A principio de los 80’s tuve la oportunidad colaborar brevemente como voluntario con las Madres de la Caridad (congregación religiosa fundada por la Madre Teresa de Calcuta) en sus labores de asistencia en algunas zonas pobres de México. Ellas trabajaban, en aquel entonces, en los alrededores del tiradero de basura del Distrito Federal, ubicado en los terrenos que hoy son la lujosa zona de Santa Fe.
El olor era insoportable, nauseabundo, asqueroso.
¿Cómo es posible que estas personas –los pepenadores- puedan trabajar soportando tal pestilencia? era nuestra pregunta natural, a lo que (con absoluta serenidad) nos respondió una de las monjas: “estas personas ya están absolutamente acostumbradas al mal olor de la basura”.
Menciono aquél recuerdo, porque creo que los seres humanos de hoy hemos permitido, soportado e incluso nos hemos acostumbrado a diversos tipos de basura, no sólo la de los desechos derivados de nuestra vida cotidiana, sino también a otro tipo de “basuras”.
Como bien mencionara el periodista Manuel Vincent, nuestra modernidad ha traído consigo:
-La “comida basura” ( también conocida como “comida chatarra”);
-La ” televisión basura” o telebasura;
-Los “fondos financieros basura”;
-El “periodismo basura”;
-La “educación basura”;
-La“información basura” (esa que inunda Internet y las redes sociales);
el “patriotismo basura”;
etc., etc., etc.
La llegada de esas “basuras”, han consolidado su presencia en muchas naciones. Las sociedades conviven con ellas e incluso han llegado a ser aceptadas como parte de su normalidad. Nos hemos acostumbrado a esas “basuras modernas”.
En la política, la producción de “basuras” no se queda atrás. Si bien la democracia global trajo libertades y prosperidad en muchas naciones del mundo, también existen casos de verdadera vergüenza: Políticos que mienten con tal de hacerse del poder; muchos gobernantes corruptos; dictadores disfrazados de falsos “demócratas”. Estos ejemplos y muchos más muestran cómo la democracia puede verse contagiada por la toxicidad de personajes que, en el que ejercicio del poder público, terminan por producir en los ciudadanos una profunda y, a veces, entendible decepción democrática.
Creo en la política y en la democracia, aún con sus defectos y riesgos. Estoy convencido de que, por supuesto, han existido grandes políticos y gobernantes que han brindado magníficos servicios a sus pueblos y al mundo. Por lo mismo y al igual que millones de seres humanos, veo con asombro y preocupación la irrupción de personajes como Donald Trump. La toxicidad cultural que personas como el Presidente electo de los EUA pueden producir, es un riesgo que nadie debe desdeñar. Hasta hoy, ha sido su palabra, su palabrería, sus ocurrencias de campaña, sus insolencias y amenazas xenófobas de toda índole. Promesas de un construir un muro en su frontera sur, olvidando que (durante las últimas décadas) el mundo ha buscado derribar los existentes. Advertencia de un futuro comercial global de fronteras cerradas. Propuestas de un proteccionismo que lo único que producirá será nuevos pobres. Promesas absurdas de un candidato que, en campaña, invocó a regresar a los EUA –y con ello, al mundo- hacia los años 80’s.
Hasta hace uno días era el candidato retador, el bravucón. Ganó las elecciones. Y aunque ahora ha mesurado su discurso, existe el riesgo de que este personaje decida pasar de las palabras a los hechos concretos.
Sus dichos en campaña huelen mal, muy mal, apestan, como la basura. Y aunque la pestilencia venga del país más poderoso de la Tierra, no nos obliga a todas las naciones a resignarnos a tener que soportar tal fetidez.
Los ciudadanos del mundo libre tenemos la obligación de expresar permanentemente nuestra oposición ante amenazas de tal calado. No hacerlo equivaldría a meter nuestra libertad y nuestros valores en el basurero.
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