En un paso decisivo dentro del conflicto que ha marcado la agenda internacional en los últimos dos años, Hamás ha liberado a los últimos 20 rehenes israelíes vivos que permanecían en Gaza, mientras que Israel ha procedido con la liberación de casi 2 000 prisioneros palestinos, como parte de un acuerdo humanitario y de alto el fuego entre las partes.
El canje de rehenes por presos representa un momento simbólico de desescalada, aunque lleno de complejidad política, humana y jurídica. Las emociones afloran tanto en Israel como en los territorios palestinos, donde se entremezclan el alivio, la exigencia de justicia y la imposición de retos pendientes.
Detalles del intercambio y cifras clave
El intercambio se concretó tras un acuerdo entre Hamás e Israel, mediado en parte por actores internacionales y legitimado por la ratificación del gabinete de seguridad del gobierno israelí.
Por parte de Hamás, la entrega fue efectuada ante la Cruz Roja Internacional, que luego trasladó a los rehenes a territorio israelí para su evaluación y recepción por parte de autoridades competentes. En dos tandas —primero siete rehenes entregados en el norte de Gaza, luego los otros 13 en el sur— concluyó el proceso de liberación de los cautivos israelíes con vida.
Israel, por su parte, ha liberado unos 1 968 prisioneros palestinos, de los cuales 1 718 proceden de Gaza. De ese total, 250 tenían sentencias elevadas, incluyendo cadenas perpetuas; entre ellos, 154 serán deportados fuera de Israel.
No obstante, no todos los liberados regresarán a su lugar de origen: mientras algunos prisioneros volverán a Gaza o Cisjordania, otros enfrentan el destino del exilio forzoso, alejados de su tierra y familias. Ese aspecto ha sido denunciado como una medida punitiva que agrava la herida colectiva para muchas de las personas liberadas.
También queda pendiente la entrega de los cuerpos de 28 rehenes israelíes fallecidos, cuya restitución sigue siendo parte del acuerdo, aunque no está claro si ocurrirá al mismo tiempo que los vivos o de forma diferida.
Reacciones entre esperanza y cautela
El momento ha sido recibido con júbilo por cientos de familias israelíes que llevaban años exigiendo el regreso de sus seres queridos. En Tel Aviv, la plaza donde las autoridades proyectaban imágenes del intercambio se rebautizó como “plaza de los rehenes”, y allí se vivieron escenas de emoción, lágrimas y ovaciones cuando los convoyes con los liberados transitaban hacia territorios israelíes.
En los territorios palestinos, la liberación de los prisioneros generó festejos modestos y mezclados con advertencias: grupos de familias y organizaciones reconocen que esta liberación no corrige décadas de encarcelamientos sometidos a denuncias de arbitrariedad, ni alivia plenamente el dolor de quienes permanecen presos o cuyas vidas quedaron marcadas por el conflicto.
Para muchos palestinos, los prisioneros eran vistos como personas que respondieron a las dinámicas del conflicto, algunos con roles políticos o militantes, otros detenidos bajo acusaciones menores o detenciones administrativas. El canje, en su dimensión simbólica, refleja la importancia que ambas sociedades conceden al componente humano y simbólico de los cautivos y encarcelados.
Sin embargo, no faltan voces críticas: algunas advierten que liberar a prisioneros condenados por ataques que costaron vidas israelíes puede generar rechazo dentro de sectores más duros del electorado israelí. Otros recuerdan que la tregua y liberación pueden servir como paréntesis temporal, sin garantizar una solución estable al conflicto.
Implicaciones políticas y desafíos futuros
Este intercambio de cautivos y prisioneros se inscribe dentro de un acuerdo de alto el fuego que apunta, al menos en su primera fase, hacia la desescalada del conflicto en Gaza y el repliegue parcial de las fuerzas israelíes. La liberación de rehenes fue una condición esencial para la tregua, y su cumplimiento refuerza la credibilidad del pacto, aunque el camino hacia una paz duradera sigue siendo tortuoso.
Uno de los retos más acuciantes es garantizar que el alto el fuego no se rompa, que los acopios de ayuda humanitaria entren de manera segura y que quienes regresan a Gaza encuentren condiciones mínimas de subsistencia. Durante años de operaciones militares intensas, se han destruido infraestructuras vitales como viviendas, hospitales, redes eléctricas y sanitarias. Reconstruirlas requerirá recursos, acceso internacional supervisado y voluntad política sostenida.
También surge la pregunta sobre el destino de aquellos prisioneros no incluidos en el canje, entre ellos líderes relevantes cuyo nombre figuraba en negociaciones previas. Por ejemplo, la liberación de figuras destacadas como Marwan Barghouti no se concretó dentro de este pacto, lo cual deja abierta la posibilidad de nuevas exigencias o futuras fases de intercambio.
Otro punto crítico es la condición de los prisioneros deportados: alejados de sus hogares y comunidades, enfrentan desafíos múltiples para reintegrarse, reconstruir lazos sociales y acceder a medios de subsistencia. Este exilio forzoso puede generar resentimientos y agravios duraderos.
En Israel, la operación supone una prueba política para el gobierno de Benjamin Netanyahu, quien ha afirmado que la desmilitarización de Gaza es un objetivo. Él y sus aliados enfrentarán presión para evitar que grupos armados palestinos retomen capacidad de ataque o que se reactive la violencia ante cualquier incumplimiento.
Finalmente, el papel de mediadores internacionales (como Egipto, Catar, Estados Unidos) será fundamental para asegurar que el acuerdo se implemente, que se gestionen disputas y que las partes sientan garantías de que el alto el fuego representa algo más que una pausa.


