La Revista

La sociedad del espectáculo: El fetichismo por la mercancía-vedette

Aída López Sosa
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Por: Aida Maria Lopez Sosa. 

“Y
sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la
representación a la realidad, la apariencia al ser…”. 
Ludwig Feuerbach,
Des Wesen des Christentums” (1841)

“En
el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso”. 
Guy Debord, “La
sociedad del espectáculo” (1967)

En las últimas semanas han recorrido el
orbe noticias sorprendentes, insustanciales, extrañas, inverosímiles, incomprensibles,
fantásticas, en fin… “Y por mirarlo todo, nada veía” como el ensayo de la
académica Margo Glantz. En realidad no es nada nuevo desde que el internet
irrumpió a la cotidianidad, sin embargo, es ocasión para retomar la tesis de
“La sociedad del espectáculo” del filósofo Guy Debord, escrito en la década de
los sesenta cuando no existían las redes sociales y una pandemia era impensable
con los avances médicos y la panacea de la penicilina. “El concepto de espectáculo es la afirmación de la apariencia y de toda
la vida social como simple apariencia”.

La virtualidad nos ha sumergido en el
mundo de las apariencias que son la realidad y no la realidad misma. Leemos la
noticia increíble de que alguien en Gran Bretaña pagó, hace unas semanas, 1,850
libras esterlinas por una rebanada de pastel de 40 años atrás, de la boda de la
difunta princesa Diana; la nota incomprensible de que un futbolista lloró al
despedirse de su equipo y con él una pléyade de mortales; la información insustancial
de que a una artista le dieron su anillo de compromiso o nos asombramos por las
fantásticas botas de 200 mil pesos de una expresentadora mexicana, ahora influencer (bendita manera de ganar
dinero)… y así nos podríamos seguir con “noticias” que nos convierten en consumidores
contemplativos de espejismos que sustituyen la realidad y que además fagocitan
nuestro tiempo sin misericordia: “…la
mentira se ha mentido a sí misma”.
 

En “La esencia del cristianismo” Feuerbach
lo escribió hace cerca de dos siglos cuando aseveró que lo sagrado es la ilusión
y lo profano es la verdad: “el colmo de
la ilusión es el colmo de lo sagrado”.
Si para la segunda mitad del siglo
XX, Guy Debord consideró que se vivía entre representaciones como si
estuviéramos en un teatro de función en función, la pandemia intensificó la
contemplación. Las redes sociales son un desfile de imágenes que sustituyen la
realidad y nosotros los espectadores conformes con solo mirar aunque, a fin de
cuentas, no veamos nada: “El espectáculo
no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas
mediatizada por imágenes”.

Frente a los monitores de las computadoras
y las pantallas de televisión, se adopta la actitud pasiva que exige la expectación,
pero que no conlleva a ninguna transformación. Somos simples testigos de la
realidad construida a base de apariencias en donde se desplaza del ser al tener y de ahí al parecer:
“En la medida en que la realidad
individual no es, le está permitido parecer”.
Tik Tok, Instagram, twitter, son
los escenarios que conectan a muchos para la contemplación de la buena fortuna -en
ocasiones mal habida- del otro, en donde impera la extensión del espectáculo a
través del “fetichismo de la mercancía”, desfile de marcas falsas que ubican a
los “especialistas de la posesión de las cosas” en determinado nivel
socioecómico. Los seguidores y los likes se
convierten en dinero para quien se exhibe. El consumidor de la “mercancía-
vedette” -concepto acuñado por Debord-, sin saberlo, abona a la “producción
social del aislamiento”, convirtiendo a cada uno en parte de la “muchedumbre
solitaria”.

El COVID forzó al aislamiento físico, cuya consecuencia
es la alienación en ausencia de la socialización: sustituimos a los amigos
reales por los “imaginarios”, consumidores del tiempo de sus amigos-usuarios de
las redes sociales. Las relaciones se dan a través de imágenes construidas, mediatizadas
y falsas. Mientras más contemplamos, menos vivenciamos y por lo tanto menos
cuestionamos. “El espectáculo se presenta
a la vez como la sociedad misma, como parte de la sociedad y como instrumento
de unificación”.

Parece que por el momento no tenemos
posibilidades de cambiar la sociedad “espectacularista” en la que estamos
inmersos, el confinamiento ha reordenado la rutina y la forma de interactuar; desafiar
la imposición puede costar la vida. De insistir con este modelo cuando pase la
pandemia, sería la decadencia del humano frente al esplendor de la tecnología.

Aída López Sosa
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