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Enemigo invisible

Por Jesús Chavarría

Más allá de las ridículas aseveraciones que, en un afán completamente mercadológico, han pretendido vincular esta película con la obra del legendario Stanley Kubrick –de la cual, por supuesto, se encuentra a kilómetros de distancia–,Enemigo invisible o Eye in the Sky, por su título original, es un thriller en forma, cuya premisa no podemos negar que se antoja sumamente interesante y fue estrenada en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Toronto. La historia –que según palabras del mismo guionista Guy Hibbert (Cinco minutos de gloria y Omagh) surge de una idea que tuvo luego de visitar una feria de armas en París– nos cuenta cómo gracias al uso de tecnología de vanguardia, la inteligencia británica se infiltra en Kenia y logra localizar a un líder terrorista.
Primero tiene la intención de capturarlo, pero pronto esto se convierte en un intento de asesinarlo. Claro que este drástico cambio de planes, que incluye un letal ataque aéreo, viene acompañado de inevitables daños colaterales (como la posible muerte de civiles), que ponen en una posición delicada –por decirlo de alguna manera– a los distintos implicados en la misión.

El dilema es evidente y el conflicto es claro: los principios y valores morales nuevamente son puestos a prueba en una confrontación provocada por los avances armamentistas. Una interesante disyuntiva que la manufactura de la misma película también enfrenta y de la que por desgracia no sale del todo bien librada. Y es que a pesar de contar con todos los elementos necesarios para desarrollar el discurso crítico incisivo que promete con respecto a las intervenciones militares a distancia –en donde los soldados de campo son sustituidos por drones, dejando la total responsabilidad de los ataques a los operadores, diplomáticos y políticos–, el asunto queda en una reflexión de tintes melodramáticos que, aunque esboza cierta sátira, también recorre estereotipos y hasta algunos lugares comunes. Así pues, vemos militares que van desde los abnegados oficiales que con lágrimas en los ojos obedecen órdenes y accionan los controles, hasta los de altos rangos que, con una deslavada dignidad, asumen su papel de ejecutores de las políticas que se validan en una supuesta búsqueda de mantener la paz. Estos últimos, por cierto, son interpretados por actores de la talla de los británicos Hellen Mirren y Alan Rickman –este es uno de sus últimos trabajos–, cuyo oficio y capacidad les permite aportar el suficiente contenido emocional para que se sostengan personajes que de origen tienen muy pocos matices.

En contraparte está la forma en que el director sudafricano Gavin Hood –responsable de una estupenda adaptación de la novela El juego de Ender y la fallida X-Men Orígenes: Wolverine– se concentra en mostrar el uso de la tecnología de los drones en el campo militar, la que aquí se convierte en el principal acierto. La edición y el juego de las perspectivas derivan en secuencias dinámicas y envolventes que hacen una detallada decantación de las estrategias y del mecanismo de las cadenas de mando. Esto, aunado al efectivo manejo del ritmo, que no le da cuartel al espectador, deambulando entre la inquietud y la zozobra, es lo que hace que Enemigo invisible, aunque quede a deber en cuanto a la profundidad que promete de inicio, cumpla como entretenimiento y sea un producto inteligente que invita a la reflexión.

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