Por Marco Antonio Cortez Navarrete
La tendencia de muchos políticos a aferrarse al poder, incluso sacrificando sus convicciones ideológicas, responde a una combinación de factores humanos, estructurales y culturales.
En innumerables ocasiones decimos o escuchamos “son los mismos, estaban en tal o cual partido y tienen décadas colgados del presupuesto, cueste lo que cueste”, todas y todos lo saben; hoy son millonarios pero son un barril sin fondo”.
El poder, amables lectores, trae consigo beneficios materiales (salarios, contratos, influencias) y simbólicos (estatus, respeto, atención), lo que puede generar una fuerte motivación para conservar el poder a toda costa.
Estar en el poder otorga también visibilidad y, en algunos casos, inmunidad legal o política. Perder el cargo puede exponerlos a investigaciones, olvidos o pérdida de redes de apoyo.
En sistemas políticos débiles o con poca rendición de cuentas, es más fácil cambiar de partido o ideología sin consecuencias, ya que la lealtad ideológica tiene poco peso frente al pragmatismo del poder.
Siempre me pregunto: ¿sufren alguna enfermedad los políticos obsesionados con el poder?
Y la respuesta es que no necesariamente, pero algunos pueden mostrar rasgos de trastornos de personalidad, como narcisismo, necesidad
extrema de admiración, falta de empatía, sentido grandioso de importancia y también sufren una especie de trastorno antisocial de la personalidad (psicopatía) al tener total falta de remordimiento, manipulación, comportamiento impulsivo y megalomanía (no es un diagnóstico oficial, pero se usa para describir una obsesión con el poder y la grandeza).
También me he preguntado: ¿los gobernantes y políticos provienen de cunas humildes? y encuentro que no hay una regla fija. Existen casos de líderes autoritarios o ambiciosos que provenían de la pobreza o la marginación (ej. Napoleón y Hitler) pero también hay quienes pertenecen a élites privilegiadas (ej. monarcas o dictadores modernos). Lo importante es que, independientemente del origen, algunos desarrollan una relación obsesiva con el poder como forma de validación o seguridad.
Finalmente ¿cómo cambia la actitud del político cuando llega al poder? Al documentarme encontré la existencia del “síndrome de Hubris” que es un cambio de personalidad relacionado con el poder excesivo, caracterizado por arrogancia, desprecio por los demás y toma de decisiones imprudentes. Estas personas se rodean de aduladores y pierden contacto con la realidad y justifican decisiones autoritarias en nombre del “bien común”.
Por el momento es todo y que esta semana sea productiva y llena de esperanza y oportunidades.