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El Síndrome de Hubris, más actual que nunca

Raul Arceo Alonzo
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Por: Raúl Arceo Alonzo. 

La responsabilidad del Estado, su razón de ser, es la
de procurar el Bien Común, entendiendo éste, como el conjunto de condiciones de
la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus
miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Pero la
construcción del Bien Común requiere de actores protagónicos, de líderes
concretos con una visión y una voluntad de actuar para que las cosas sucedan.
El hecho de seguir pensando que la sociedad es un ente homogéneo que piensa de
una manera racional, es una idealización bastante engañosa y de uso retórico
muy útil para los fines políticos de muchas agrupaciones y personas.

Los actos concretos en la vida política, los realizan
personas concretas, con intereses, ambiciones, necesidades, carencias y hasta
trastornos individuales y concretos. Los actos de cada líder tienen una carga
emocional muy fuerte. El poder les puede servir para que salgan a flote sus
principales virtudes o sus principales carencias y defectos.

Uno de los trastornos en los que pueden caer nuestros
líderes políticos, es el “Síndrome de Hubris”, el cual no es exclusivo del
ámbito político y que se puede dar en cualquier ambiente en el que haya
relaciones de poder.

El término viene de un concepto griego que significa
“desmesura” y alude al ego desmedido, a la sensación de omnipotencia, al deseo
de trasgredir los límites que los dioses impusieron al hombre frágil y mortal.
El término “Síndrome de Hubris” fue acuñado por el neurólogo y excanciller
británico David Owen, quien describe de esta manera a los mandatarios que creen
estar llamados realizar grandes obras, que tienen tendencia a la grandiosidad y
la omnipotencia, que son incapaces de escuchar y se muestran repelentes a la
crítica.

El doctor Owen propone que este síndrome sea
clasificado como un trastorno psiquiátrico y sea incluido en el Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Incluye 14
síntomas, 5 de los cuales son específicos para este síndrome. Entre los
síntomas se encuentran los siguientes:

1. Propensión narcisista a ver el mundo como un
escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria.

2. Tendencia a realizar acciones para autoglorificarse
y ensalzar y mejorar su propia imagen.

3. Preocupación desmedida por la imagen y la
presentación

4. Modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y
tendencia a la exaltación.

5. Identificación con la Nación, el Estado y la organización.

6. Tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona y
usar la forma regia de nosotros.

7. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio
por el de los demás.

8. Autoconfianza exagerada, tendencia a la
omnipotencia

9. Creencia de que no debe rendir cuentas a sus
iguales, colegas o a la sociedad, sino ante cortes más elevadas: la historia o
Dios.

10. Creencia firme de que dicha corte les absolverá.

11. Pérdida de contacto con la realidad: aislamiento
progresivo.

12. Inquietud, imprudencia, impulsividad.

13. Convencimiento de la rectitud moral de sus
propuestas ignorando los costes.

14. Autoconfianza exagerada.

15. Incompetencia “hubrística” por excesiva
autoconfianza y falta de atención en los detalles.

Tal vez los casos más evidentes de este síndrome, sean
Hugo Chávez, Adolfo Hitler, George Bush o Cristina Fernández. La importancia de
este trastorno psicológico radica en el impacto que tiene en los gobernados,
pudiendo tener consecuencias catastróficas como es el ejemplo actual de
Venezuela.

En México vemos cada vez con mayor preocupación que
las actitudes del presidente López Obrador, bien pueden encasillarse en varios
de los síntomas descritos en el trastorno. Pudiéramos hacer una revisión
detallada de cada uno de los síntomas y encontraríamos una riqueza de ejemplos
que nos ha proporcionado el presidente a lo largo de su carrera política, pero
con mayor velocidad e impacto en los tres últimos años de su gobierno.

Hay quienes sostienen que el presidente no está
trastornado, sino que todo es parte de un buen diseñado montaje en el que el
personaje que representa todos los días es parte esencial de dicho montaje,
pero solo un individuo trastornado minimizaría la pandemia originando la gran
cantidad de muertes que tenemos, negaría que hay desabasto de medicinas, que
hay niños con cáncer muriéndose o afirmar que la estrategia de “abrazos y no
balazos” está dando como resultado la disminución de las muertes violentas.

No sobra decir que la cura del trastorno para este
tipo de personajes, es relativamente sencilla: quitarles el poder.

Raul Arceo Alonzo
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