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Nunca es tarde para corregir nuestras miserias

Victor Corcoba Herrero
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Algo Más Que Palabras, por: Victor Corcoba Herrero.

Tenemos que limpiarnos de nuestras miserias, si en verdad queremos
alentar la esperanza en nuestras vidas. Que en la nación más rica del mundo tengamos
cuarenta millones de pobres es algo verdaderamente inhumano y cruel. Desfigura
nuestro propio rostro humanitario. Por tanto, es hora de que cesen en el mundo
las discriminaciones y los abusos, las violaciones y las violencias, que, en muchos casos, están
en el origen de nuestras desdichas. Cuando el poder no entiende de servicio, y
el dinero se convierte en el gran baluarte del camino, resulta imposible que se
pueda realizar una distribución equitativa de las riquezas. En consecuencia, es
menester poner en valor la justicia y el compartir, la sobriedad y la igualdad,
la solidaridad y la confianza, para retomar otro sentido más trascendente de
las cosas, con mayor perspectiva de futuro. Y en esto, requerimos unidad y
unión, aunque únicamente sea para algo
tan básico como activar el consuelo recíprocamente.

Estas carencias, de omitir principios en nuestra tarea
de convivir y caminar, nos despojan hasta del propio entusiasmo por vivir. Adquirir
otros hábitos más humanistas es un buen refugio contra casi todas las miserias
de la vida. Pensemos que de la pobreza surge la riqueza; de ahí lo
significativo que resulta imprimir acciones solidarias, de desprendimiento, ya
no sólo de lo superfluo, sino también de lo fundamental. Para empezar, entiendo
que no hay mayor injusticia que negar el trabajo y la realización de la persona
a un quehacer digno, justamente remunerado. A veces los recortes de impuestos
parecen diseñarse para los más pudientes, para maximizar la desigualdad y
llevar a la penuria a millones de seres humanos. La usura de algunos y el
desprecio hacia nuestros análogos, en ocasiones es tan palpable, que  empuja el odio y la venganza, junto a una
mentalidad egoísta, que dificulta enormemente el donarse a esas gentes
excluidas y marginadas, por una sociedad feroz y salvaje a más no poder. Ojalá
aprendamos a sembrar otras políticas más cooperantes, que nos reintegren y
normalicen mancomunadamente, comprometiéndonos con la equidad.  

 A mi juicio, ahora
tenemos una gran coyuntura de abandonar nuestras miserias, sobre todo aquellas
de inútil autosuficiencia o endiosamiento, pues en realidad estamos aquí para
tendernos puentes unos a otros. La oportunidad para hermanarnos es manifiesta.
Sin duda, nos hemos globalizado, pero no podemos seguir levantando fronteras,
hay que abrir horizontes sin miedo, no dejando a nadie en el trayecto. Cualquier
ser vivo se merece amparo. Cuesta creerlo, pero también a esas personas que
padecen algún desorden mental, solemos estigmatizarlas. De igual modo, con
demasiada frecuencia, pasamos por alto los derechos humanos básicos de nuestras
personas mayores. Por consiguiente, quizás sea el momento preciso de impulsar
otros programas más operativos, tanto a
nivel mundial como regional, de manera que cada pueblo pueda disponer de los
recursos necesarios para poder llevar a buen término una vida digna de sus
moradores. Es lo mínimo que puede pedirse. Por desgracia, nos hemos
acostumbrado a esparcir migajas, en lugar de comprometernos con la opción de
una verdadera política integradora que nos socialice y fraternice.

En cualquier caso,
nunca es tarde para corregir nuestras miserias, accionando con nuestra actitud
de hospitalidad, a través de un diálogo sincero y constructivo, la ansiada paz
social y el bien común. En efecto, hoy más que nunca necesitamos hacer todo lo
posible por ayudar a esas gentes que desean el retorno a sus hogares, el
reencuentro con la verdad, que es lo que verdaderamente nos sustenta y nos
sostiene en ese hacer más por todos, con menos derroches, y más amor. Esto
significa, que todo ser humano avanza, no aislándose, sino poniéndose en
colaboración con sus semejantes, más allá de lo meramente económico, puesto que
es un cúmulo de virtudes las que han de florecer, en esa búsqueda de
concurrencias, ante tantas situaciones humanas degradantes que nos acorralan.
Desde luego, una sociedad que oprime el alma y adoctrina conciencias, deja un
vacío que por muchas terapias que nos injertemos, vamos a sentirnos desmantelados.
Por eso, toca transformar esos corazones poderosos de piedra, en corazones
servidores de luz, de renuncia a uno mismo, de acogida y recogida de aquellos
con los que nadie quiere hallarse. En esto radica el gozo de la evolución. Lo
demás es falsedad.

Victor Corcoba Herrero
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