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Jorge Fernández Menéndez
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Por Jorge Fernández Menéndez

Días atrás, Andrés Manuel López Obrador, en entrevista con Carlos Loret de Mola, dijo que él se consideraba un candidato “antisistema”. Está de moda: dicen ser antisistema desde los dirigentes de Podemos, en España hasta los del Frente Nacional en Francia. Se asegura que el voto antisistema fue el que impuso el Brexit y ésa fue la carta de Donald Trump para ganar en Estados Unidos.
El problema es que se puede ganar siendo antisistema, pero luego se debe gobernar… con el sistema. La mayor paradoja del triunfo de Trump es que “el candidato antisistema” ha construido el equipo de gobierno más representativo del sistema en la historia de Estados Unidos: los miembros del gabinete de Trump son hombres y mujeres muy ricos, que provienen de los sectores financiero y petrolero, con intereses creados que generarán enormes conflictos. Y los que no pertenecen a ese grupo son militares de alta graduación de línea, todos, dura. En otras palabras, el gobierno Trump estará asentado en un banco de tres patas: el capital financiero (los mismos que fueron responsables de la crisis del 2008), el sector petrolero y el complejo militar-industrial. ¿Qué hay de antisistema en todo eso? No en vano Wall Street está viviendo una fiesta cotidiana desde que ganó Trump las elecciones.
No es esa una buena noticia. No se puede gobernar sin contrapesos. Tampoco se puede construir, como lo está haciendo Trump, una plutocracia. Un personaje al que nadie podrá acusar de antisistema y mucho menos de ser de izquierda o siquiera progresista, el general y presidente Dwight D. Eisenhower, dijo en enero de 1961, en su discurso de despedida a días de ser reemplazado por John F. Kennedy, que “nuestro trabajo, los recursos y los medios de subsistencia son todo lo que tenemos; así es la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y ese riesgo se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”.

Casi 56 años después ese riesgo se hará con el poder el próximo 20 de enero en Estados Unidos. El discurso antisistema es simplemente populismo, se presente de derecha o de izquierda, no es una ideología sino una forma de hacer política para ganar elecciones y tratar de mantener luego el apoyo social aunque casi siempre esas políticas populistas terminan sirviendo a las élites económicas (las existentes o las que ese mismo populismo crea: Trump se apoyará en las primeras, Chávez creó las segundas para su beneficio).

López Obrador no es antisistema: es populista que es otra cosa, pero está más que respaldado por fuerzas del sistema político y nunca ha intentado romper con “el sistema”. Lo que quiere es el poder y ni siquiera, como sucede con Trump, se sabe qué hará si en el 2018 llega a Los Pinos. La cantidad de promesas imposibles de cumplir son innumerables, pero son tantas y dichas durante tantos años, son tan contradictorias entre sí, que son como frases intercambiables que sirven para cualquier ocasión. López Obrador tiene una magnífica relación con la cúpula de la Iglesia católica y con sectores protestantes; tiene empresarios de enorme peso que lo financian; entre los políticos que lo rodean hay muchos conservadores y tradicionales; su discurso es duramente opositor pero no tiene nada de izquierdista o progresista; se opone a todas las leyes que otorguen mayores libertades civiles, precisamente, para no romper esos lazos con sectores conservadores y empresariales.
En definitiva: no es antisistema, es un hombre que busca, legítimamente, el poder. Por eso, como ocurre ahora con Trump, muchos dicen que si llega al poder en el 2018 no pasará nada, que ya no es un peligro para México. No sé si lo es, lo que sí es que sus propuestas políticas, como las de Trump o la de quienes apoyaron el Brexit son, por populista, erróneas.

Sinaloa y Tlaxcala

El 1 de enero habrá cambio de gobierno en Sinaloa y Tlaxcala. Dos estados bien gobernados, con tasas de crecimiento importantes y con dos nuevos gobernadores discretos, que hablan poco y han demostrado, desde las campañas, trabajar mucho. Malova, con todas sus cosas, deja su estado con tasas de crecimiento superiores al 8 por ciento, gracias al gran trabajo, entre otros, de su secretario de desarrollo económico Francisco Labastida Gómez de la Torre (hijo del excandidato presidencial). Quirino Ordaz, quien resultó un muy buen candidato, profundizará esas políticas con la nueva infraestructura y los proyectos estratégicos implementados en el estado.
Marco Mena en Tlaxacala será un buen gobernador. Un hombre serio, prudente, con sólida formación, que no busca protagonismo pero que detonará, con trabajo y poco rollo, el crecimiento estatal.

Jorge Fernández Menéndez
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