suma de varias personas que coincidan en ello, tiene sentido pensar en un colectivo como Ciudadanía. Esto como alternativa al uso de la palabra o la adscripción externa de alguien que incluye en ella a toda la población o solo a quienes coinciden en sus ideas o prácticas. 

Debería ser muy simple, pero es complicado. Hay varias razones para ello, como el uso a conveniencia del concepto; la tendencia creciente de cada vez poner menos atención a los conceptos y dar por útil cualquier modo de llamarle a las cosas; y la facilidad con la que se reparten verbalmente derechos y adscripciones a personas que en realidad no las tienen. Quizá una forma de aclararlo sería imaginar una vuelta al origen. 


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¿Qué pasaría si un día despertáramos y de alguna forma nos enteramos que ya no hay gobierno alguno? Para no complicarlo mucho, todo en nuestra casa sigue prácticamente igual, pero a partir de ese momento no hay autoridad, servidor, instituciones, ni servicios y, por supuesto, tampoco ley, ni impuesto alguno a nuestro alrededor. Como que nuestra casa, y la de los vecinos, cayeron en una isla desierta… 

Corriendo rápido la escena por el tiempo que pasemos en comprenderlo, más tarde o más temprano nos daríamos cuenta de las necesidades y oportunidades que surgen de ese reinicio. Probablemente lo primero urgente sería asegurarnos de contar con agua, electricidad y otros suministros básicos, así como comida y demás elementos que nos permitan seguir viviendo, en la medida posible sin que se habrá una franca competencia para que quienes tengan más fuerza o armas puedan apoderarse del control. 

Suponiendo que lo logramos, muy pronto tendríamos a la vista dos cosas que hoy no son tan visibles. Uno, la forma en que tenemos que involucrarnos y aportar para recibir lo que necesitamos o estamos acostumbrados, en la medida más sana posible. Y dos, la importancia de organizarnos para que haya una coordinación efectiva de todo lo que va surgiendo, procurando poner a cargo a personas confiables para ese fin y asegurando que cumplan ese rol. 

Quien eligiera no salir de su casa y ponerse de acuerdo con las demás personas, pronto fallecería. Quien saliera de su casa a tratar de apoderarse de los recursos sin consideración a nadie más, pronto se vería enfrentado abiertamente con las demás personas que hubieran salido, en especial con las que se están organizando. 

El grado y forma en que esa colonia o calle estuviera previamente practicando vida comunitaria, tendría mucho que ver con la velocidad y efectividad con que podrían adaptarse y salir adelante. Claro, también la reacción de las personas, pero en igualdad de circunstancias, sería muy visible el peso de la experiencia que tuvieran las personas en participar, organizarse y colaborar. 

Al interior de cada casa, por supuesto, la personalidad y costumbres de los adultos marcarían la diferencia entre exigir a toda la familia involucrarse y aportar, o ser alguno de ellos quien responda hacia el vecindario en lo que se requiera. Pero en este ejemplo no es necesario entrar a ese ámbito. 

Esta idea pretende poner a la vista la forma en que podrían activarse las dos dimensiones que se suelen pedir a la condición de ciudadanía, con poco éxito en nuestra realidad actual. Quien quiera seguir siendo parte de la comunidad tiene que involucrarse y aportar (obligaciones) para poder recibir (derechos). Quien no se involucra se queda aislado y desaparece. 

Sería entonces muy fácil aplicar el concepto de ciudadano de esa isla, quien participa, aporta y, por tanto, recibe, lo es; quien no, no. Pero vivimos en un mundo que ya estaba armado y funcionando (o mal funcionando) cuando llegamos. Y no es perceptible esa necesidad de vida comunitaria participativa, diaria, comprometida y con consecuencias ante nuestra indiferencia o falta de involucración. Y se ha revestido de romanticismo y suposiciones, todo lo cual suele aprovecharse en la política, la academia y el comercio para sus propios fines. 

Vamos a lo que hay hoy. Es muy probable que si te preguntan si te sientes americano, mexicano, yucateco o meridano, respondas con orgullo que sí; o por lo menos afirmes con certeza que lo eres. Y sería fácil reforzarlo haciendo alusión a lo que de esas zonas geográficas o conceptos conoces, te gusta o te hace sentir bien. Si afinamos un poco 


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la pregunta y te pregunto si eres o te sientes ciudadano americano, mexicano, etc…, pocos asumirán que la pregunta ha cambiado y responderán lo mismo. 

Ya en una demarcación más pequeña, puede tomar más claridad el concepto y la diferencia. Al referirse a la zona, colonia o calle en la que vives, es menos frecuente que haya ese orgullo de identificarse, aunque hay barrios que sí lo tienen y se distinguen por ello. Incluso es más sencillo que ocurra en lo que habitualmente llamamos pueblos, en especial si son pequeños, donde la percepción de la población es similar al de una colonia en ciudades grandes. 

Ahora bien, al preguntar si realmente en cualquiera de esos ámbitos podrías afirmar “de aquí soy” la respuesta positiva frecuentemente contendría la certeza de vivir allí, pero al entrar al detalle de lo que haces para ser parte, la mayoría de las respuestas tendrían que ver con aspectos de tu vida y relaciones que bien podrían ocurrir en cualquier otro lugar en el que vivieras. Como haber vivido allí por mucho tiempo, tener familia y amigos, trabajar o hacer actividades allí o con gente de allí. 

Cada vez en menos calles y colonias o pueblos pequeños, pueden sus habitantes referir que se conocen o ayudan “entre todos” o que habitualmente se ocupan de situaciones comunitarias más allá de problemas ocasionales o del uso de espacios comunes. La mayoría de las acciones que realizamos en nuestro entorno son de carácter personal, familiar, ocupacional o de un círculo pequeño de amistades. 

Y es natural, pues es donde se desenvuelve nuestra vida. Pero existe alrededor algo más que una cantidad de personas y elementos del paisaje (natural o artificial) que representan elementos de la vida social y dan el sentido auténtico de comunidad. 

Damos por hecho que hay una estructura previa a nuestra inclusión en ese espacio, que lo conformó, y que de vez en cuando interviene en él; ya sea el gobierno, la iniciativa de personas en particular o situaciones fortuitas que generan algún cambio. De resto, mucha gente solo transita, contempla (o no) y usa el espacio abierto exterior a sus casas y centros de ocupación. 

Así como damos por hecho que existe un modo de aportar involuntario para que exista una administración que mantenga y a su entender atienda esos espacios. Pagamos activa o pasivamente impuestos, sobre los que podemos hablar y quejarnos, pero asumimos que forman parte de una estructura paralela, ajena o superior sobre la que no podemos hacer más. 

Las obligaciones son generalmente una simulación que pocas personas mencionarán y menos se encargarán de hacerte cumplir, fuera del pago de impuestos. Y peor simulación son los derechos, que para ser plenamente ejercidos suelen apoyarse en recursos adicionales a la mera pertenencia o sustituidos por dádivas entregadas a capricho de quien obtiene algún beneficio al otorgarlas. 

Es allí donde en la actualidad podemos posicionar el sentido de la ciudadanía como el acto de involucrarse más allá de las necesidades y ocupaciones familiares y personales en situaciones que puedan tener un impacto inmediato o a mediano plazo, en lo que tenemos en común con el resto de las personas de la demarcación a la que queramos referir nuestra pertenencia. 

El nombre genérico de ese espacio y procesos en los que interviene quien actúa como ciudadano es lo público. Y por el momento en el que nos integramos a este espacio y la forma en que lo encontramos armado, es a través de temas y situaciones específicas en las que se puede dar tal involucración y reivindicación comunitaria. Y para hacerlo se 


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requiere creciente efectividad en combinar la comprensión del deber ser del asunto, con la forma de incidir en que sea así como ocurra. 

Por supuesto, la elección de asuntos va virtuosamente apegada a las necesidades, intereses y preferencias de cada cual, ya que al involucrarnos en una causa o problema común, ayudamos a proveer para nuestra propia persona y familia, a la vez que sumamos a la integración de la comunidad y a su bienestar. 

Inicio pues con estas ideas básicas, porque lo que se genera desde los espacios académicos y de comunicación pública suelen empezar por elementos del derecho o de la historia, que nos alejan de dar un paso inicial o complementario en la dirección ciudadana. Y, peor, desde los discursos demagógicos de políticos perennes en competencia electoral o puestos gubernamentales, suele obviarse la comprensión de la forma en que hemos de involucrarnos al practicar ciudadanía, para solo adornar las palabras en la forma calculada en que ayudarán al apoyo o permisividad de sus acciones. 

Así que empecemos por la pregunta: ¿eres un ciudadano? Respóndeme que sí con una forma en que te involucras para el bienestar presente o próximo de tu comunidad, que te incluya, pero no solo a ti y tu familia o amigos. 

*Jorge Valladares Sánchez 

Papá, Ciudadano, Consultor. 

Doctor en Ciencias Sociales. 

Doctor en Derechos Humanos. 

Psicólogo y Abogado. 

Fundador de la Red Cívica Mx 

Representante en Yucatán de Nosotrxs por la Democracia

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