Por: David Moreno.
david.malborn@gmail.com
El periodismo es hoy en día uno de los oficios más
peligrosos que existen en México. Desde hace ya varios sexenios las mujeres y
los hombres que viven de la labor periodística ponen, en muchas ocasiones, en
juego su integridad física con cada nota, columna, fotografía, reportaje o
artículo publicado. Por lo tanto reflexionar sobre lo que significa en nuestro
país ser periodista en estos días resulta necesario. Es un ejercicio que se
hace de manera regular a través de los medios de comunicación, la academia o
las redes sociales, pero en pocas ocasiones se hace a través de productos de
ficción audiovisual. Por ello creo que la aparición de Tijuana en la
parrilla de Netflix es algo para celebrarse. Estamos ante una serie que
permite que el espectador reflexione sobre el quehacer periodístico y entienda
las dimensiones e implicaciones por las que hoy atraviesan los periodistas
mexicanos.
No es ninguna casualidad que los creadores de la serie, Zayre
Ferrer y Daniel Posada, hayan decidido centrar su narrativa en la
historia de un medio de comunicación de una ciudad tan compleja como lo es
Tijuana. Una ciudad cuya dinámica está marcada por su situación geográfica y la
interacción que tiene con los Estados Unidos y que ha sido contada con
originalidad y valentía por sus periódicos y revistas destacando sin lugar a
dudas el Semanario Zeta, en cuya historia se sustenta en gran medida el
ficticio Frente Tijuana la revista semanal en la que trabajan los
protagonistas del programa. Las similitudes son muchas partiendo del asesinato
de uno de los fundadores del Frente, Iván Rosa (Roberto Sosa),
quien muere a manos del colaborador de un político y excéntrico dueño de
casinos llamado G. Muller (Rodrigo Abed), tal y como sucedió con
el fundador de Zeta Héctor “El Gato” Félix Miranda cuyo crimen fue a
manos de dos guardaespaldas de Jorge Hank Rhon a quien nunca se le
reconoció como el autor intelectual del artero homicidio. Una historia verídica
que sustenta a la ficción y por lo tanto le brinda de un sólido cimiento de
credibilidad.
El crimen de Rosa es uno de los puntos de partida de
Tijuana, el otro es el asesinato de un candidato a la gubernatura de Baja
California del cual es testigo una joven periodista llamada Gabriela
Cisneros (Tamara Vallarta) quien a partir de entonces se integrará
al equipo del Frente Tijuana para indagar en las razones por las que el
candidato fue asesinado. Se forma entonces un equipo de trabajo liderado por el
experimentado Antonio Borja (Damián Alcázar) cuya intachable
ética de trabajo es lo que ha sostenido al medio ante los embates tanto de
políticos corruptos como de los capos del narco. A Borja le acompañan un grupo de
personajes que hacen del Frente Tijuana un oasis para el periodismo de
investigación. A partir de ahí, toda la serie se convierte en una mirada a la
intimidad de una redacción que es, ante todo, un retrato de lo que debe ser una
buena práctica periodística, una mesa en la que sus integrantes hacen las
preguntas pertinentes para llevar a cabo su labor siempre en el marco de un
comportamiento ético que busca alejarse económicamente del poder político para así
poder mantener una independencia editorial que a su vez se traduzca en lectores
informados con la mayor veracidad posible. Todo en el medio de un contexto de
alto riesgo provocado no solamente por los intereses políticos y económicos que
se van tocando conforme la investigación avanza, sino también por el enorme
peligro que representa la relación que esos intereses tienen con el despiadado crimen
organizado. Eso sin dejar a un lado las vidas personales de los trabajadores
del semanario y como éstas son tocadas inevitablemente por su oficio.
Tijuana es una serie necesaria. Lo es aún más en un país
que no ha podido desde hace ya varios años parar la violencia que se ejerce en
contra de quienes cuentan su historia diariamente. Presentada en su forma como
un apasionante thriller, en el fondo confronta al espectador con una realidad
cruda y brutal que le lleva a preguntarse si aún es posible encontrar
periodistas que vayan tras los hechos armados solamente con el escudo de su
propia ética para acercarse no a la objetividad inexistente en el periodismo sino
a la honestidad que es indispensable para el éxito de su labor.
Un logro.