Por: Jorge Valladares Sánchez *.
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(Juegos de Niños de Hoy)
Ana le canta a Elsa: ¿Y si hacemos un muñeco? A través de la puerta que Elsa no abrirá por años, pues sabe que algo malo y peligroso pasa con ella y que debe aislarse de su hermana y de su pueblo, para que no les afecte lo que ella tiene, sin saber porqué. Ana no entiende (no hay respuestas) y sólo capta el distanciamiento, concluye que Elsa es rara, que no la quiere como antes, que ya no jugarán más como cuando pequeñas. Los papás ya no están. Otros adultos no intervienen.
Y mientras tanto, en la Facultad de Matemáticas de nuestra tranquila y Blanca Mérida, El Universal, Excelsior y diversos medios locales, informan de la amenaza de un tiroteo, para luego dejarnos saber que se trataba de una broma, aparentemente sacada de contexto por la maravilla de las aplicaciones y redes electrónicas. Ya el autor de la amenaza, broma o malentendido no es un niño, así que no cuenta como juego, aunque él afirmó que sí, que “estaba jugando” y “sólo tenía ganas de pasar el rato”… pero entre los chats y las viralizaciones se alertó y activó a los comentarios de una amplia cantidad de personas en el Estado. autoridades, profesionales, compañeros, opinadores habituales, padres…
Quizás la reacción pública local tenga algo que ver con que, desde Monterrey, apenas dos años atrás, nos llegó un video donde pudimos ver cómo alumnos y maestra eran baleados en un salón de clase a manos de un chico que hoy tendría una edad similar a la de nuestro aburrido bromista, si no fuera porque al final del episodio se pegó un balazo que terminó también con su vida. Y la “tranquilidad” de saber que en el caso de Mérida sólo fue una broma juvenil se volvió a perder unos días después cuando desde un colegio privado se anuncia que otro joven también dijo estar listo para realizar un tiroteo.
En los cuentos de princesas siempre hay un hechizo o un ser malvado que origina la cadena de males, que al cabo del tiempo y con el acto de amor adecuado habrán de solucionarse para vivir por siempre felices. Pero ¿dónde podemos ubicar el origen de nuestros chicos que, en broma o en serio, toman la decisión de amenazar su vida y la ajena? Y más importante aún, como comunidad, como profesionales, pero sobre todo como familias: ¿qué procede hacer para que esto no se repita?
Lo habitual son las posiciones parciales y extremas. Culpar a quien realiza la acción, porque ya no son niños, saben lo que hacen y no merecen más que un castigo ejemplar. O tejer un velo de protección misericorde a su alrededor, pues son los padres, la sociedad, los maestros, la maldita posmodernidad o el gobierno quienes generan ese daño en nuestros niños y jóvenes. Asumirlos como psicópatas o como víctimas. Exigir de las autoridades escolares y de gobierno un actuar ejemplar, contundente e inmediato (e incluso asegurar que debieron prevenir algo que nadie esperaba que pasara). Argumentar luego de ocurridos los hechos nos convierte en jueces implacables, omniscientes, distantes.
La semana pasada, en este espacio que amablemente brinda La Revista, escribí sobre la necesidad de visualizar la salud mental como un asunto de la vida diaria, pues “todos podemos ser Guasón”. Coincidentemente, nuestro primer amenazador, dijo haberse inspirado en él. Habrá quien afirme que eso no es inspiración sino perversión, quien diga que por eso no deben existir películas como esa, quien asegure que es sólo una excusa del joven e incluso quien esté pensando que es una tontería estarlo mencionando.
Como psicólogo, como abogado, como científico, como papá, como servidor público y como afortunado miembro de la comunidad yucateca llego a la misma conclusión… Tenemos que ampliar nuestra visión, compartir más nuestros sentimientos, dialogar y buscar encuentros y soluciones, para poder persistir en formas de relación que nos hagan mejores personas. Y entre mayores y mejores oportunidades hayamos tenido, más responsabilidad tenemos de procurar esta forma de vivir en sociedad, en vecindad y en familia.
Hay una tendencia demasiado habitual a confundir el entendimiento de una situación con su consentimiento. Analizar porqué un chico llega al extremo de disparar y otro hace la tontería de bromear sobre algo tan delicado sirve para prevenir, para apoyar, para resolver, para mejorar; no sólo para ellos, sino para todos los que somos parte de la misma comunidad. Mi primer contacto con la noticia no fue en las redes electrónicas, sino cuando mi hijo me comentó que ese día podríamos vernos más temprano, pues sus compañeros estaban pensando no ir a clase y él no quería ser el único en ir. Mi incomodidad al oír el comentario se transformó en preocupación cuando me dijo el motivo.
¿Y si tu hija/o o hermano/a fuera uno de los alumnos de la Facultad? O ¿si fuera el bromista? O ¿si fuera el que en Monterrey sí disparó? O ¿uno de sus compañeros? O ¿si fueras tú o tu pareja la maestra que recibió el disparo? Pero incluso, ¿qué harías si fueras tú el Director de la Facultad, uno de los maestros, el Ministerio Público? No me refiero a la moralina de juzgar lo que otros deberían hacer, si no a la pregunta honesta de cómo cambiaría tu percepción y apreciación si fueras parte y no observador.
Los chicos mencionados tienen o tuvieron padres, que son una parte importante de la fórmula y que siempre debe ser tomada en cuenta, no para culparlos, sino para incluirlos y hacerlos parte de la solución. Los maestros/as y autoridades escolares también son parte del contexto y de la solución necesaria. Las autoridades de salud mental, de seguridad pública. Los/as profesionales colegiados. Desde luego el punto principal de atención son ellos mismos, confrontarlos con sus acciones e imponerles (si aún viven, claro) las consecuencias que les hagan entender el impacto que provocaron en otras personas.
Existe en Yucatán una Ley de Salud Mental que destaca entre la generalidad de los estados. Promovida visionariamente por el Dr. Manuel Díaz en su función de congresista local. Prevé una serie de maravillas institucionales y recursos diversos para que nuestros jóvenes y familias gocen de este deseable bien. Pero allí mismo se define como “el estado de bienestar que una persona experimenta como resultado de su buen funcionamiento cognitivo, afectivo, conductual, y, en última instancia, al despliegue óptimo de sus potencialidades individuales para la convivencia, el trabajo y la recreación, que le permite una forma de vida productiva capaz de hacer una contribución a su comunidad”. La definición es correcta, pero inmediatamente notamos que estamos a décadas de lograr que sea una realidad cotidiana palpable.
Así que, mientras tanto, tenemos que aplicarnos desde cada sector a contribuir a que nuestros niños/as y jóvenes, los hijos de nuestro Yucatán, tengan algo cercano a esa plenitud que en la ley se parece ya al “vivieron felices por siempre” de los cuentos. Y lo más preciso que puedo decir en este corto espacio es que la fórmula está, como en los cuentos, en los actos de amor adecuado. Amor de padres que se ocupan de sus hijos. Amor de hermanos y amigos que se apoyan. Amor de funcionarios que se ocupan de servir. Amor de profesionales por prevenir y apoyar. Amor comunitario para sustituir juicios y conflicto por empatía y colaboración con nuestros vecinos. Amor a sí mismo, para cuidar tu vida, hablar a tiempo, hacer el bien, ocuparte de mejorar, pedir ayuda y convivir en paz.
La mejor respuesta que yo leí, fue la que le dio su compañero desde el primer momento en el chat: -viejito no hay Respawn. –Y no creo que matar a gente te vaya a satisfacer mucho. –Así al chile, si necesitas hablar de ahuevo de cómo te sientes y demás, puedes decirme, sin broncas, no voy a ponerme mamón. (sic).
Abrazos, no balazos… De eso sí: fuego cruzado y a quemarropa.
*Jorge Valladares Sánchez
Consejero Electoral del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Yucatán.
Doctor en Ciencias Sociales y Doctorante en Derechos Humanos.
Especialista en Psicología y Licenciado en Derecho.
Presidente 2011-2014 del Colegio de Psicólogos del Estado de Yucatán.