La Revista

El pecado no tiene domicilio

Aída López Sosa
Aída López Sosa
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Cultura, por: Aída María López Sosa.

Correo: aidamarialopez64@gmail.com

Los
pecados escriben la historia, el bien es silencioso. 
Johann
Wolfgang von Goethe, poeta
y novelista alemán.

El pecado no es objeto de estudio de ninguna ciencia.
No encuadra dentro de las ciencias filosóficas como la Lógica, la Ética y la
Psicología, debido a que ninguna es capaz de dar una explicación del pecado. El
único sitio en donde encuentra un espacio es en la Teología, donde se intentan
articular teóricamente las verdades reveladas por Dios, por lo tanto el pecado
es un dogma; puede pertenecer a la Ética solo a través del arrepentimiento. En
este sentido el pecado se trata de explicar con el recurso del pecado original,
el que cometió Adán por comerse el fruto prohibido del paraíso, lo que derivó
en su angustia y la de todos los individuos que habitamos la tierra posterior a
él.

La Teología se ha centrado en explicar el pecado
original por sus consecuencias, no en esclarecerlo. Es incomprendido por la
inteligencia humana y solamente aceptado por la revelación bíblica. El que
cometió Adán tiene como consecuencia la pecaminosidad, lo que lo diferencia del
primer pecado de cualquier mortal, es por ello entonces que a Adán se le sitúa
fuera de la especie humana y por ende el pecado puede considerarse que no
comenzó con él, pero en contraparte nuestra existencia se explica a través de
él. La inteligencia tiene varias razones para cuestionar la existencia del
pecado antes del primer hombre, quien solo ha pasado a la historia por ser el
inventor del pecado original.

En el relato genesíaco la serpiente resultó más astuta
que todos los animales y sedujo a la mujer, esta tentó al hombre, dándole la
mayor carga culpígena al “sexo débil”, a pesar de que este es una derivación
del “sexo fuerte”, lo que confirma que lo derivado nunca es perfecto como el
original en el caso de la especie humana únicamente. Lo cierto es que quedaron
establecidas dos cosas; el pecado vino al mundo para quedarse, lo mismo que la
sexualidad, sin que lo uno pueda separarse de lo otro, ya que el pecado entra
al mundo a través del individuo y no de otro modo -los animales y las cosas no
pecan-. Muchos se preguntarán qué hubiera pasado si Eva no hubiera sucumbido a
la tentación y Adán hubiera hecho lo propio, es decir, seguir la instrucción de
Dios en un lenguaje seguramente distinto al nuestro, esto suponiendo que lo
haya comprendido.

Bien dicen que el “hubiera” no existe y no es
pertinente entrar en especulaciones y perder el objetivo ya que podría pasarnos
lo que a “Elsa la Lista”, protagonista de uno de los cuentos menos conocido de
los Hermanos Grimm, a quien se le olvida la cerveza que le había encargado su
padre en medio de su petición de mano, a raíz de que en el sótano donde bajó a
buscarla encuentra un piqueta colgada que habían dejado olvidada los albañiles.
Elsa se angustió solo de pensar qué sería de su hijo -aún no concebido- si se
le cayera en la cabeza. Solo de imaginarlo se echó a llorar olvidando el
encargo. Los invitados fueron bajando uno a uno y la acompañaron en su dolor
hasta que el último en hacerlo fue el novio, quien los sacó del trance.

La Biblia afirma que el pecado no existía antes de
Adán, pero gracias a este quedó establecida la pecaminosidad y la sexualidad
que dio comienzo a la historia de la especie humana, la cual está cargada del
reflejo de la angustia por el pecado original. Del pecado se deriva la
angustia, el vértigo de la libertad cuando el espíritu trata de explorar sus
posibilidades. Dicho lo anterior es pertinente hacer una diferenciación entre
la angustia objetiva y la subjetiva, donde la primera es resultado de una
generación en todo el mundo y la segunda, es consecuencia del propio pecado.

La diferencia entre el bien y el mal se hizo patente
al momento de comer el fruto prohibido, junto con esta diferencia apareció la
diversidad sexual en cuanto a impulso, sin embargo, esa posibilidad de libertad
es la causante de angustia, una emoción humana, ya que ni los animales ni los
ángeles la sienten, por lo tanto hay que aprender a angustiarse a fin de evitar
la ruina.

En otro cuento de los Hermanos Grimm: “El mozo que
quería aprender lo que es el miedo”, se cuenta la historia de dos hermanos,
donde el mayor era el inteligente y el pequeño el tonto, para todas las cosas
complicadas había que recurrir al primogénito, ya que el pequeño era incapaz,
sin embargo, este no sentía miedo de nada. Cuando su padre lo vio crecido,
consideró justo que aprendiera cómo ganarse el pan, este accedió a aprender
algo, a tener miedo, por supuesto su padre consideró inútil este aprendizaje.
Después de una serie de peripecias en las que se enfrentó sin miedo, finalmente
por ello consiguió casarse con una princesa y con esto tener el pan,
preocupación de su padre. Gracias a su esposa conoció el miedo de la manera
menos esperada y nada peligrosa.

Independientemente de nuestras creencias, lo cierto es
que el pecado apareció a consecuencia de un pecado, de no haber sido así
hubiera ocurrido como algo circunstancial y fortuito y por lo tanto no
existiría explicación, ni sería un desafío escandaloso para la inteligencia de
quienes le dan categoría de mito, por cierto no muy afortunado.

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