Por Marco Antonio Cortez Navarrete
En mis poco más de cuatro décadas ejerciendo el periodismo, he aprendido —cada día con mayor claridad— que el alma y el espíritu de cualquier medio masivo de comunicación no radica en la infraestructura tecnológica ni en las oficinas administrativas.
El verdadero corazón de un medio está en sus reporteros, fotógrafos y camarógrafos, quienes, sin importar las condiciones, salen a la calle en busca de la noticia para mantener informada a la sociedad.
Recuerdo cuando inicié esta apasionante aventura en 1979. Solo llevaba conmigo una pluma y un block de papel cualquiera para registrar declaraciones e historias. Luego, las plasmaba en una vieja máquina de escribir Olivetti, hoy digna de museo. Aquel ejercicio artesanal, lento y reflexivo, contrastaba con la inmediatez de los tiempos actuales.
Hoy, las nuevas generaciones de periodistas se apoyan en herramientas digitales sofisticadas. Utilizan smartphones como grabadoras, cámaras e incluso como estaciones de trabajo portátiles con aplicaciones que transcriben lo dicho por los entrevistados en tiempo real. Las redes sociales, los editores de texto inteligentes y la nube han cambiado la forma de hacer periodismo, pero no su esencia.
Porque la esencia sigue siendo la misma: son los y las reporteras quienes, sin importar el calor, la lluvia, los días festivos o los riesgos personales, están en el lugar de los hechos para contarlos. Son ellas y ellos quienes preguntan, investigan, verifican, contrastan fuentes, y le dan forma humana y creíble a la información. En resumen, son los emisarios entre la realidad y la sociedad.
Mientras en las redacciones esperan editores, correctores y directivos, los periodistas de calle son quienes generan la materia prima sin la cual ningún medio podría funcionar. Una sala de redacción sin reporteros es una fábrica sin obreros, un escenario sin actores, un periódico sin titulares.
En la actualidad, cuando abundan las noticias falsas, los rumores virales y la desinformación, el valor del periodista en el campo se vuelve aún más crucial. Su presencia garantiza el contraste de datos, la verificación de fuentes y la responsabilidad ética del contenido. Frente a la inteligencia artificial, los algoritmos y los contenidos automatizados, el criterio humano del reportero sigue siendo irremplazable.
Pese a ello, los reporteros siguen siendo, muchas veces, los menos reconocidos y los más expuestos. En demasiadas ocasiones enfrentan condiciones laborales precarias, inseguridad y presiones de todo tipo. Y sin embargo, continúan porque el compromiso con la verdad y con el derecho del público a estar informado supera cualquier obstáculo.
En síntesis, sin reporteros no hay noticias, y sin noticias no hay medios de comunicación. Por eso, desde la experiencia que dan los años y el respeto que impone la vocación, insisto: podemos tener plataformas digitales, estudios de televisión modernos o emisoras de última generación, pero sin ese reportero que se lanza a la calle con la mirada atenta y la libreta en mano (física o digital), no tenemos nada.
Gracias por leerme
Sean felices 🫶