Por Ana Paulina Ortega Rosado (*)
Ante la próxima elección de jueces, magistrados y ministros, es importante reflexionar sobre el tipo de juzgadores que necesita nuestro país en un estadodemocrático. Este debate, aunque ya explorado en elámbito académico, debe ser parte de la conversaciónciudadana.
La democracia no fue inventada de una vez y para siempre, sino que ha evolucionado a lo largo del tiempo. Hoy en día, no se trata solo de contar votos, sino de garantizar la inclusión de todas las personas en la toma de decisiones y de asegurar que las minorías puedancuestionar las decisiones mayoritarias.
En este contexto, la justicia juega un papel clave. Los tribunales han sido espacios donde grupos desfavorecidoso minorías han logrado ser escuchados. El acceso a la justicia funciona como una “llave” que abre la puerta a derechos que de otro modo no se reconocerían. Por ejemplo, en Estados Unidos, el caso “Brown vs Board of Education” fue decisivo para desmantelar la segregaciónracial en las escuelas. En México, la Suprema Corte ha sido fundamental para reconocer el matrimonio igualitario.
Sin embargo, el rol activo de los jueces genera debate. Algunos consideran que los jueces deben actuar comoárbitros imparciales, aplicando las reglas sin interpretarlas. El presidente de la Corte Suprema de EE.UU. John Roberts comparó a los jueces con árbitros de béisbol, cuyotrabajo es “cantar bolas y strikes”, no crear las reglas del juego.
En el extremo opuesto, están quienes critican a los juecespor no ser lo suficientemente progresistas. La teoría del “constitucionalismo popular” sostiene que los juecesmuchas veces reflejan la opinión de las élites y no la del pueblo. Mark Tushnet argumenta que las decisionesjudiciales suelen llegar tarde y solo después de la presiónde movimientos sociales.
Existen casos que ilustran este dilema. Por ejemplo, un hombre con un tatuaje de una cruz esvástica fue despedidoy demandó por daños y perjuicios. La Suprema Corte mexicana determinó que el tatuaje representaba un “discurso de odio” no protegido por la libertad de expresión. En otro caso, la Corte tuvo que decidir si era constitucional que el Estado interviniera en la decisión de una familia raramuri que rechazó una transfusiónsanguínea para su hija por motivos religiosos. La Corte priorizó el derecho a la vida de la menor sobre la autonomía familiar.
Estos ejemplos muestran cómo las Cortes terminandecidiendo qué derechos tienen más peso. Esto ha generado críticas, ya que, según Tushnet, las altas cortes a menudo imponen la visión de las élites y no necesariamente la de la sociedad en su conjunto.
El verdadero rol de los jueces en una democracia no es imponer su visión, sino facilitar el diálogo. Por ejemplo, en el caso de las transfusiones y los Testigos de Jehová, hubiera sido valioso escuchar de forma más seria y respetuosa las razones espirituales y comunitarias de estacomunidad.
Para que los jueces puedan cumplir este rol es necesariogarantizar ciertas condiciones, como diseñar mecanismosde acceso a la justicia que permitan a los ciudadanosparticipar en el debate. Además, se requieren jueces con una sólida formación profesional, pero también con humildad, capaces de reconocer que no siempre tienen la última palabra y dispuestos a dialogar con la sociedad.
El error de los tribunales ha sido muchas veces alejarse de la ciudadanía en lugar de abrirse a ella. Los juecesconstitucionales pueden colaborar con las institucionesdemocráticas, pero deben recordar que, en muchos casos, la opinión de los grupos desaventajados ya fue derrotadaen la arena política, y justamente por eso su rol es escuchar y evitar imponer su propia concepción de justiciacomo la única o la correcta.
(*) Candidata a Magistrada de Circuito en materia Civil y Administrativa en Yucatán, Doctora en Derecho y profesora de la Universidad Marista de Mérida
