El líder espiritual tibetano Tenzin Gyatso, conocido como el XIV Dalái Lama, cumplirá noventa años el 6 de julio de 2025 y ha despejado cualquier duda sobre el futuro de su linaje al anunciar que habrá un XV Dalái Lama. En un video difundido desde Dharamsala, India, estableció que “solo el Gaden Phodrang Trust, una institución sin fines de lucro fundada por él, tiene la autoridad exclusiva para reconocer a su reencarnación”.
Con esta declaración, el Dalái Lama busca garantizar que su próxima encarnación se lleve a cabo siguiendo la tradición del budismo tibetano y fuera del control de China, que insiste en aplicar el sistema de la “urna dorada” y en aprobar con aprobación estatal cualquier sucesión. En su mensaje, enfatizó que “nadie más tiene ninguna autoridad para interferir en este asunto”, una respuesta directa a las declaraciones oficiales del régimen chino.
China, por su parte, mantiene que la reencarnación de los líderes budistas tibetanos —incluido el Dalái Lama— debe seguir sus procedimientos internos y recibir el visto bueno del Gobierno. Esta tensión histórica aumenta el riesgo de que, tras su partida, surja un cisma religioso con candidatos rivales: uno reconocido por China y otro por el clero tibetano en el exilio.
La experiencia con el XI Panchen Lama ejemplifica este riesgo. Tras el reconocimiento por parte del Dalái Lama de Gedhun Choekyi Nyima en 1995, el niño desapareció y China designó a Gyaltsen Norbu. Hoy, Norbu permanece en Beijing y su legitimidad es rechazada por gran parte de la comunidad tibetana.
India acudió en apoyo del Dalái Lama justo antes de su cumpleaños, con el ministro Kiren Rijiju declarando que solo el Dalái Lama y su institución pueden decidir sobre su reincarnación. Esta postura refuerza la política pacífica del líder tibetano, basada en el modelo de autonomía dentro de China —la llamada “Vía del Medio”— y reconoce su liderazgo moral en tiempos de presión diplomática.
La confección de un plan claro para la sucesión tiene profundas implicaciones religiosas, culturales y geopolíticas. Al afirmar que el proceso continuará bajo su tutela directa, el Dalái Lama busca preservar la continuidad del budismo tibetano y desafiar la creciente intervención política del régimen chino en asuntos espirituales. El enfrentamiento alrededor de la reencarnación del Dalái Lama se configura así como un nuevo episodio en la histórica tensión entre el exilio tibetano y Pekín, donde el control religioso adquiere un simbolismo estratégico.