El pasado 10 de octubre de 2025, un episodio estremecedor reclamó atención mediática: un agente del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) rompió la ventana de un vehículo para detener a un hombre mexicano que llevaba consigo a su bebé. Aunque el incidente ocurrió en territorio estadounidense, el desenlace fue tan escandaloso como simbólico: el padre y su hijo fueron deportados a México.
Testigos y registros audiovisuales dan cuenta de la violencia abrupta con la que actuaron los agentes. En un video compartido en redes sociales se observa cómo el oficial golpea la ventana con un objeto contundente para acceder al interior. La escena se vuelve aún más desgarradora al advertir que dentro del auto se halla el menor, inmóvil ante el fragor de la intervención.
Este tipo de intervenciones pone en el centro del debate no sólo la aplicación de la ley migratoria, sino la protección de los derechos humanos fundamentales: ¿cuánta fuerza es legítima? ¿qué normas protegen a los menores frente a acciones estatales? La Convención sobre los Derechos del Niño y otras normas internacionales subrayan la prioridad del interés superior del menor, pero su puesta en práctica puede enfrentar resistencias institucionales.
La deportación simultánea de padre e hijo añade otra capa de complejidad. Algunos defensores de derechos humanos han señalado que estas medidas pueden vulnerar normas de no devolución y separación familiar, especialmente cuando el menor no posee ciudadanía estadounidense. En este caso, la acción generó indignación entre activistas y ciudadanos que cuestionan la proporcionalidad de la intervención y el respeto a garantías procesales.
Aun cuando las autoridades migratorias argumentan que su actuar se apega a procedimientos legales y a mandatos judiciales, el uso de la fuerza y la presencia de menores obligan a una revisión más rigurosa. Procedimientos internos, protocolos de actuación en detenciones con menores y mecanismos de vigilancia ciudadana deben converger para evitar que escenas como esta se repitan.
Este caso se suma a una larga lista de situaciones similares en las que la línea entre la fiscalización migratoria y la vulneración de derechos se vuelve borrosa. Es necesario impulsar auditorías independientes, fortalecer los mecanismos de denuncia y fomentar que cada acto estatal, por severo que sea, esté sujeto a escrutinio público.


