Columna: “Construyendo”, por: Raúl Asís Monforte González. 26 de abril de 2025.
Después de la primera década del siglo XXI, el mundo fue testigo de un crecimiento explosivo en el uso de fuentes
renovables de energía eléctrica. Tecnologías como la eólica y, sobre todo, la solar fotovoltaica se desplegaron de
manera acelerada en prácticamente todos los rincones del planeta, aunque con ciertas disparidades regionales.
Este auge inicial fue impulsado por una creciente conciencia colectiva sobre la urgencia de reducir, o idealmente
eliminar, las emisiones de gases de efecto invernadero que genera el sector energético.
Sin embargo, el verdadero punto de inflexión llegó cuando la transición energética dejó de ser únicamente un
asunto ambiental y se convirtió en una oportunidad económica tangible. La drástica caída en los costos de la
energía renovable, especialmente la solar, coincidió con incrementos sostenidos en los precios de los combustibles
fósiles, haciendo que las tecnologías limpias pasaran de ser una aspiración futurista a una decisión financieramente
lógica y rentable.
Hoy, nos encontramos ante un nuevo desafío. Ya no se trata solo de ahorrar dinero. El objetivo ha evolucionado:
buscamos tener control absoluto sobre nuestro suministro eléctrico. Queremos evitar apagones, reducir nuestra
dependencia de una red sobrecargada o inestable, y aspiramos a una gestión energética más inteligente, más
autónoma y, sobre todo, más soberana.
Y para alcanzar ese objetivo, hay un componente que se vuelve indispensable: el almacenamiento de energía. Las
baterías son, sin duda, la piedra angular del futuro energético.
El almacenamiento permite que la energía generada por fuentes variables como la solar, que produce de día, o la
eólica, que depende del viento, pueda ser utilizada en cualquier momento que se necesite. Esto garantiza no solo
continuidad, sino estabilidad en el suministro eléctrico. A su vez, permite reducir costos al optimizar el uso de la
energía generada localmente, evitando picos de demanda y sobrecargas en las redes.
Pero el impacto va más allá de lo técnico. Esta capacidad de almacenar energía cambia por completo el modelo
energético tradicional. Pasamos de ser consumidores pasivos a convertirnos en protagonistas: generamos,
almacenamos y gestionamos nuestra propia energía. Se abre así un nuevo horizonte en el que personas, empresas
y comunidades pueden tomar decisiones estratégicas sobre cómo y cuándo usar su energía, liberándose, al menos
en parte, de la incertidumbre del sistema convencional.
En México, los retos no son menores. La adopción de un nuevo marco regulatorio, la posibilidad de un crecimiento
económico lento o incluso una recesión, y la incertidumbre geopolítica, representan obstáculos importantes. Sin
embargo, también existen oportunidades enormes. Si se logra consolidar la integración de tecnologías de
generación limpia con sistemas de almacenamiento y plataformas de gestión inteligente, podríamos estar frente a
un nuevo ciclo de transformación energética, más profundo y duradero que cualquier otro anterior.
El almacenamiento de energía no es solo una solución técnica. Es la base para construir un sistema energético más resiliente, justo y sostenible. Es, en definitiva, la piedra angular de nuestro futuro energético.