Fueron. Era uno de esos largos días de verano, de principios de verano… Se juntaban primos y amigos, y hacían las cosas más divertidas y bellas… Eran amantes del sol, de la guitarra, de los atardeceres en la playa, del toreo… y de todo lo que es bonito en la vida…
Alguien había hablado del lugar… y fueron. Se llamaba Virxe das Mareas. Un pequeño sitio mucho más allá de otro sitio ya pequeño! Algo más que un trozo de tierra al lado del mar… un sendero perdido en un trozo de alma… y unas calles estrechas con casas cuadradas…
Casas cuadradas en unas hileras lineales… y todas tan iguales y tan diferentes! Casas para aquellas personas que vivían de la sal y de las largas noches sin sombra… un arenal pequeño, muchos niños con sus risas y sus bicicletas, la tranquilidad etérea que huele a sencillez…
… unos árboles, allá lejos la isla acostando al sol en su cuna de plata, gentes aquí y allá en las ventanas con sus pláticas… un bar, y la capilla… una iglesia chiquitita con su Virxe das Mareas… Fueron. Llegaron caminando por el paseo de madera…
Y lo primero que hicieron fue ir a rezar a la Virgen…
Dedicado a un lugar que me maravillò
Y dedicado a las personas con las que quiero ir allí, con genios y magos, con mi Luis y su familia, con Pablo y Marta y sus papás, con mi María Basurto, con Ana y Jose y Hugo, con Adriana…
