Por Marco Antonio Cortez Navarrete
El Día del Padre es una celebración con profundas raíces emocionales, culturales y sociales, cuyo propósito principal es honrar la figura paterna y reconocer su influencia en la vida de los hijos y la sociedad en general.
El Día del Padre surgió en Estados Unidos a comienzos del siglo XX, se consolidó como complemento del Día de la Madre y aunque la idea cobró fuerza en 1910, no fue hasta 1972 que se reconoció oficialmente en EE. UU.
En América Latina y gran parte de Europa se celebra en junio, aunque la fecha varía según el país. El Día del Padre refuerza los lazos afectivos entre padres e hijos, en una etapa de agrado mutuo y gratitud.
Es una oportunidad para expresar cariño y reconocimiento a quienes, sin necesariamente ser biológicos, asumen un rol paternal y reconoce la evolución de la paternidad: de proveedor a figura presente, emocionalmente activa y comprometida.
Asimismo refuerza valores como responsabilidad, guía y ejemplo, así como el bienestar emocional en la familia. Debemos enfatizar que en el mundo contemporáneo, destaca la “paternidad activa”: padres involucrados en la crianza diaria, el apoyo escolar, el hogar y la salud emocional.
También genera un momento para reflexionar sobre nuevos modelos de familia—paternidades solteras, adoptivas, homoparentales—que reconfiguran el concepto tradicional.
Su celebración es una forma de agradecimiento y visibilización: se reconoce lo cotidiano y lo extraordinario de su labor, además fortalece del núcleo familiar: un momento de unión que genera recuerdos compartidos.
El Día del Padre no es solo un regalo o felicitación: es una instancia para reconocer el aporte vital de los hombres en la formación emocional, ética y social de las nuevas generaciones. Es una llamada a renovar los votos de compromiso, presencia y cuidado hacia quienes nos han acompañado en el camino.
Excelente!!!!